Celebramos una vez más el día del Señor, el domingo, en el que nos convoca como su familia para ser partícipes de su Palabra y de su Cuerpo, especialmente en el Eucaristía. La Palabra que escuchamos en este día nos interpela profundamente en la que meditamos cómo Jesús hace una aclaración de términos, en torno al verdadero servicio y el reconocimiento del auténtico guía de la persona, Dios mismo, que quiere encaminarlo a la verdad, y a su plena y eterna felicidad.

Tanto Jesús, como el profeta Malaquías, nos presentan actitudes y maneras de hacer que destruyen la confianza y la fraternidad que ha de haber dentro de las comunidades cristianas. 

Pero también en el interior de la vida familiar o social. Por eso, aquí se nos ofrece una invitación a reflexionar sobre cómo ejercemos los servicios y responsabilidades en todos los ámbitos en qué nos movemos. 

Con un estilo que nos recuerda al Sermón de la Montaña (Mt. 5), Jesús nos dice que “nosotros”, es decir, todos los creyentes, hemos de ser y de actuar de manera diferente a como suelen actuar los fariseos y los escribas. 

Y nos va dando ejemplos concretos: nuestro mayor deseo ha de ser el de servir; nuestra comunidad debe tener como objetivo ser verdaderamente fraterna, de hermanos y hermanas que sabemos que nuestra mayor dignidad es ser hijos e hijas del mismo Padre, evitando siempre de tratarnos como señores unos y súbdito los demás. 

Esta debe ser la manera de obrar, que es la que puede ser reveladora del Padre y constructora del Reino, y por consecuencia de un mundo más humanizado. 

Por eso la Palabra de Dios, que escuchamos en este domingo, nos recuerda que no sólo es importante lo que decimos o predicamos con los labios, sino también cómo lo decimos y cómo damos testimonio con nuestra vida, actitud y manera de relacionarnos con las demás persona 1. 

Contra la incoherencia

Por eso Jesús señala enfáticamente que no estuvo de acuerdo con la incoherencia, con decir una cosa y hacer otra. Más aún, desenmascara la desfachatez de exigir a otros que hagan lo que uno mismo no está dispuesto a cumplir ni en el más mínimo detalle. 

Además, se deja suficientemente claro que cuando alguien quiere ser importante de manera inadecuada –y con intenciones torcidas– termina haciendo de la apariencia y de la hipocresía sus características principales.

Los discípulos, que somos todos lo que formamos la Iglesia, si queremos construir una auténtica comunidad cristiana, y más aún una mejor sociedad, debemos considerarnos y comportarnos como hermanos. 

Desde esta perspectiva no es malo que existan maestros, guías, instructores, gente que tenga actitudes de padre, el problema surge cuando estas funciones comunitarias se quieren ejercer al margen de la verdadera fraternidad. 

Cuando alguien enseña y guía sin tomar en serio su responsabilidad de hermano con mucha facilidad cae en actitudes dictatoriales. Sólo Dios y Cristo son El Maestro, El Padre, El instructor; quien tenga responsabilidad comunitaria en estos ámbitos desempeñará mejor su función sólo en la medida que la desempeñe con los criterios de Jesús 2. 

Ciertamente el ser humano tiene naturalmente el deseo profundo de ser importante; no lo podemos negar, hay que aceptarlo con naturalidad. El problema con el que nos enfrentamos, es que con mucha facilidad nos equivocamos en el momento de elegir el modo. 

Si alguien quiere ser importante como nos dice Jesús, se debe caracteriza por servir, el mismo Papa Francisco reflexiona, que el poder se debe convertir en servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados. 

Todo servicio debe tener como fundamento que somos hermanos y que la referencia para desempeñarlo adecuadamente es el comportamiento de Jesús y la paternidad amorosa de Dios. 

Porque Jesús es el verdadero Maestro, que nos enseña a poner en práctica su Palabra, él es de los que enseñan y hacen. Él es lo opuesto de los maestros reprochados en el fragmento de hoy, Jesús acompaña y guía sus discípulos, que somos todos nosotros, se interesa porque aprendamos a caminar en la verdad y en el auténtico servicio, nos hace conocer a Dios, el verdadero Padre, y nos hace conocernos a nosotros mismos. 

Estimados hermanos, que el Señor Jesús, que hace presente para nosotros su sacrificio redentor en cada Eucaristía, nos haga todos en la Iglesia y en la sociedad crecer en el espíritu de fraternidad, de humildad y de servicio, como él mismo tan espléndidamente nos lo ha enseñado. ¡Feliz Domingo!

1 Actualidad Litúrgica, No. 259, p. 25.
2 Tapia Bahena, T., Del encuentro con Jesucristo a la misión, Ed. OMPE, 254-255.