Convertirse, he aquí la palabra clave de este domingo tercero del tiempo ordinario. Los ninivitas, ante la predicación amenazante de Jonás, hacen penitencia y se convierten. 

Jesús, según el Evangelio de Marcos, comienza su predicación en Galilea invitando a la conversión: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. En la segunda lectura se nos señalan las consecuencias de la verdadera conversión, porque el verdadero convertido vive con la conciencia de que la apariencia de este mundo pasa.

Dios quiere la conversión

Puesto que Dios ama al hombre y desea que éste sea feliz, quiere que se convierta y viva. Convertirse significa dejar el camino equivocado de una felicidad aparente y enderezar los pasos hacia el camino del bien, de la verdad y de la plenitud. 

Esto es lo que hicieron los ninivitas cuando Jonás predicó en su ciudad la destrucción a causa de su mala conducta. 

Esto es lo que hicieron igualmente Pedro y Andrés, Santiago y Juan cuando Jesús les llamó a su seguimiento: dejando el camino en el que se encontraban, siguieron el de Cristo. 

En la vida de la Iglesia, el bautismo es el lugar de la conversión primera y fundamental; pero la llamada de Cristo a la conversión, a impulsos de la gracia, sigue resonando en la vida de los cristianos, como tarea ininterrumpida de penitencia y renovación. (cf. CIC 1427-1428).

Conversión, fe, seguimiento

La conversión es a la vez una llamada y una respuesta. Dios nos llama a convertirnos y el hombre responde con la conversión, gracias al don de la fe. En base a la fe en Dios, el hombre se convierte y vive la experiencia nueva de vivir orientado hacia Él. 

La fe que previene la conversión, también la acompaña y la sigue para dar frutos de conversión en la conducta y vida diarias. 

Una conversión sin el acompañamiento de la fe no sería otra cosa sino un puro y momentáneo sentimiento, un “fervorín” suscitado por una experiencia fuerte. 

Es decir, se reduciría a algo superficial y desprovisto de futuro. Sin embargo, cuando la conversión se funda en la fe y es acompañada por ésta, entonces lo más natural es que culmine con el seguimiento: ir pisando las mismas huellas de Cristo en el camino de la vida. 

En tiempo de Jesús, eran los discípulos los que escogían al rabino o maestro; Jesús hace al contrario: es él quien elige y dice a sus elegidos: sigue mis pasos, camina tras mis huellas. Así serás mi verdadero discípulo.

¿Por qué convertirse? 

San Pablo en la segunda lectura nos lo dice: “El tiempo se acaba... la apariencia de este mundo está a punto de acabar”. 

En otros términos, convertirse implica un doble motivo: primeramente, la conciencia de que este mundo no es eterno, es más bien efímero y pasajero, y en segundo lugar, la convicción de fe de que sólo Dios ha vencido el tiempo, no pasa, vive en el reino de lo eterno. 

La fugacidad de la vida humana y la eternidad de Dios, Padre rico en amor y misericordia, son dos verdades complementarias con las que se debe motivar toda verdadera conversión. Si hubiese otros motivos, habrá que pensar que son espurios y por tanto no dignos de consideración. 

¿Es necesario convertirse? En el mundo y la mentalidad actuales, hay muchos que están alejados de Dios, adoptan comportamientos inmorales en el ámbito familiar o profesional, son extraños a la vida de la comunidad parroquial o eclesial y con todo se creen que llevan una vida buena, que carecen de toda culpa, que no hacen mal a nadie, y por consiguiente que no tienen necesidad de conversión. 

¿De qué habrá de convertirse cuando el hombre cree estar en el buen camino? Este es el verdadero drama de nuestro tiempo. 

La lujuria no es un pecado, simplemente es una evasión; el drogarse es en unos casos una necesidad, en otros se presenta como una exigencia del medio ambiente juvenil. 

El murmurar o calumniar al prójimo es un convencionalismo social o un requerimiento del propio medro.

La infidelidad matrimonial se reduce a una “escapada” sea en la realidad sea en los sueños. Quienes así piensan y actúan no ven necesidad alguna de convertirse, porque su comportamiento es “normal” y es aceptado socialmente. 

¿Qué es lo que ha pasado en la Iglesia, entre los cristianos, para que muchos hermanos nuestros en la fe actúen de esta manera? Merece que examinemos a fondo este punto, no sea que incluso los mismos sacerdotes estén pensando que la conversión no les atañe ni tienen necesidad alguna de ella.

Sea alabado Jesucristo.

José Ramón Reina de Martino