Carlos Gasca Castillo

Desde hace dos domingos hemos venido escuchando el Sermón del Monte de los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo. Este discurso empieza con las Bienaventuranzas, que nos muestran el proyecto de hombre nuevo que Dios quiere formar en cada uno de nosotros. Después Jesús nos ha dicho que somos sal y luz del mundo, en la medida en que nos dejemos transformar en imagen suya. Y en este domingo nos lleva a considerar algunas formas concretas de cómo vive un verdadero cristiano.

Jesús empieza afirmando que no ha venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles cumplimiento (cfr. Mt. 5, 17). Es decir, ya la ley antigua tenía como principio y fin el amor, pero en la práctica se reducía a una obediencia de normas, sin llegar a una verdadera transformación del corazón, de ahí que en muchos momentos los profetas denunciaron esta forma superficial de vivir los mandamientos, así por ejemplo leemos en Isaías 29, 13: “Este pueblo se acerca a mí con la boca y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, y el temor que me tiene no es más que un precepto humano, aprendido por rutina”.

La plenitud o cumplimiento del que habla Jesús, consiste en que los mandamientos que el Señor nos ha dado lleguen a nuestro corazón y lo transformen, de tal manera que no se reduzcan a un cumplimiento meramente externo, sino que su práctica tenga fundamento en el amor, que es el mandamiento nuevo e inagotable de Jesús (cfr. Jn. 13, 34) y por el cual se cumple toda la ley (cfr. Rm. 13, 8-10).

De esta manera podemos entender lo que Jesús dice a continuación: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el reino de los cielos” (Mt. 5, 20). Esta justicia que los antiguos entendían como el cumplimiento de la norma, ahora es llevada a su perfección cuando se cumple en el amor.

Por eso repetidamente Jesús dirá en los versículos siguientes: “Han oído que se dijo a los antiguos… Pero yo les digo…” (cfr. Mt. 5, 21-22), es decir, Jesús no suprime la ley, sino que le da una nueva dimensión, llevándola a perfección en el amor.

Para entender mejor esto podemos tomar el ejemplo de la primera antítesis que nos presenta Jesús: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás’, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el sanedrín. Y el que lo maldice, merece la gehena de fuego” (Mt. 5, 21-22).

Creo que se puede ver con mucha claridad la diferencia, el mandamiento dice: No matarás; este mandamiento que se funda en la ley natural ya tiene también de fondo una actitud de amor hacia el prójimo, que se manifiesta en el respeto a la vida, pero este mismo mandamiento llevado a la perfección del amor, nos muestra que el sólo hecho de insultar al prójimo es ya como matarlo, pues se lesiona su dignidad, que para nosotros cristianos tiene su fundamento en el hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y sobre todo en el bautismo que nos regenera como hijos de Dios (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1213).

Entonces, lo que hoy Jesús nos enseña, es a reconocer que muchas veces también nosotros hemos vivido una religiosidad superficial, basada en el cumplimiento de normas y costumbres, pero que poco hemos dejado que el Señor toque nuestro corazón y lo transforme. Como hemos dicho en otras ocasiones, no se trata sólo de cambiar costumbres o de formas externas de actuar, se trata de una verdadera conversión, que es un don del Espíritu Santo.

Una conversión que se manifiesta en la sencillez de las acciones de cada día hechas por amor, pues para el cristiano no hay mandamiento más importante que éste, un mandamiento que le da plenitud a nuestra vida.

Hoy podemos concluir con aquella famosa frase de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, sólo que recordemos la frase completa, ya que nos ayuda comprender más la Palabra de este domingo: “Ama y haz lo que quieras: Si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; pues de dicha raíz no puede brotar otra cosa sino sólo el bien” (Homilía VII sobre la Primera Carta de San Juan, 8).

Sea alabado Jesucristo.