El texto evangélico de este domingo sexto del Tiempo Ordinario, nos narra sobre la actitud de Jesús ante la marginación social y religiosa que representaba el drama de la lepra en el antiguo Israel. 

Este texto, tomado del primer capítulo del Evangelio según San Marcos, representa en la narración el tercer milagro obrado por Jesús. Después de liberar del poder del maligno y de la enfermedad, ahora Jesús libera de la exclusión social.

Los actos de Jesús para el evangelista Marcos, sobre todo los milagrosos, no son sólo signos del reino presente, sino también su modo de enseñanza más importante. 

Las palabras, los gestos y las acciones de Jesús narradas en el texto nos sirven para aprender a actuar como él.

La impureza legal de la lepra

Así como nos narra el Libro del Levítico (Lv. 13, 1-2.44-46), toda persona que contrajera la lepra se convertía inmediatamente en un marginado social. 

Era el sacerdote quien certificaba tanto la enfermedad como la posible curación, debido a que la lepra era regulada por las normas de pureza e impureza del pueblo. 

Dicha marginación tenía un fuerte tinte religioso, ya que toda “impureza” significaba un alejamiento ritual de Dios, más para quien era declarado impuro, como es el caso de un leproso. 

En la primera lectura se detallan los elementos de esta marginación: andar harapiento y despeinado, con la barba tapada, viviendo en la soledad fuera del campamento y gritando: “¡Impuro, impuro!”

El leproso del relato de Marcos sabe su situación. No obstante, creyendo que Jesús puede curarle decide acercarse a él, saltándose los códigos sociales e implorándole que le sane. 

Su actitud y sus gestos, como ponerse de rodillas, expresan no sólo su impotencia ante la situación que vive, sino más bien la fe con la que decide suplicarle al Señor que le ayude.

Quiero: queda limpio

Ante el drama social y religioso de la lepra, Jesús no pasa indiferente. Movido por la compasión, es decir, poniéndose en el lugar de quien es considerado como un estorbo social y que por su enfermedad está impedido de expresar ritualmente su fe, se acerca al enfermo marginado. 

Sus palabras, pero sobre todo sus gestos, hablan de su empatía ante el drama personal de aquel leproso.

El evangelista indica que sintiendo lástima, extendió la mano y le tocó. El primer movimiento de Jesús no fue ni la curación ni un sermón ético, sino el acercarse a aquel que había olvidado lo que era el contacto humano, la cercanía de los otros, el cariño expresado por el tacto y toda expresión que indicara acogida por los demás. Jesús también se salta las normas sociales y toca a quien tenía prohibido tocar.

Finalmente, junto con la expresión de su deseo de verlo sano, Jesús le indicó cómo volver a reintegrarse a la vida social y religiosa del pueblo. Ya no sería más un enfermo, ni tampoco un marginado.

“Si quieres, puedes limpiarme”

La súplica del leproso a Jesús sigue siendo actual en nuestro tiempo. Muchas personas viven de rodillas a causa de situaciones que les llevan a la marginación y a la apatía social. 

No será el drama de la lepra, pero sí otros que hacen ver a los demás como no “dignos” de pertenecer al grupo social o cultural. 

El drama del leproso era algo devastador, puesto que no podía siquiera acercarse a quien representaba la solución a sus problemas, es decir, a Dios. La marginación socio-cultural llegaba hasta exclusión religiosa.

Nos toca, pues, asumir el modo de vida de Jesús, como diría San Pablo en la primera carta a los Corintios (1 Co. 10,31-11,1): hacer todo para la gloria de Dios. 

La lucha contra la marginación y la exclusión inicia con una actitud: la compasión. Pero debe seguirle el acto que lleve a esta actitud a su plenitud: acercarnos y “tocar”. 

Tocar la realidad de los demás y colaborar con ella con lo que somos y tenemos. A veces lo que hace falta es solamente un gesto cercano y cariñoso.

Octavio Sánchez