Queridos hermanos y hermanas, a lo largo de los cuatro evangelios nos encontramos con variadas y bellas parábolas con las cuales Jesús explicaba el reino de los cielos; nos referimos a la del grano de mostaza, la semilla que crece por sí sola (Mc. 4,26-29); el que no perdonó a sus compañeros (Mt. 18, 23-35); el trigo y la mala hierba, los trabajadores de la viña (Mt. 20, 1-16), entre otras; pero en este domingo encontramos a nuestra manera de ver las dos más bellas que convertidas en un himno engrandecen la figura de Jesucristo, contemplado como núcleo del reino de los cielos. 

Nos referimos a las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa que produjeron en los protagonistas del Evangelio inmensa alegría y gozo, veamos por qué.

El hombre que caminaba por el campo, al darse cuenta que estaba allí enterrado un tesoro, sin titubear, decidió vender todos sus bienes para comprar ese campo; en efecto, lo adquirió y ese día fue feliz. 

Su felicidad no fue pasajera, sino duradera porque había descubierto que ese tesoro tenía nombre y su nombre era JESUCRISTO. Fue Jesús quien llenó de alegría y nueva vida a ese hombre, los bienes que tenía no habían logrado hacerlo feliz.

Era un hombre rico pero no feliz, era un hombre que lo tenía todo, menos a Jesús, sus bienes eran su seguridad, pero Cristo era su salvación; sus bienes eran su riqueza, pero Jesús era su tesoro; en definitiva las posesiones que tenía nunca lo saciaron, pues sólo DIOS BASTA.

Hermanos y hermanas, sólo Dios basta, sólo Dios es causa de nuestra alegría, lo demás es basura a decir de San Pablo; le da sentido a nuestra vida no obstante nuestra pequeñez, sólo Dios alegra nuestro corazón mientras lloramos.

Sólo Él nos capacita para desprendernos de nuestros bienes, sólo Él nos lanza a la transformación radical de nuestra vida; sólo Él hace estallar nuestro corazón de alegría.

A su vez, el comerciante de perlas finas, vivía conforme con sus posesiones; sus perlitas en plural y en diminutivo eran su tesoro, su vida era comerciar todos los días con ellas, compraba unas y vendía otras, por esta razón no permanecían mucho tiempo en sus manos, el mejor postor se quedaba con ellas y él se desprendía de las mismas sin dolor

Ellas le daban lo necesario para vivir y de esa manera transcurría su vida, hasta que un día encontró una PERLA de mucho valor; de inmediato, vendió sus “perlitas” y compró una sola de gran valor, su nombre es JESUCRISTO, ese hombre decidió quedarse con ella para siempre porque cuando la tuvo en sus manos le causó felicidad, alegría y gozo

Esta perla preciosa, a diferencia de las anteriores, le dio sentido a su vida y no sólo lo necesario para vivir; con esta perla no negoció más, la guardó para sí como su mayor tesoro, y alegre por tal posesión la depositó en el cofre de su corazón.

Hermanos y hermanas, alegría y gozo causa Jesús en nuestra vida cuando descubrimos que Él es nuestro tesoro escondido y nuestra perla preciosa; alegría experimentamos cuando nos hemos esforzado por lograr esta enorme adquisición

Alegría experimenta nuestra alma cuando caminando por el campo nos encontramos con el tesoro escondido que es Jesucristo; alegría siente nuestro espíritu cuando ha adquirido la perla preciosa de la salvación: Jesucristo el Señor.

Para Salomón su tesoro fue la sabiduría que viene de lo alto, para el salmista hacer la voluntad de Dios; para el hombre del campo y para el comerciante del Evangelio, su tesoro fue Jesucristo; ahora, intentemos de nuestra parte determinar bajo la presencia del Corazón Inmaculado de María, cuál es el nuestro tesoro a la luz de la bella expresión pronunciada por Jesús.

“Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón (Lc. 12, 33- 34)”.

Ernesto León D.