Durante toda la Pascua nos hemos encontrado con muchas imágenes del Resucitado, tanto en la comunidad apostólica; como en la vida y experiencia de la primitiva comunidad cristiana narrada por Hechos de los Apóstoles. Las cuales, nos han ido perfilando para vivir una experiencia muy intensa con el Resucitado, “su retorno al Padre, pues el mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse” (Hechos 1,11). Tanto Lucas como Marcos, después de una experiencia fuerte de fe vivida en las comunidades con el Resucitado, hacen llegar hasta nosotros este gran acontecimiento que la Iglesia en el mundo celebra con gozo y esperanza.

La solemnidad de la Ascensión del Señor tiene varios matices que pueden enriquecer nuestra vida cristiana. 

Los matices

Un primer matiz está enraizado en no perder de vista que el destino del hombre no está aquí en la Tierra, por eso, san Pablo en su carta a los Efesios exhorta a llevar una vida digna que sea propia de nuestro llamamiento.

Es decir, una vida que no se centre en aferrarse a este mundo ni a sus placeres, sino más bien, centrada en lo que Cristo nos enseñó y que podemos decir, debe estar centrada en la vivencia de la humildad y la amabilidad.

Pues son dos exigencias necesarias que todo cristiano debe esforzarse en experimentar, ya que son garantía de paz, armonía y tolerancia en un mundo que vive frenético y muchas veces sin sentido ni respeto por el otro o por el mundo, que vive como si todo terminara en esta tierra y no piensa en su vida futura.

Transformar realidad

También, se nos hace una clara invitación a transformar nuestra realidad, pues, “vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura” (Marcos 16,15). 

Significa que el anuncio del Evangelio, unido al testimonio de vida de cada creyente, transformará el corazón de cada hombre, mujer, joven, adolescente y niño que entre en contacto con él. 

Así, el mandato de Cristo “vayan por todo el mundo” nos lleva a aterrizar en nuestra vida y sociedad actual el Evangelio, a arriesgarnos a ir por un camino de muchos retos e, incluso, de claros peligros pero con la certeza de que no vamos solos, sino que siempre acompañados y guiados por la acción del Espíritu Santo. 

De este modo, el Señor invita a arriesgar la vida y trabajar en todos los niveles, tanto personal, eclesial, social, político, económico de manera tal, que a través de nuestra realidad en Cristo se provoque la transformación del corazón lastimado y muchas veces confundido del hombre. 

Crecer nuestra fe

Celebrar la Ascensión, es también una oportunidad de hacer crecer nuestra fe, pues en Cristo, Dios ha manifestado su poder al salvarnos del influjo del pecado y del poder de la muerte. 

La Pascua, nos ha recordado que no estamos atados a la muerte y nos ha animado a no caer en la trampa del egoísmo, de la insensibilidad, del odio o a la violencia tan marcada en nuestro tiempo.

Más bien, nos invita a experimentar la grandeza de su amor y a sentirnos verdaderos hijos suyos. Todo esto ha sido experimentado por la comunidad apostólica en los días de la Pascua y, posteriormente, vivido en las primitivas comunidades cristianas en su día a día que los fueron llevando hasta el compromiso irrevocable por Cristo. 

Queridos hermanos, esto nos debe llevar a reflexionar con nuevas perspectivas nuestro cristianismo y, por ende, a ser mejores cristianos, mejores hermanos y por qué no decirlo de este modo “nos debe obligar a vivir de una manera distinta y a ser capaces de salir de nosotros mismos y compartir como alegres discípulos de Cristo nuestra propia experiencia de salvación con todos nuestros hermanos”.

Hoy, celebrar la Ascensión del Señor a la derecha del Padre nos lleva a disfrutar de la misión de la Iglesia, ir por todo el mundo y predicar el Evangelio, pues donde está Él nuestra cabeza, nos da certeza de llegar también nosotros, que somos su cuerpo.

Severino Flores Verduzco