Después de la muerte de San Juan Pablo II abundó en todo el mundo información sobre la vida del santo. Cada libro, cada documental presenta abundante información sobre un ser humano excepcional. Hemos tenido así la oportunidad de contemplar la obra de Dios, en un hombre que hizo de Cristo toda su vida.

Recuerdo particularmente un documental presentado por la cadena inglesa BBC. En mi entender esa televisora no era muy afecta al Papa. En diferentes ocasiones escuché algunos comentarios no muy gratos a propósito del pensamiento y de las enseñanzas de sucesor de Pedro. 

Sin embargo, en ese documental hubo una frase que me emocionó mucho. El presentador decía –al final de la historia– “cuando Karol Wojtyla llegó a este mundo, se encontró con una realidad muy concreta (Revolución Rusa, Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial, el bloque comunista) ochenta y cinco años después, al salir de este mundo, nos dejó una realidad diferente”. 

Y muchos de nosotros somos testigos de las grandes transformaciones obradas por este hombre extraordinario, con la ayuda de la gracia de Dios.

El Evangelio de este domingo, que mantiene la tendencia escatológica (las realidades últimas que todos debemos afrontar: muerte, juicio, salvación o condenación), nos ilumina sobre el gran equilibrio que existe entre la vida venidera y el tiempo presente. 

Por una parte, no debemos olvidar que este mundo es transitorio, por otra se nos indica la relevancia, de cara a la eternidad, de todo lo que hacemos en esta vida. Al final de nuestra vida compareceremos ante nuestro Creador. 

No podemos presentarnos sin más, con los brazos cruzados pretendiendo recibir la salvación, sino con los brazos abiertos cargando los frutos que en esta vida hayamos producido. 

“Llamó a sus servidores; les encargó sus bienes”

Así comienza este pasaje del Evangelio de Mateo que hoy consideramos. El dueño de los bienes se los encarga a las personas que sabe que no le van a fallar. Mira tu vida, tu existencia. Es valiosa. 

En ti, nuestro Señor ha derramado su gracia y te ha bendecido con abundantes dones: talentos, capacidades, aptitudes. Se trata de descubrir, ser consciente, de esa realidad. 

No mirando lo que los demás tienen. Sino lo que tienes tú. Sin caer en la tentación muy extendida de pensar que con lo poco que eres no vale la pena hacer nada porque tu acción va a tener consecuencias muy limitadas. 

En justicia, y total humildad, reconoce lo que de Dios has recibido, y la deuda de amor que adquieres con Él. Así nos lo sugiere José Tissot cuando dice: “El orgullo pretende tener todo de sí mismo y lo atribuye todo a sí mismo; la humildad recibe todo de Dios y atribuye todo a Dios; por consiguiente, cuanto más ella recibe, más grande es, pues más puede devolver”.

“Fue enseguida a negociar con ellos”

Una vez consciente de que lo que tienes –que no es poco– lo has recibido de Dios, lo que sigue es ponerte a trabajar para que fructifique. Se trata de encontrar el sentido de tu vida. 

¿Para qué me ha dado Dios este talento? ¿Qué debo hacer en la vida que valga la pena? Respondiendo a estas preguntas con sinceridad podrás no sólo dar gloria a Dios con tus buenas obras, sino que además te realizarás plenamente. 

Es una labor ardua. Merece esfuerzo, dedicación y perseverancia que bien vale la pena. El ser humano que no se empeña en esta empresa vive frustrado. 

En su libro Los cuatro acuerdos el doctor Miguel Ruiz nos hace ver, que incluso en el plano meramente humano, esforzarse por dar lo mejor de uno mismo, es lo propio del ser humano que quiere vivir en equilibrio y en paz. Y lo deja establecido diciendo “haz siempre lo máximo que puedas”.

“Te felicito siervo bueno y fiel”

Una vida que fructifica es una vida digna de un hijo de Dios. Nuestro Señor, que ha sembrado en nosotros la semilla de la gracia, está a la espera de que produzca un fruto abundante. 

La parte que te corresponde realizar quedará inconclusa si tú no pones manos a la obra. Madre Teresa de Calcuta, que llenó sus manos con obras de amor y al prójimo decía: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”. 

Tu vida es valiosa a los ojos de Dios. Sal de tu zona de confort y realiza el plan que Dios tiene para ti.

Sea alabado Jesucristo.