Ángel Romo Fraile

La luz devela lo oculto, aclara lo abstruso y permite reconocer lo difuso, permitiendo que las cosas rebasen el nivel de la mera apariencia al nivel de lo que la cosa es en verdad: de la apariencia al ser, de la apariencia a la verdad. Este salto es el que refiere el evangelio de hoy, en torno a la discusión sobre quién es Jesús en verdad (reconocerle) y su precedente en la primera lectura, que desde el comienzo de la liturgia de la palabra invita a superar el imperio de las apariencias que no hacen justicia a la verdad en que vive el está acompañado por el Espíritu de Dios mismo.

Este paso de la apariencia al ser es una nueva creación, una recreación de la naturaleza humana; así lo refleja –en consonancia con el mismo esquema que recorre el Evangelio de Juan–, el comienzo del pasaje de las palabras de hoy, con signos que nos evocan el Génesis: el que por su misma naturaleza no podía percibir sino sombras, apariencias, es hecho renacer por el agua del bautismo para transformar su naturaleza carnal (barro) en naturaleza espiritual, capaz de ver y reconocer la verdad: ahora es luz en el Señor.

Es el mismo en apariencia (“se le parece”), pero no es él: lleva en sí mismo una realidad nueva, la de ese “yo soy” (“soy yo”) del Éxodo que se manifiesta a través de él. La alegoría de la luz y su significado se reitera en la alusión al pecado: el pecado no es incumplir la ley, sin más, como quieren alegar los fariseos. La ceguera no es castigo al pecado.

El pecado es la misma ceguera que impide ver y reconocer la verdad: es no ver, no reconocer, alejarse de la verdad que revela la luz. No reconocer es el pecado, de la carne que no ha sido renacida en el Espíritu del Jesús.

¿Qué es esa verdad que revela la luz, qué hay que reconocer más allá de las apariencias? Que Jesús es el enviado, frente a “no viene de Dios, porque no guarda la ley”. Que Jesús es el profeta de Dios que hace los signos de Dios, frente a “un pecador que no guarda la ley” y que queda excluido.

Que Jesús es el Hijo del hombre que ha de juzgar al mundo al final de la historia, tiempo que ha llegado y que hace que “el pueblo profetice”, que el nuevo pueblo anuncie y proclame la revelación definitiva, esto es. Que Jesús es el Señor: “creo Señor”; veo, Señor; escucho tu palabra, Señor; te reconozco, Señor.

La culminación del proceso de fe, de revelación, de salir de las tinieblas a la luz de la verdad es reconocer que Jesús es el Señor, que es el Hijo de Dios.

“Caminad como hijos de la luz”; y hacedlo, precisamente, porque sois luz en el Señor. Podemos colegir que para el cristiano, ese proceso de fe que lleva al hombre renacido por el bautismo a afirmar en el Espíritu, en la verdad, que Jesús es el Señor, se ha cumplido.

El cristiano es el ciego que ha nacido a la luz, pero se nos recuerda que se ha vuelto, a su vez, “luz en el Señor”: luz para otros, luz que ilumina la mente de otros, porque ahora es luz en el Señor. Luz que revela la verdad escondida en la materialidad del mundo, la presencia de la Palabra encarnada en el mundo.

Pero también puede ser todo lo contrario. La acción del cristiano es en sí misma reveladora u ocultadora de Cristo. La acción del cristiano ante el mundo expresa y realiza la presencia de la Palabra en medio del mundo. De su acción, de su vida, depende que esa Palabra quede manifiesta o velada a los ojos de los hombres.

Si el cristiano vive conforme a las apariencias –los criterios– del mundo, ¿qué luz hay en él?, ¿qué luz puede ser para otros? Si con su Palabra proclama el Credo –Jesús es el Señor–, pero con su vida lo niega, el cristiano puede ser el mayor enemigo del Evangelio, pues siendo este la Verdad, lo reduce a apariencia, a falsedad, a mentira.

Sólo la acción buena, únicamente la acción justa, sólo la acción realizada en la verdad, son dignas para aquel que es luz, porque la acción buena da luz al mundo; la acción justa ilumina y sana las relaciones entre los hombres, porque la acción hecha en la verdad es signo de que la verdad misma ha acampado en medio de los hombres.

Un nuevo mundo, una nueva humanidad, una nueva creación nacida a la verdad: Cristo, el Hijo de Dios. Si tú, cristiano, si tu vida, si tu acción en el mundo no obstaculizan la luz, si en verdad eres luz, luz en el Señor.