Manuel Gutiérrez Bandera

Con este domingo concluimos la primera parte del tiempo ordinario. La segunda parte la retomaremos otra vez, una vez pasados los domingos de Pascua y las fiestas de la Trinidad y del Corpus.

También concluimos el Sermón de la Montaña que en distintos fragmentos hemos ido proclamando a lo largo de estas semanas. Ha sido San Mateo quien, a partir del tercer domingo de este tiempo, nos ha ido presentando el ministerio de Jesús en su comienzo en Cafarnaúm haciendo la invitación de: “¡Convertíos!, porque está cerca el reino de Dios”. Luego, en el cuarto domingo se proclaman las Bienaventuranzas de ese reino y prosiguen varias perícopas del Sermón del Monte.

Este domingo nos viene a poner delante de nosotros en qué Dios creemos. ¿En el que es nuestro Padre que nos quiere como una madre, o en el ídolo inmediato del dinero, de lo temporal y, por tanto, lo perecedero? San Pablo vendrá en nuestra ayuda, para decirnos “lo importante es que seamos fieles”, como administradores de los misterios de Dios, y nos invita también a que nos dejemos juzgar por la providencia de nuestro Dios que nos ama con gran ternura. La Cuaresma, que vamos a iniciar, nos ayudará a reconocer todo esto y a poderlo celebrar en la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

El próximo miércoles iniciamos el “tiempo fuerte” que nos prepara para la Pascua, la nueva vida que nos ofrece Cristo resucitado. Se nos invita ese día a “convertirnos y creer en el Evangelio”.

Hoy, en este domingo, se nos interpela seriamente a una condición previa para “convertirnos” y “creer”. ¿Qué imagen de Dios tenemos? ¿El Dios revelado por Jesucristo que nos ama como una madre, o el ídolo del dinero que nos esclaviza?

Estamos viviendo no en una época de cambios, sino en un “cambio de época”. La ausencia de todo lo que significa trascendencia llama constantemente a nuestras puertas. Sigue imperando la idea del “silencio de Dios”, o lo que es peor, “la muerte de Dios”. Mayoritariamente en nuestra vieja Europa han decaído los valores evangélicos, y corremos tras esos otros valores efímeros que nos llevan a consumir y a tener lo necesario para poder consumir más. Así es como estamos construyendo la “sociedad del descarte” (Papa Francisco).

Qué difícil es hablar hoy de la confianza en un Dios providente, cuando vemos a tantos descartados por la crisis económica, por las guerras, por las corrupciones, las injusticias, el hambre, etcétera. Hemos vuelto la espalda a Dios y nos hemos “mundanizado”, favoreciendo así la “deshumanización”. Lo que importa es el dinero y a este ídolo sacrificamos: familia, amistad, ocio, salud, principios éticos, trabajo digno. Ya lo dice el refrán:”Poderoso caballero es don dinero”.

Pero el Señor, que no nos abandona nunca y nos quiere como una madre, nos ofrece hoy en la Palabra, que proclamamos en la Eucaristía, una luz potente para hacer frente a estas situaciones de “servir al dinero” como único señor.

Isaías aclara cómo nos ama Dios. Ama con entrañas de madre. Aunque nos resistamos a reconocerlo, Él nunca nos abandona. Su providencia entrañable y amorosa nos acompaña desde el “silencio”. Incluso, cuando lo abandonamos, nos alejamos de Él, nos sigue llevando “dentro”. Si descubrimos este amor entrañable podremos decir con el salmista:”Descansa sólo en Dios alma mía”.

Es importante, también, lo que San Pablo nos dice en la segunda lectura:”Que la gente sólo vea en vosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”. Esto exige a todos los bautizados ser fieles: tener fe, ser dignos de confianza, ser leales. Así es como haremos presente la salvación de Dios en medio de un mundo alejado de Él.

Jesús, en el Evangelio, nos propone una serie de cosas que nos pueden parecer provocadoras. Son, sin embargo, clarificadoras para discernir cómo hemos de dedicarnos a las necesidades diarias que tiene todo ser humano para vivir dignamente. Hemos de evitar el agobio (estrés). Jesús emplea, hoy esta expresión, hasta seis veces. Toda nuestra vida es un aprendizaje para que no vivamos “agobiados” por tantas cosas que nos preocupan. A estas preocupaciones diarias les hemos de dedicar nuestra atención, pero dejando también que el Espíritu de Jesús nos ayude a encontrar soluciones. Lo importante es “el reino de Dios y su justicia”. Pero también está el dicho popular: “A Dios rogando, pero con el mazo dando”.

Jesús no es ningún poeta romántico, que no conoce la realidad del ser humano. Si habla de los pájaros y las flores, lo hace como un punto de reflexión para ayudarnos a discernir y para que podamos vivir la vida con sosiego y paz. Nuestra fe nos dice que Dios no nos abandona. Él siempre es fiel a su amor. Él nos da la fuerza para afrontar las dificultades y sinsabores con las que nos encontramos a lo largo de nuestra vida.

Es importante que nos dejemos interpelar por la Palabra de Dios que se nos proclama cada domingo en la celebración de la Eucaristía. Es el Dios providente que se nos hace presente para ayudarnos y nos da su fuerza en el alimento eucarístico. Si somos fieles, como nos ha dicho Pablo, viviremos construyendo el reino de Dios y su justicia, y muchos agobios desaparecerán de nuestras vidas. Así “serviremos” sólo al Dios Padre providente.