El hombre, desde que ha empezado a tener conciencia de su ser, de su humanidad, siempre se ha preguntado acerca de los grandes temas de la existencia. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es la finalidad de mi existencia? ¿Qué pasa después de la muerte?

Estas preguntas que han dado origen a la Filosofía, y de alguna manera a la investigación científica, se han ido respondiendo de diversa manera, en el tiempo y en el espacio, tomando diferentes matices, pero con elementos comunes, aunque también con algunos contradictorios. 

Sin embargo, un elemento que es común en todas las culturas y religiones es la creencia en una vida después de la muerte, explicada de diversas maneras, pero al fin y al cabo una existencia posterior.

Para el cristianismo, esta existencia después de la muerte, es un elemento fundamental de nuestra fe, pues la esperanza de la vida eterna encuentra su raíz en la Resurrección misma de Cristo. Dice San Pablo: “Porque si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe”.

Las lecturas que se nos presentan este domingo, nos llevan a una reflexión sobre la plena realización del Reino de Dios, que Cristo ha venido a inaugurar y que llegará a su pleno cumplimiento en la eternidad. 

Se nos presenta a través de diferentes figuras, por ejemplo, el Evangelio de este día nos presenta este Reino como un banquete, concretamente una fiesta de bodas. 

Este signo ha sido siempre en la literatura bíblica, una de las figuras más elocuentes para significar el encuentro definitivo del hombre con Dios. 

También el profeta Isaías dice: “En aquel día, el Señor preparará en este monte un festín de manjares suculentos, un banquete para todos los pueblos”, es más, este banquete significará la aniquilación total de la muerte.

Sin embargo, en este domingo, no sólo debemos considerar la plena realización de este Reino de Dios, sino también las condiciones necesarias para poder acceder a él.

En las Escrituras 

En el Evangelio, Jesús nos ofrece una parábola: diez jóvenes que están esperando el momento en que llegue el esposo, sin embargo cinco de ellas están debidamente preparadas y cinco no. 

Las preparadas han entrado al banquete, las otras no, ¿Qué les faltaba? El Evangelio nos presenta un signo muy concreto, les faltaba el aceite con el cual mantener la lámpara encendida.

Y, ¿qué significa este aceite en la vida del cristiano? San Agustín y otros autores dicen que este aceite significa el amor, que se recibe como don, que no se compra, que se conserva en la intimidad y que se expresa mediante las obras de caridad. 

Esto nos recuerda a otro autor, San Juan de la Cruz, el cual dice que “en el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados por el amor”, es decir, el criterio de juicio será sobre la capacidad que tuvimos de amar a Dios y a los hermanos.

La sabiduría de la que nos habla la primera lectura de este domingo, es precisamente esta, que nosotros tengamos la capacidad de descubrir la importancia de aprovechar el tiempo presente, que nuestra estancia en este mundo es temporal, que cada día vamos caminando hacia la eternidad y que por lo tanto, la oportunidad para mantener nuestra lámpara encendida es el día de hoy, porque cuando pasemos de este mundo al Padre ya no podremos hacer más, dicho de otra manera, que para poder amar a Dios y a los hermanos, no tenemos otro día, sólo el día de hoy (cfr. Santa Teresita del Niño Jesús).

De ahí que es indispensable pedir al Señor todos los días que nos conceda que el aceite de su amor no se agote en nosotros, que la soberbia y el egoísmo no destruyan en nosotros la capacidad que Dios ha infundido en nosotros de amar.

Que el Espíritu Santo mantenga encendida nuestra lámpara, y que nos de la sabiduría para comprender que el amor que hoy le hayamos negado a nuestros hermanos, ya no lo podremos recuperar después.

Que nos animen las palabras mismas de Jesús: “Lo que no hiciste con uno de estos insignificantes, conmigo no lo hiciste (…) Lo que hiciste con uno de estos más insignificantes, conmigo lo hiciste”.

Que el Señor nos conceda mantener encendida en nosotros la lámpara del amor, y si de repente sentimos que el aceite se nos agota, que tengamos la capacidad de decirle: “Señor, ¡llena siempre nuestra lámpara, con el aceite de tu amor!”