Recuerdo que en una ocasión sostuve una conversación plática que resultó interesante. Mi interlocutor, era un joven estudiante de ingeniería de un instituto tecnológico. Me refirió lo que suena muy lógico: En mi universidad no se habla de Dios. Parece que no es ni necesario, importante o correcto hablar de él. En clase mi joven amigo tenía un compañero, el cual en la primaria, secundaria y preparatoria asistió a un colegio dirigido por una congregación religiosa, donde diariamente recibía la semilla de la fe. Un día platicando de Dios y la fe, el compañero del protagonista de esta historia, le hizo una confesión: ¿Sabes cuál es el día de la semana que odio y detesto? El lunes, porque durante la primaria, la secundaria y la prepa, en el colegio al que fui, todos los lunes había misa y ¡nos obligaban a ir!

Tal parece que sirvió de poco lo que este joven, educado en los valores de la fe y del evangelio recibió sobre la semilla de la gracia de Dios, fue como si le entrara por un oído y saliera por el otro, porque simplemente no funcionó. ¿Es realmente eficaz y eficiente la palabra de Dios? ¿Qué se necesita para que fructifique abundantemente? 

El que trabaja en la producción de objetos materiales puede ver inmediatamente el resultado de su trabajo. En cambio; el agricultor tiene que esperar pacientemente, pues la formación y la cultura requieren la paciencia del agricultor, no es de extrañarse que Jesús, que utiliza la palabra para formar a sus oyentes, haya tomado tantas imágenes del mundo de la agricultura. Su enseñanza sobre la venida del reino de Dios, tan esperada, no sólo era difícil sino también peligrosa, pues estaba en cuestionamiento la organización social de su tiempo y el estilo de vida de las personas. Además vinculaba la llegada del reino a su propia actividad y persona, lo cual no parecía evidente, a pesar de los milagros que hacía.

No hay que sorprenderse que Jesús, después de un cierto éxito, se sienta incomprendido y entre en crisis, pues eso no le impide seguir anunciando el arribo del reino y enseñar que tendrá lugar a pesar de todos los obstáculos que él mismo encuentra en su predicación. Las parábolas muestran la profunda convicción de que la verdad es capaz de abrirse paso, a pesar de las limitaciones del maestro y de los discípulos. También el sembrador sabe que muchas de las semillas se perderán, pero siembra con la esperanza de recoger un fruto abundante de aquellas que lleguen a germinar, crecer y madurar (Mt 13,1-23).

Parte de la cosecha depende de la calidad de la simiente, en este caso la semilla es la palabra de Dios, misma que es la fuerza de salvación para el creyente. Ella tiene en sí esa fecundidad semejante a la lluvia o la nieve con las que el profeta compara la palabra de Dios (Is 55,10-11). Como ellas, el mensaje hace un viaje de ida y vuelta, desde Dios al hombre y desde el hombre a Dios. La palabra de Dios es siempre eficaz y realiza aquello que Dios quiere.

Él ha enviado su palabra hecha carne al mundo. Jesús anunció a los hombres la palabra y volvió al lado del padre cuando había realizado la misión encomendada. Jesús tiene palabras de vida eterna, que son capaces de nutrir la vida del hombre y ayudarle a dar un sentido a la existencia.

Animados por el ejemplo de Jesús los creyentes, y en particular los ministros de la palabra, siguen anunciando la buena noticia al mundo. La palabra de Dios pone al descubierto nuestra interioridad y nos hace ver si somos hombres-camino por donde pasan todas las noticias sin dejar huella, si somos personas pedregosas sin profundidad, seres de zarzas que ahogan en sí el bien y la verdad, o si por el contrario somos trigo limpio producido por la tierra buena.

¿Quiénes son tierra buena? Los que escuchan y entienden la palabra, los que hacen el esfuerzo por descubrirla y adentrarse en su sentido, pero eso sólo es posible a fuerza de rumiarla y meditarla, convirtiéndola en el nutrimento de nuestra vida. En la Eucaristía la Iglesia nos alimenta en la mesa de la palabra, del cuerpo y la sangre de Cristo para que nosotros produzcamos frutos de vida eterna.

Sea alabado Jesucristo.

José Ramón Reina de Martino