Inscrito en la literatura mexicana como “el más triste de los alquimistas”, Jorge Cuesta es leyenda negra, capítulo subversivo, héroe crítico, ser de moral absoluta. Si Manuel Acuña estableció los cánones de la muerte amorosa y escuela romántica decimonónica, Jorge Cuesta hizo de la razón su más puro diálogo; sueño de algunos, consuelo para nadie.

Veracruzano de nacimiento –químico de profesión– se vio inscrito en el grupo de las revistas “Ulises” y “Contemporáneos”, enfrentando escándalos y persecuciones judiciales desde altas esferas gubernamentales bajo pretextos moralistas que arruinaron “Examen”, publicación heredera de su generación.

Entorno a la figura que representó historias han dado cuenta de personalidad, ahínco, drama; algunas más subrayan el delicado estado mental que derivó en su muerte internado en un psiquiátrico, coincidiendo en su alto nivel crítico, pieza medular de ensayos o poesía.

Sobre Cuesta se ha escrito suficiente, aunque no lo necesario, restan nuevas visiones que lo catapulten al siglo nuevo: UNAM, Colmex, otras entidades universitarias y de investigación se han encargado de desmentir aberraciones que detractores le atribuyeron desde el suicidio en 1942.

Guillermo Sheridan, Octavio Paz, Anthony Stanton, Christopher Domínguez Michael, Gilberto Owen, Louis Panabiere, Miguel Capistrán o Luis Mario Schneider –así como una larga lista de escritores en todas latitudes– dedicaron tiempo para ofrecer catálogos ampliados de su lírica y pensamiento.

Probablemente, los últimos dos grandes esfuerzos vinieron del Fondo de Cultura Económica hacia 2003, cuando publicó sus “Obras completas” –antes lo hicieron las Ediciones del Equilibrista, con varias erratas que en su momento podrá comentarse–.

También un año antes la revista “Fractal” le dedicó todo el número 25, exaltando su vigencia y al mismo tiempo reclamar que no debe recordársele en su último acto, sino como edificador de una corriente de pensamiento prolija y cimentada en años posteriores, referentes en Juan García Ponce o José Emilio Pacheco.

Sí, Jorge Cuesta no dejó obra extensa –en comparación con Jaime Torres Bodet o Salvador Novo–, ni sus textos de corte filosófico superaron bondades con que se recuerda a Samuel Ramos, aunque son materia prima que acerca a esa realidad política enfrentada con la corte de Lázaro Cárdenas o previo con Vicente Lombardo Toledano.

Amante de los simbolistas franceses, “el alquimista” también fue traído al recuerdo por Xavier Villaurrutia, en un precioso ensayo –“In memoriam” –, todo nostalgia que puntualiza la admiración que le tuvo: inteligencia, cortesía, silencio; razón, curiosidad, avidez.

Sin embargo, el gran reclamo que sobre su memoria queda aún está la denominada “Antología de la poesía mexicana moderna”, firmada por él en 1928. En ella se recapituló la visión que los jóvenes tenían sobre poesía y figuras, dualidad que no en pocos casos se unían para exaltar al autor.

Cuesta, al ser el único que no contaba con obra publicada, figuró en la portadilla, soportando vejaciones y culpas, de las que –muy a su estilo– no hizo el menor caso. Su premisa era clara, ahora –¿días antes? – se entiende; la crítica literaria se encargó de exculparlo: la obra debe defenderse por sí misma.

“Canto a un dios mineral” lo define en absoluto; poema de acceso complejo, perfeccionista y dueño de lenguaje propio, no ha terminado de entenderse. En no pocos casos apenas se referencia, en otros, se interpreta desde un óptica incompleta.

No obstante, junto con “Muerte sin fin” de José Gorostiza, “Muerte de cielo azul” de Bernardo Ortiz de Montellano y “Décima muerte” de Xavier Villaurrutia, son íconos de su generación. Incluso, “Canto a un dios mineral” se adentra en un gran aspecto: lucha entre moral y razón; de ahí parte su discurso barroco, edificado a voluntad para ser debatido.

En suma, la enseñanza de Jorge Cuesta implica la libertad del texto, la defiende y no repara en sufrir consecuencias, actitud, modelo. A su tiempo entendió que trascender es un acto de sacrificio, se acepta y muere en paz, aunque la ortodoxia no se canse en condenarlo. Lo demás es material de leyendas; que así sea.

@Ed_Hoover