Este domingo XXIX del tiempo ordinario iniciamos en la segunda lectura con la Primera Carta de San Pablo a la Comunidad de Tesalónica. Esta carta es prácticamente el primer escrito del Nuevo Testamento. 

Es el reflejo de una nueva comunidad que nace de aquellos hombres y mujeres que siguen al Resucitado, movidos por el Espíritu, dejando a un lado sus mezquindades. Viven unidos en amor fraterno y en espíritu de generosidad. 

Su mirada estaba puesta en el mundo nuevo que iba a comenzar con el regreso del Resucitado.  

En el saludo de la carta, Pablo evoca con alegría el éxito del Evangelio entre los gentiles de Tesalónica. Han abandonado a sus ídolos. 

El Profeta Isaías en la primera lectura nos lleva a descubrir que Yahveh es el único Dios. Y nos recuerda que no hay otro dios fuera de Él. 

Y que Él está siempre a favor del hombre. Dios para mostrar su misericordia, muchas veces actúa a través de aquellos que aunque son paganos son favorables para sus planes. 

Ciro no conocía a Yahveh, pero lo ha elegido para un fin muy concreto: la liberación de Israel. Dios rompe nuestros parámetros humanos para mostrar su misericordia. 

Llama a Ciro, sin-Dios, que para nosotros sería descartado para realizar la liberación del pueblo de Israel. 

Con esto podemos entender que para descubrir los planes de Dios, tenemos que dejar nuestros parámetros humanos y pensar como Él y entregándonos a Él sin condiciones. 

Hoy más que nunca el hombre tiene que aprender a pensar desde Dios, dejar su raciocinio, su mezquindad, sus intereses  personales. 

Para esto debemos de unirnos más a Él. Y esto lo podemos hacer viviendo una comunión de amor con Él por medio de la oración.

Tributo al César

El Evangelio nos habla del tributo que debe de pagarse al Cesar. Los fariseos (entre los judíos, son  miembros de una secta que afectaba rigor y austeridad, pero en realidad eludía los preceptos de la ley y, sobre todo, su espíritu) tienden un trampa a Jesús. 

La respuesta que dé le pondrá frente a los romanos o frente al pueblo, que es hostil al pago del impuesto. 

Jesús salva la trampa serenamente, elevando la discusión y señalando la denuncia entre el plano en el que Él se mueve y plena no de los soberanos de la tierra.

Las palabras de Jesús acaban con la trampa que le han tendido sus enemigos. Les hace ver su malicia. 

Luego de preguntarles a quién pertenecía el rostro de la moneda y recibir la respuesta “del César”, la sentencia de Jesús es, pues den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Recordemos las palabras de San Hilario: “Conviene por lo tanto que nosotros le paguemos lo que debemos, esto es el cuerpo, el alma y la voluntad. La moneda del César está hecha de oro, en donde se encuentra grabada su imagen; la moneda de Dios es el hombre en quien encuentra figurada la imagen de Dios, por lo tanto dad vuestras riquezas al César y guardad la conciencia de vuestra inocencia para Dios”.

Podríamos preguntarnos este domingo: ¿Mi proceder en mis compromisos humanos y espirituales son coherentes? Y ¿Estos compromisos me hacen ser más auténtico?