Carlos Gasca Castillo

Con la celebración de Pentecostés hemos concluido el tiempo pascual, pero nuestra liturgia es una realidad dinámica, va siempre in crescendo; el hecho de dividir el ciclo litúrgico en periodos es solamente para ayudarnos a reconocer los diferentes momentos del misterio de Cristo, pero en realidad es un solo movimiento que nos impulsa a ir siempre más arriba, al encuentro con Dios.

Hemos, entonces, comenzado otra etapa de este camino, pasamos nuevamente al tiempo ordinario, pero durante algunos días celebraremos diferentes aspectos del único misterio de Dios, por ejemplo el Corpus Christi, o la fiesta que celebramos este domingo: la Santísima Trinidad.

Recordando las lecciones de Catecismo, que seguimos cuando nos preparábamos para recibir la Primera Comunión, seguramente señalaremos que aprendimos que Dios es uno, pero en tres personas distintas y cuando la catequista nos preguntaba cómo era esto posible, la respuesta era que “esto es un misterio”, y que, por lo tanto, a la luz de nuestra sola razón no es posible explicarlo.

Pues bien, celebrar este misterio de Dios uno y trino no es la ocasión para pretender explicar o definirlo con términos racionales, sino para sumergirnos en la profundidad de uno que sobrepasa la razón, pero que lo experimentamos como una realidad cotidiana.

Les invito a que hagamos un ejercicio, mediante una lectura más o menos atenta de las escrituras bíblicas que son proclamadas este domingo, tratemos de ubicar los verbos que en ellas se encuentran. A mi parecer podemos hallar los siguientes verbos: mandar, descender, estar, pasar, proclamar, SER, caminar, perdonar, amar, entregar, enviar, salvar.

Todos estos hacen referencia a Dios, a acciones concretas que realiza, porque no es un ser estático, inmóvil; es el SER en movimiento, en acción, por eso no tenemos que agotar nuestras fuerzas tratando de definirlo, sino dejarnos envolver por la fuerza dinámica de aquel que nos impulsa, sostiene, guía, protege, corrige, purifica, envía, acompaña, ama, salva, etcétera.

Desafortunadamente nos hemos acostumbrado a pensar en Dios como una realidad estática, por eso nos viene a la mente la imagen que nos hemos hecho de él, pesamos en un viejito que está sentado y que tiene en su mano una esfera, junto a él está otro personaje más joven que sostiene una cruz y sobre ambos una paloma de la cual surgen unos rayos de luz que suponemos es la gracia.

Es una forma de representar su misterio, uno y trino, pero si nos damos cuenta es la representación de un Dios paralizado, que incluso está sentado, que no se mueve, sino está todo el tiempo solo como observando, como viendo correr el tiempo.

Pero Dios no es así, por eso dice: “Yo soy”. Si nos damos cuenta, no se define a sí mismo utilizando una fórmula, sino emplea un verbo y siempre son acciones, movimientos. No es casualidad que Moisés le diga al Señor: “Si hemos hallado gracia ante ti, VEN con nosotros, CAMINA con nosotros; es cierto que somos pecadores, pero PERDÓNANOS, SÉ COMPASIVO, ACTÚA MISERICORDIOSAMENTE y entonces seremos tu pueblo y tu heredad” (cfr. Ex. 34, 8-9). Y Dios camina con su pueblo, va con él, lo salva, lo alimenta, lo guía, lo protege, etcétera.

Por eso, la mejor manera de conocerlo no es mediante conceptos, sino sus acciones, que siempre serán salvíficas en favor nuestro, porque este “yo soy” es una forma de decir “yo soy el que está contigo, quien está a tu favor”, cada día y camina junto a ti.

La celebración de la Santísima Trinidad nos recuerda que la vida de un cristiano se enraíza en este misterio, en este dinamismo de un Dios que actúa siempre en nuestro favor. Por eso, cada día, cuando iniciamos y concluimos nuestra jornada invocando el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, nos sumergimos en una realidad que envuelve toda nuestra vida y nos sobrepasa, porque aunque a Dios no lo podemos encerrar en fórmulas racionales, ni explicar de manera lógica el misterio, sí lo podemos experimentar presente en nuestra vida.

Es cierto que a través de la Filosofía y la Teología algo podemos decir de Dios, pero al final todo será un aproximado a lo que en realidad es, por lo que hoy sería estupendo recordar la hermosa definición de Dios formulada por san Agustín: “Son tres, el amante, el amado y el amor”.

A Él, al Dios uno y trino, al Dios que es, que era y que vendrá, demos todo el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.