El pasado miércoles 14 de febrero hemos dado inicio al tiempo litúrgico de la Cuaresma. El Papa Francisco en su homilía del Miércoles de Ceniza, nos recuerda muy bien cuál es el sentido de este tiempo de gracia: “El tiempo de Cuaresma es tiempo propicio para afinar los acordes disonantes de nuestra vida cristiana y recibir la siempre nueva, alegre y esperanzadora noticia de la Pascua del Señor. La Iglesia en su maternal sabiduría nos propone prestarle especial atención a todo aquello que pueda enfriar y oxidar nuestro corazón creyente”.  

Y al descubrir con sinceridad todo aquello que no es propio de la vida cristiana, se nos ofrece además la oportunidad de mirar a Cristo y decidir entregarle nuestra vida y corazón. Se trata, pues, de permitir a nuestro corazón latir al de Jesús, y ser salvados por Él.

El hombre necesita salvación

Este es el resumen del mensaje revelado por Dios, y la gran búsqueda del ser humano. El hombre que entra en su interior con sinceridad, descubre en sí unos impulsos que lo dominan, unas cadenas que le sujetan y no le dejan respirar libremente ni volar a las alturas que ardientemente anhela. 

El hombre, aherrojado en sí mismo y en la cárcel de un mundo hostil, busca una mano amiga, busca un redentor, un salvador, que rompa sus cadenas, para alcanzar el amor, la verdad,  la vida. 

La Biblia nos enseña que hay un solo y único Salvador, que es Dios, que nos ofrece su salvación en Jesucristo. Ante el mundo caótico y pecador de los orígenes, Noé es salvado por Dios y con él, como un nuevo Adán, recomienza Dios una creación nueva, cuyo centro será el respeto a la vida. 

Este nuevo Adán y esta nueva creación son figura e imagen del novísimo Adán, que es Jesucristo, y de la novísima creación, cuyo centro es la vida nueva, vida de gracia, implantada por la muerte y resurrección de Cristo, y de la que el hombre participa mediante el bautismo. 

En efecto, “el misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, ‘al principio Dios creó el cielo y la tierra’: desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo (CEC, 280)”.

Características de la salvación

Es universal. El Dios creador de todas las cosas y de todos los hombres, desea también la salvación de todos. 

Hay, pues, un llamado universal a la salvación. El diluvio (primera lectura), que es como una negra nube sobre el cielo de la salvación, cesa por obra de Dios, que hace resplandecer el arco iris como signo de la alianza salvífica de Dios con la humanidad entera y con toda la creación. 

Jesucristo nos llama a la salvación invitándonos a entrar en el Reino de Dios por la puerta del bautismo; una puerta abierta a todos, sin excepción, ya que por todos Cristo ha muerto y ha vuelto a la vida. 

El descenso a los infiernos (segunda lectura), es una manera simbólica de expresar la universalidad de la salvación aportada por Cristo, que se extiende no sólo al presente y al futuro, sino al mismo pasado de la humanidad desde sus mismos orígenes.

Es cierta. Dios es fiel. Es indudable. Ahí se apoya nuestra seguridad de alcanzar la salvación. Con la certeza con que aparece el arco iris al salir el sol después de la tormenta, con la certeza con que Cristo ha muerto y resucitado, con esa misma certeza se nos ofrece la salvación de Dios. 

Nada ni nadie podrá arrancárnosla, como ninguna ley natural podrá borrar el arco iris del cielo ni ninguna ideología hará desaparecer la presencia histórica del Señor Crucificado.

La respuesta del hombre

San Marcos resume en dos palabras la respuesta que Jesús espera del hombre ante la presencia del Reino y la oferta de salvación: conversión y fe. “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio (Mc. 1,15)”. 

La conversión cristiana es conversión a la persona de Jesucristo, es decir, dejar otros caminos, por muy atractivos que aparentemente puedan resultar, y tomar el camino de Cristo. 

Igualmente, la fe con la que somos invitados a responder, no es sólo una fe humana, ni una fe puramente “religiosa”, sino fe en Jesucristo, es decir, en su vida y en su doctrina como camino de salvación para el hombre. 

Una fe que no está unida al misterio de Cristo o que no conduce a Él, es una fe insuficiente, que necesita ser completada e iluminada por la verdadera fe en Cristo Jesús.

Sea alabado Jesucristo.

José Ramón Reina de Martino