Estimados hermanos, seguimos celebrando la alegría de la Pascua de Jesús, este domingo sexto del tiempo Pascual, alegría que nos inunda y nos impulsa en nuestra de vida de fe. 

La palabra de Dios que meditamos en este  domingo, nos invita a contemplarlo en su esencia “amor”, no hay mejor definición que pueda hacer el evangelista, “Dios es amor”, que se ha manifestado en el envío de su hijo Jesucristo al mundo, para que todo el que crea en él tenga vida eterna, eso es lo que Dios quiere para nosotros, que tengamos la vida, y sobre todo en abundancia, porque su es más grande que el pecado y que la muerte, ya que él los ha vencido por su Resurrección. 

Pero es necesario estar junto a él, hoy nos dice: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos permanecen en mi amor”, toda nuestra vida de fe está fundamentada en el encuentro personal con Cristo, es necesario conocerlo, aceptarlo y adherirnos a él, para dar un fruto abundante. 

La unión con Cristo

El evangelista San Juan señala la importancia de este conocimiento, sobre todo, la unión con Cristo, la permanencia junto a él, invitándonos a tener la confianza plena, sabiendo que si Dios está con nosotros y nosotros con él, nada nos faltará, para que su alegría esté con nosotros y sea plena. 

Amar a Dios y permanecer en su amor es hacer lo que él nos pide, por eso nos pide que estenos a cumplir sus mandamientos, la palabra “mandamientos” no se refiere sólo a los que conocemos como los 10 Mandamientos, sino a “todo” lo que Dios desea de nosotros.  

Es el caso entre Dios Padre y Dios Hijo: éste hace lo que el Padre quiere y es así como permanece amando al Padre. 

Esto es quiere decir el esfuerzo por hacer presente su amor en nosotros, amándolo a él y a nuestros hermanos, haciendo lo que Dios desea de nosotros, es una invitación a salir de nosotros mismos, a dejarnos iluminar por su Espíritu, para transformar nuestro mundo, para hacerlo más humano. 

Misterio inundado de amor

Jesús nos enseña cómo hacer presente el amor de su Padre, todo su ministerio está inundado de ese amor, es lo que lo mueve, por eso invita a sus discípulos y a nosotros “que se amen los unos a los otros como yo los he amado”.

Él es muy sensible ante el sufrimiento, se compadece del hermano que pasa por una tribulación y lo ayuda, lo consuela, muchas veces los curaba, es el maestro bueno siempre dispuesto a mostrar su amor y la cercanía de Dios con su pueblo, por eso nos invita a actualizar su amor en las diferentes realidades que caminamos diariamente.

Mantenerse en el amor, no es un asunto reducido al mundo de los sentimientos; está íntimamente unido a hacer su voluntad; a los discípulos nos ama Jesús, y nosotros nos toca hacer el esfuerzo de cumplirlo, de hacerlo vida. 

Cumplir los mandamientos

Porque creemos en este amor, no porque creamos que seamos mejores que nadie, sino es su amor, el que nos mueve a cumplir sus mandamientos, expresión que hoy nos cuesta cumplir, y esta sólo es posible cuando acogemos el amor de aquel lo da. 

En el momento en que el creyente se pone con una mirada de fe ante Jesús crucificado, se siente sumergido en el flujo de un amor inmerecido y gratuito, el amor con que Jesús entrega su vida por nosotros. “Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da vida por ellos”. 

Estimados hermanos es Dios quien nos ha amado primero, a nosotros nos toca corresponder a ese amor, démonos la oportunidad de experimentarlo, de vivir su ternura que se manifiesta en sus sacramentos, especialmente la Eucaristía y el perdón  de nuestros pecados. 

Siempre está dispuesto a recibirnos, pero exige que lo amemos a él y a nuestros hermanos, principalmente los más necesitados no sólo materialmente, sino el que necesita nuestro perdón, nuestra cercanía, oración, presencia, apoyo, etc. 

Si lo hacemos, la alegría eterna de Jesús estará en nosotros, y con el salmista podemos exclamar: “nos ha mostrado su amor y su lealtad… no ha dado a conocer su victoria” (Sal 97). ¡Que el Señor les conceda un feliz domingo! 

Israel Pérez López