El padre Emiliano Tardif (1928-1999), sacerdote canadiense de la Congregación Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, cuando habla de su propia conversión, hace referencia a la acción misteriosa y eficaz del Espíritu Santo, que provocó en él un cambio profundo. 

Aunque perteneció al Movimiento de la Renovación Carismática Católica en el Espíritu Santo, al inicio tenía un cierto rechazo a esa comunidad. Pero fue el Espíritu Santo el que lo convenció de su misión de vida tras curarlo, por la oración e imposición de manos de hermanos de la Renovación Carismática, mientras estaba hospitalizado por padecer una tuberculosis pulmonar. 

Inexplicablemente, después de un encuentro de oración e invocación al Espíritu Santo, quedó totalmente sano de esa enfermedad. A partir de allí todo cambió, y fue una gracia que se derramó sobre el mundo lo que vivió este hombre del Señor. 

Dejó de preocuparse por vivir un ministerio enfocado a un trabajo meramente material –construir dispensarios, salones de evangelización– para buscar el bienestar y la sanación de las personas, a través de un encuentro profundo y personal con Jesucristo vivo y resucitado.

Una experiencia común en la vida espiritual es descubrir cómo, de pronto, se ha producido en nosotros un cambio. Desde fuera es muy difícil de explicar. Pero no debe olvidarse que la gracia tiene un dinamismo propio por el que, aunque nosotros no lo veamos, va germinando y dando fruto.

La gracia actúa en nosotros

El converso J.K. Huysmans, escritor francés que vivió entre los siglos XIX y XX, en su novela En camino, reseña este proceso respecto de la conversión de su protagonista, Durbal. Acontecida sin que mediara nada extraordinario la describe así: “Es algo parecido a la digestión del estómago, que trabaja sin que uno lo sienta”. 

En toda la vida espiritual pasa algo semejante. Porque el Reino de Dios se realiza en la tierra fundamentalmente por la fuerza misma de la gracia. Nada puede detener ese proceso aunque ciertamente podemos dificultarlo.

Al mismo tiempo, con el ejemplo de la semilla de mostaza, Jesús muestra la enorme desproporción entre lo plantado y el resultado. De algo minúsculo surge la mayor de las hortalizas. 

Esto nos lleva a lo que san Maximiliano María Kolbe denominaba “los medios pobres”. Si el Reino de Dios nos es dado principalmente como un don, algo inmerecido y que supera absolutamente nuestras expectativas, no hemos de temer la precariedad de medios. 

De hecho la Iglesia se ha desarrollado de esa manera en casi todas las partes del mundo. Podemos pensar en sus humildes inicios en Jerusalén o en los primeros cristianos del imperio, que, en su mayoría, eran gente de la clase baja y muchos esclavos. 

A partir de ahí el árbol fue creciendo y se convirtió también en lugar de refugio para las aves, es decir, para otras realidades que, sin ser directamente eclesiales, encontraban en la Iglesia protección. Podía ser el arte, o el derecho, o la escritura. 

Correspondamos dócilmente 

Los santos padres del siglo IV, insisten en la necesidad de acoger sinceramente la semilla en el corazón, conservándola con toda su potencia, sin manipularla. Acoger el Evangelio tal como es, con su fuerza salvadora, es lo decisivo. 

Porque en sí mismo está la capacidad de regenerarlo todo y de fecundar. De ahí que en muchas personas podamos ver cambios extraordinarios. Muchos jóvenes que se han acercado a la Iglesia comparten que desde que han dado ese paso, su familia y sus amigos los reconocen más felices y alegres. 

Al mismo tiempo son conscientes de que no hay una relación de proporcionalidad ente el cambio operado en ellos y sus esfuerzos. La gracia actúa verdaderamente y sus manifestaciones son extraordinarias.

En esa perspectiva San Pablo, en la segunda lectura de este domingo, nos exhorta a mantener la confianza. Y pone la comparación de que mientras vivimos aquí en la tierra estamos como desterrados del Señor. 

Pero el apóstol puede pedir esa confianza porque ha constatado en sí mismo y en las diferentes comunidades que ha evangelizado el poder transformante de la gracia de Cristo. Siempre será posible un cambio.

Con el Papa Francisco, sintámonos invitados a un cambio en nuestra vida: “Dejemos que el Señor venga a despertarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia. Desafiemos la costumbre, abramos bien los ojos y los oídos, y sobre todo el corazón, para dejarnos descolocar por lo que sucede a nuestro alrededor y por el grito de la Palabra viva y eficaz del Resucitado.Sea alabado Jesucristo.