De personalidad reservada, apenas entregaba algunos indicios para conocerle; más, no. Acaso palabras sueltas producto del diálogo en sí; lo demás era pieza de miradas, tristes, profundas y otras tantas fuera de todo destino, una vida “que a media noche, llora de hambre”, a la César Vallejo, bien pudiera decirse.

Como la mayoría de los poetas iberoamericanos de su generación, comenzó a escribir bajo la sombra modernista, más por la moda que imperaba en círculos literarios que por convicción con las formas y rigor que suponía el movimiento que disfrutaba de últimos momentos de importancia.

Hombre discreto, César Abraham Vallejo Mendoza comenzó a publicar algunos versos sueltos en revistas de Perú poco antes de cumplir los 20 años de edad, encumbrado por dicha estética, la cual –irremediablemente– terminaría por ceder espacio a las vanguardias e intereses europeos al término de la Primera Gran Guerra.

Explota las diversas caras del soneto y si bien por momentos ajusta por demás sus líneas, se mantendrá desde el octosílabo hasta el alejandrino, hábil versificador, aunque el uso de rimas consonantes quedará establecido como su rango de trabajo todavía en madurez.

Nacido en marzo de 1892 en la comunidad de Santiago de Chuco, enclavada al norte de Perú, su lírica obedece a conflictos de carácter personal que terminan funcionando a manera de “espejo”. Así, el desamor, muerte, soledad y lejanía son tópicos arraigados en su producción, sumando desarraigo y temor por el futuro, factor temporal que también será tratado por el poeta.

Sin embargo, uno de los elementos que César Vallejo aborda con mayor fuerza es aquel de Dios que todo lo malo permite, reclamo constante que prefigura hechos importantes para éste. Por ejemplo, en “Los heraldos negros”, texto que da nombre a su primer libro lo acentúa al grado de atribuir que las tragedias son culpa de su odio, indolencia cotidiana bajo resignación y fe.

Para 1918 –cuando se publica el poemario–, Vallejo ha experimentado la muerte de su madre, “doblándolo” en lo emocional y si bien se ha querido ver en este hecho causal para escribir el soneto, testimonios de gente cercana lo atribuye a asuntos familiares no revelados.

Aunque “Los heraldos negros” figura entre los versos más conocidos, atributos modernistas terminan por asfixiar todo el compendio, forzando a “estirar” rimas y por momentos sus referentes son comunes. No obstante, desde éste quedará establecido que no es un autor fácil, al contrario, domina el oficio y utiliza términos en lugares idóneos, facultad que lo proponen como ávido lector.

En este sentido, para “Trilce” –segundo material– ya es escritor maduro, pese a ser dado a conocer en 1922, cuatro años después de “Los heraldos negros”. Lapsos prolongados serán parte de su poética con el tiempo, silencio que lo aproxima con el mexicano José Gorostiza quien en vida apenas dio a imprentas dos libros “Canciones para cantar en las barcas” y “Muerte sin fin”, con 14 años de diferencia.

“Trilce”, juego de palabras, es su obra principal, pues comienza a separarse de la escuela previa y opta por “liberar” estrofas y contenido hasta dotarlos de intensidad temática. Inclusive, se atreve a prolongarlas no escatimando sujetos, aunque todavía se nota su predilección por la rima, en este caso ya será asonante sin rigor acostumbrado.

Justamente, César Vallejo entregará dos libros más “Poemas humanos” y “España, aparta de mí ese cáliz”, en los cuales pesadumbre y tristeza serán elementos fundamentales. En la lírica hispanoamericana su obra es reconocida por su intensidad y buen conocimiento de las formas, situado entre quienes optaron por romper esquemas y adecuar las vanguardias.

Su activismo político lo impulsaron a viajar a Europa para radicar entre España y Francia al comienzo de los años treinta del siglo pasado. Precursor de ambientes culturales y la “bohemia”, el peruano fue amigo Rafael Alberti y Federico García Lorca, entre otros, aunque fallecerá en París por una enfermedad mal tratada en abril de 1938.

Sumido en la pobreza –apenas tenía para vivir al día– su obra tuvo que ser rescatada décadas después ante el desconocimiento que sufrió de generaciones siguientes, que vieron en él hábil poeta de leguaje hermanado, aunque la crítica se ha encargado de valorizarlo como ícono americano del siglo pasado, lugar que supo ganarse a solas.