El hombre de hoy vive en un constante miedo. El miedo no lo deja salir al encuentro con Dios y con el Hermano.

La fortaleza no es propia del hombre, es Dios es quien da la fuerza al hombre, para poder cumplir su voluntad.

En la Primera Lectura, Jeremías después de dejarse llevar por Yahveh su Dios, queda fortalecido de Él, ya no hay miedo para hablar. Denuncia con seguridad y sus adversarios serán castigados.

La misión profética de Jeremías se ve fortalecida, por la confianza que él tiene en su Dios. Se deja seducir y así puede cumplir la voluntad de Yahveh.

En el salmo 68, el salmista aclama a Dios en su desgracia. Y se ve fortalecido por la confianza puesta en Dios. Porque Yahve no desoye a quien clama a Él.

Ante el dolor que vive el hombre de hoy debe de poner su confianza en Dios. Quien clama a Dios, puede experimentar la fortaleza. El miedo, el temor, la desesperanza, la inseguridad quedan atrás. Hay que dejarse llevar por Dios quien es nuestra fortaleza.

San Pablo nos recuerda que el hombre desde que interrumpe su diálogo con Dios, se ve sometido al pecado y a la muerte. 

Jesucristo que venció el pecado con su muerte y resurrección, reanuda ese diálogo. Y es el hombre, que vuelve a encontrar la vida, e inicia una nueva historia con Dios.

Es necesario que en nuestros días reiniciemos nuestra historia; no solamente con Dios, también con el hermano. Salgamos al encuentro de él y experimentemos un caminar diferente. 

Quien vive un encuentro con alguien, puede dar testimonio de él. Nosotros como discípulos del Resucitado y habiéndolo conocido, debemos de dar testimonio del con nuestra propia vida.

Jesús invita a sus discípulos hablar francamente y sin temor. Ante tanta desesperanza, hoy experimentamos el miedo como algo cotidiano. Nos hemos alejado de Dios, somos indiferentes a Él. Pero sale a nuestro encuentro y nos dice: “no tengan miedo” la verdad se manifestará un día. Nos recuerda que no hay que tener miedo a la muerte si denunciamos las injusticias. Dios vela por aquel que desde su fragilidad confía en él. Tengamos la seguridad que Jesús nos reconocerá si cumplimos su Palabra. 

Todo esto lo escuchamos en las palabras que el autor del evangelio de  San Mateo pone en labios de Jesús, en su discurso apostólico. Ninguna “tormenta”, nos puede desconcentrar. Solamente el Señor nos pide que no confiemos en nosotros mismos, para que Él sea nuestra fuerza y así podamos no sólo cumplir su voluntad; sino ser más plenos como hijos de Dios.

 

Paulo I Carvajal Ramos