En una fábrica de destornilladores, en Kenosha (Wisconsin), el presidente de Estados Unidos retomará este martes su discurso más nacionalista y firmará una orden ejecutiva para restringir la entrada al mercado laboral de los inmigrantes y potenciar la compra de productos estadounidenses. Es el viejo sueño de la América profunda, aquella que mira al mundo exterior y a sus habitantes con desconfianza, y que en manos de Trump devino en la narrativa xenófoba y aislacionista que marcó su campaña.

Tras unas semanas en las que, abrumado por el peso de la realidad, abandonó muchos de sus postulados electorales (dejó de atacar a China, bombardeó al régimen sirio y hasta alabó a la OTAN), el presidente ha regresado a sus raíces. A ese caudal de votos que tan bien maneja y que le dio en los depauperados estados del antiguo cinturón industrial la ventaja que le permitió derrotar a Hillary Clinton.

La orden ejecutiva va dedicada a ese espectro sociológico. Para ello abre un proceso de 220 días en que los departamentos federales deben revisar sus políticas a la luz de la doctrina del compra americano, contrata americano. La directriz da prioridad a todo lo autóctono y supone un nuevo golpe al legado de Barack Obama en materia de inmigración y visados. Especialmente dañado queda el capítulo dedicado a trabajadores altamente cualificados: 85.000 visas (H-1B) que se reparten anualmente y que alimentan las industrias más avanzadas de Silicon Valley. Una ventana muy buscada por profesionales extranjeros, pero que para la Administración Trump no deja de ser “un ejemplo de abuso” y una vía de “reducir empleo americano y rebajar salarios”.

“Al 80% de los que entran en nuestro país mediante este programa se les paga menos que la media de los trabajadores en idénticas condiciones”, señala un alto cargo de la Casa Blanca. En esta línea, la orden pretende drenar la cifra de beneficiados y limitar la concesión solo a los “más talentosos”. Esta restricción ha sido rechazada por las grandes compañías tecnológicas. Alertan de que su efecto puede ser el contrario al deseado y que no es descartable que impulse la huida al exterior de las firmas.

Otro objetivo de la orden es reactivar la compra de productos autóctonos. Con este fin recortará las exenciones a las importaciones que se aplican a casi 60 países. Símbolo de esta política es el acero estadounidense. Un material que Trump ya ha prometido que será de uso obligatorio en su plan de infraestructuras y que la directiva no admite que proceda de material fundido fuera, aunque el proceso de acabado se efectúe en Estados Unidos. “Hay que asegurar que los beneficios del Compre Americano se repartan en toda la cadena de producción”, ha señalado un portavoz de la Casa Blanca.

En un momento en que las encuestas no sonríen a Trump, esta vuelta al patriotismo económico trata de reactivar su capital político. En las últimas semanas, el electorado ha visto a su presidente inmerso en el laberinto internacional. Siria, Afganistán y Corea del Norte le han alejado del universo que le votó. Una distancia que el mandatario, consciente de su debilidad electoral, busca acortar siempre que puede. A veces con mítines, otras con medidas diseñadas para impactar en su caladero natural. Esta es una de ellas. Altisonante, nacionalista y con un fuerte anclaje en las encuestas. El tipo de política que gusta a Trump.