Paulo I. Carvajal Ramos

Este domingo, segundo de Pascua, el autor nos presenta después de Pentecostés a la comunidad de Jerusalén: a María y a los apóstoles. Es el reflejo de las primeras comunidades que se irán formando en torno a la doctrina del resucitado. Sus fortalezas serán la fidelidad a la catequesis, la comunión de los bienes, la celebración semanal de la “fracción del pan” y la oración en común. Todo esto llevará a dar un sentido de identidad y pertenencia a esas primeras comunidades cristianas.

La Primera Carta de San Pedro nos recuerda que la nueva vida en el bautismo es un regalo de Dios, que Él nos hace para que busquemos los bienes eternos. La alegría, la serenidad y la paz, son la certeza de que el cristiano vive desde el espíritu. Y que en momentos especialmente difíciles deberá salir adelante a pesar de tribulaciones, adversidades y persecuciones. Al igual que a los cristianos de finales del primer siglo, el Señor pone a prueba a sus elegidos.

También la carta nos invita a reflexionar que la comunidad a la que fue dirigida debe fortalecer su fe en el resucitado. Porque sin haberlo visto ellos y nosotros, creemos en Él, y ese creer en Él nos deberá llevar a contemplarlo en su palabra y en la “fracción del pan”. Para poder dar testimonio a los demás, como bautizados (Juan: 20, 19-31).

La incredulidad de Tomás, para el autor del Evangelio de San Juan, es símbolo de las dificultades que viven las primeras comunidades cristianas en su fe. Para nosotros, la fe en el resucitado no debe ser sensible, debe ser alcanzada por la misma fe. Es creer en Él, de una manera incondicional. Solo la fe nos llevará a una experiencia de vida con Él. No se puede tener fe en algo que se ha visto. Quien quiera comprobar la fe, debe de renunciar a ella. Recordemos que Jesús llama bienaventurados a los que no lo han visto, porque su fe es genuina y pura.

Hace algunos años San Juan Pablo II quiso que viviéramos el segundo domingo de Pascua, desde la divina misericordia. En el Evangelio el resucitado nos muestra sus llagas, de infinita misericordia. No invita a contemplarlas y a tocarlas, como a Tomás. Acerquémonos a ellas para curar nuestra incredulidad. Las llagas de su misericordia, es su mismo amor misericordioso por nosotros. Solo al contemplar las llagas del resucitado, podemos ver el misterio de Cristo y de Dios, todo esto se envuelve en su misericordia hacia los más pequeños y necesitados, por los enfermos y los pecadores, por los que solamente confían en Él.

Feliz domingo a todos.