Cuenta una historia, que en cierta población había una gran inquietud por la escases de lluvia. Es más, hacía mucho tiempo que no llovía. Semanas. Quizás meses. El párroco de esa comunidad al notar la preocupación de la gente, convocó a una hora de oración para implorar la lluvia al dador de todo bien. 

Pedía sólo una condición. Rezar con fe. Y sugirió que cada uno de los que participaran llevara consigo un signo de fe. El día convenido y la hora llegaron. El pueblo se reunió. Rezaron con fe. Y al final de la oración, ¡sucedió! ¡Comenzó a llover! 

Emocionado el párroco pidió a la asamblea que presentara el signo del que habían echado mano en su oración. Uno a uno lo fueron mostrando: Estampitas, medallas, escapularios, imágenes, finalmente tocó el turno a una niña pequeña. Ocho o nueve años. Ella muy resuelta metió la mano debajo de la banca, sacó un paraguas al tiempo que decía con firmeza: “Como yo sabía que Diosito nos mandaría la lluvia, traje con qué taparme”. Sobra decir que sólo ella llevaba paraguas. Tenía la seguridad de que su oración con fe iba a ser escuchada.

Orar con fe

El Evangelio de este domingo mueve a la esperanza. Dios escucha nuestra oración si es insistente. Se dice que San Juan María Vianney –el santo Cura de Ars– en cierta ocasión tuvo un encuentro con una señora, que se le acercó para pedirle oraciones por un familiar en estado de salud muy grave. 

Ella, con su familia y el enfermo, rezaban un novena. Le pedía al santo que se uniera a ellos. El cura de Ars respondió a aquella mujer: “Pueden rezar todo lo que quieran, pero dudo que Dios haga algo, porque en esa casa hay menos fe que en un establo de caballos”. 

Rezar sin fe es como no hacerlo, porque negamos de entrada la posibilidad de que Dios nos escuche. Sería confundir y reducir la oración a una especie de magia. Pronuncio una fórmula y espero que inmediatamente surta efecto para acabar con el mal que me aqueja. Pero para orar, hay que tener fe. Se trata de establecer una relación de comunión plena y profunda con Dios. Jesús al realizar el milagro que nos reporta Mateo, alaba a la mujer cananea diciendo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

Orar con perseverancia

Porque la mujer tiene fe, Jesús se deja vencer por ella. El catecismo de la Iglesia católica en su cuarta parte “la oración cristiana”, señala como primera característica de la oración cristiana, el esfuerzo. 

No hay oración sin esfuerzo. Se trata de emprender “el combate de la oración”. Y a la letra dice: “La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate”.

¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios”. 

Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El ‘combate espiritual’ de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración”. 

Además de ganar el combate contra los engaños del demonio: desaliento, la resignación y el desánimo, la oración conlleva un sacrificio que Dios permite para que podamos doblegar su voluntad. Tertuliano dice que la oración es la única arma con la que podemos vencer a Dios.

Orar con seguridad

Sin duda alguna, además de la fe y la perseverancia de la mujer, llama la atención la seguridad con la que ella se dirige a Jesús. Incluso cuando parece que Jesús la desprecia. 

El motivo es porque su deseo es muy grande. Sabe que Él puede hacer grandes cosas, y lo que pide no representa ninguna dificultad para el Maestro. 

Basta que Él lo diga, y todo quedará resuelto. Eso poco que Jesús puede dar, para la mujer representa –y es–  muchísimo. La liberalidad del gesto de Jesucristo fácilmente nos hace considerar la Eucaristía. 

En un trozo pequeño de pan se nos entrega, no las migajas, sino el propio cuerpo del Señor. Todo Él se nos da, sin medida, superando infinitamente cualquier expectativa y satisfaciendo plenamente cualquier necesidad. Que nuestra oración sea una súplica  confiada para recibir la gracia de Dios.

Sea alabado Jesucristo