“Dios nos muestra su amor y su misericordia, Dios nos da la vida”. En esta frase podemos sintetizar las enseñanzas que nos dejan las lecturas en este cuarto domingo de adviento.

El antiguo pueblo de Israel ve y encuentra la actuación de Dios en medio de su propia historia y de los acontecimientos del propio pueblo. Esto nos lo encontramos en la experiencia de liberación de la esclavitud de Egipto. Una experiencia fundante y que Israel recordará año tras año. 

También nos lo encontramos en los profetas, aquellas personas que ponen la mirada y la palabra de Dios en medio del mundo. Y hoy, en la lectura de Crónicas, y en la figura de Ciro, nos encontramos con el instrumento de Dios que va a posibilitar el regreso de los judíos a su propia tierra. Un regreso que les va a aportar seguridad y futuro.

Esta presencia de Dios en el mundo y en la historia no se queda encerrada en estos acontecimientos o en otros semejantes sino que alcanza su plenitud en la figura de Jesucristo. 

Es Jesús quien, con su vida y su entrega, nos habla de Dios y de su amor hacia el ser humano y todo lo creado. No podemos olvidar que el sí definitivo de Dios a la vida en la resurrección de Cristo es el sí a todo lo que fue la vida de Jesús. 

Y este no hizo otra cosa que apasionarse por un “Reino” en el que todos tuviesen vida, y trabajar para que esto se hiciese realidad; no hizo otra cosa que ponerse del lado de aquellos que eran apartados o marginados por su condición de pecadores, por su condición social y luchar para que fuesen acogidos, cuidados y respetados; no hizo otra cosa que oponerse a las leyes o costumbres cuando estas oprimían a las personas. Por todo esto, lo mataron. Y por todo esto, la entrega de Jesús en la cruz y la resurrección nos hablan de salvación y de vida.

En este tiempo de cuaresma que estamos viviendo, Jesús nos sigue invitando a ser instrumentos de su amor en medio de nuestro mundo. Nos está invitando a ser instrumentos de vida para todos. Y esto porque la vida, la vida en plenitud, es no sólo para un futuro junto a Dios sino que comienza en el aquí y en el ahora. 

No podemos hablar del amor de Dios y de la vida en él y olvidarnos de las situaciones de muerte que hay en nuestro mundo, de las personas que sufren, de los refugiados o inmigrantes que no son acogidos, de todos los que sufren violencia, de los que pasan hambre, de la injusta distribución de la riqueza, de… Jesús nos llama a configurarnos con él y a vivir desde una entrega que da vida. Dios nos ha amado y estamos llamados a llevar ese amor a los hombres y mujeres de nuestro tiempo practicando las buenas obras que él mismo realizó.

Para ayudarnos en este camino de cuaresma y de conversión, nosotros también podemos fijarnos en las personas y acontecimientos que nos hablan del amor que Dios nos tiene y de su deseo de vida para todos. 

Nos podemos fijar en aquellas personas que se desgastan en la entrega a los demás; en aquellas personas que denuncian las injusticias o las situaciones de muerte que se dan en nuestro mundo; en aquellas personas que ofrecen caminos de vida a los que están faltos de ella. ¡Y estas personas existen! Son los profetas de nuestro tiempo.

Pero no olvidemos que, el mismo tiempo de cuaresma, nos deja también unas prácticas que nos pueden ayudar. La oración, porque con la práctica asidua de la misma, podemos poner nuestra mirada y nuestro pensamiento en Dios y así vivir desde la vida y el amor que Él es. El ayuno, porque si de verdad hacemos lo que Dios quiere, ayunaremos o nos abstendremos de todo aquello que nos aparta de Él y de los demás, de todo aquello que daña al otro. 

Y la limosna, porque ella nos habla de la solidaridad y del compromiso por un mundo más justo. Una vida donde el amor de Dios y su justicia se hagan presente.

Fray Javier Aguilera Fierro?