Octavio Paz bien puede ser el eslabón entre su generación y la precedente, los Contemporáneos; estilo, crítica, capacidad para situarse en una perspectiva única son características que lo acercan y demuestran afinidades por aquellas aristas que identifican al “grupo sin grupo”.

Entre Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia surgen señales que apuntarán años después a las letras del Nobel, puente hacia el futuro con remanencias a los días cuando inició su labor creadora en las filas de la Escuela Nacional Preparatoria.

De Cuesta supo adaptar la facultad crítica y descripción copiosa de la tradición mexicana, hurgando en paradigmas visibles pero a menudo minimizados debido la dolorosa realidad social; rigor perfeccionista y uso de términos necesarios en toda su lírica.

Por su parte, de Villaurrutia aprendió a estudiar el arte, expresiones culturales hasta inaugurar el “purismo” que autores a la vista tomaron como bandera, siendo José Emilio Pacheco uno de los poetas representativos de esta veta, cada vez menos retomada.

En los escasos veinte años que mantuvieron contacto, Octavio Paz dejó uno de los testimonios más citados sobre el también dramaturgo, “Xavier Villaurrutia en persona y en obra”, publicado originalmente en 1978, acompañado por dibujos de Juan Soriano.

Próximo a un ensayo novelado, abarca los días cuando el noctámbulo trabajaba en el Departamento Editorial de Educación Pública, previo a la persecución que sería objeto hacia 1932 al estallar la polémica nacionalista.

Su descripción lo sacó del estanque flemático que las anécdotas e historias extra literarias lo habían situado por décadas, eliminando claroscuros para ofrecerlo como un ser humano proclive a la nostalgia, intereses; complejo en su vida, certero en la muerte.

Junto con sus obras completas es el documento más importante sobre Villaurrutia, pues evitó en gran medida dejar testimonio en primera persona, salvo algunas entrevistas articuladas bajo el estilo y diarios fragmentados. En ello también fue sintético, equidistante a su lírica pero completo en notas de periódicos y escenarios.

Paz, al contrario de Salvador Novo, articula una serie de “flashes” que lo llevan entre convivencia y crítica, por cierto no tan mordaz como en demás líneas donde alude a Contemporáneos: lo ajusta en la dimensión que le corresponde.

Novo se adentra en el aspecto emocional sin contener grandes episodios, uno de ellos –el más simbólico- antecede epístolas publicadas en 1966 donde al fin se despoja del velo literario para recordar la ausencia que implicó su muerte en diciembre de 1950.

Precisamente, la Navidad pasada se cumplieron 66 años del fallecimiento, motor nominal que trae al presente versiones que no dejan de golpear sobre el hecho; si Jorge Cuesta aglutina la gran leyenda negra mexicana, Villaurrutia es indefinición, datos cruzados y en perspectiva, olvido.

Enterrado en el Panteón del Tepeyac –sobre lo más alto de la Basílica de Guadalupe- entorno al sepulcro también giran señales poco comunes: nochebuenas creciendo a costados y frente a su loza. Angina de pecho, alimentos en mal estado, infarto, todo abona a no esclarecer la partida.

Dicho escenario se complementa con el Acta de Defunción expedida minutos después, a la mañana siguiente. Villaurrutia murió intacto, frágil; sombra apenas difusa sin remedio; tiempo al tiempo que se alarga: fin de la noche.

Esto bien puede ser la enseñanza que dejó, su “carpe diem”, poeta que supo adaptarse; mirada oculta en fuerza de vida. Octavio Paz no debate, prefiere enumerar experiencias y ajustarse al guion del libro, se le reconoce imparcial.

A la distancia “Xavier Villaurrutia en persona y en obra” es prólogo perfecto a sus “Obras”, encima de líneas esbozadas por Alí Chumacero. Probablemente lo único que puede juzgarse al Nobel es la dualidad con la que actuó frente al grupo, sus ensayos lo demuestran y réplicas no han faltado.

Ya habrá oportunidad para ingresar al terreno de nombres, apellidos, formas, estanques de sueño; por ahora sobra decir que tal cual lo afirmó Paz, “Xavier se escribe con equis”.

@Ed_Hoover