Las palabras que dirige el profeta Jeremías son para los pastores y guías de Israel, quienes no han cumplido su misión, como lo exigía su propio oficio: en lugar de congregar, dispersaron; en vez de apacentar, desparramaron; en lugar de haber salvado al rebaño de las garras de las fieras, ellos mismos devoraron ferozmente a las ovejas. Es el capítulo 23 estas palabras están justamente después de relatos sobre los reyes de Judá, y antes de las acusaciones contra los falsos profetas, para hacer notar claramente quiénes son los destinatarios del mensaje.

Suena contradictorio que en los dos primeros versículos los responsables de la dispersión de las ovejas son los pastores, y aquí afirme el Señor que Él mismo las ha dispersado. Hay que entender la acusación del mal ejercicio del pastoreo por desparramar la conciencia del pueblo, mientras que el profeta ve la acción de Dios como una intervención necesaria a las acciones de todos: tanto pastores como ovejas, todos tienen parte de responsabilidad en los hechos.

Después de cada misión, es necesaria la convivencia, la puesta en común de las experiencias y aventuras vividas, y por lo tanto, de la evaluación, para saber dónde y cómo mejorar el servicio del anuncio en las próximas fechas; pero sobre todo se requiere estar con Jesús, retomar su cercanía para reponer las fuerzas desgastadas, y para procurar mayor claridad en los conceptos que pudieran haber sido confrontados.

Y esta es precisamente la petición de Jesús: “Descansar con Él”. Pero en la búsqueda de ese descanso, la realidad del pueblo que se aventura a estar pendiente de sus pasos, haciéndose itinerantes a pie hasta donde se querían refugiar en paz y tranquilidad, esto no será posible por el corazón decidido de una muchedumbre que trasciende la mirada de Jesús y toca su corazón, porque “eran como ovejas sin pastor”, desafío frente al cual no podría permanecer indiferente.

La carta magna

En la segunda lectura encontramos un bello fragmento de lo que podríamos llamar la carta magna sobre la unidad y la reconciliación, aspectos urgentes y de máxima actualidad para los cristianos de todos los tiempos. Pablo, el apóstol de los gentiles, hace notar aquí que si en el pasado nadie tenía el monopolio del pecado, pues todos padecíamos en el mismo fango, tampoco ahora la salvación está en manos de uno solo, pues ella no pende de los ritos, ni de leyes, ni de privilegios por cualquiera circunstancia, sino que es don gratuito de Dios.

Pablo se mueve en un mundo fragmentado debido a los prejuicios culturales y religiosos. Los judíos, por su parte, se consideraban los escogidos, los predilectos, dueños de la salvación, privilegiados, los de casa, los más puros y herederos de las promesas; mientras que veían a los paganos como los alejados, los sin carta de ciudadanía, hombres sin esperanza y sin un Dios que respaldara sus acciones. Estos prejuicios eran alentados por un legalismo feroz. Y es ante esta serie de distinciones desde donde Pablo anuncia ferozmente la caída del imperio de la división, proclamando que Cristo ha vencido estos males, mediante el sacrificio de su cuerpo en la cruz. De miembros dispersos, ha hecho un solo cuerpo; de extranjeros y nativos, ha formado una misma familia y una misma ciudad; de piedras heterogéneas, ha formado un edificio. Ha realizado la gran pacificación: de los hombres con Dios, abriéndoles acceso al Padre y de los hombres entre sí, creando una nueva humanidad.

Nuevo estilo de vida

“Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. ¡Benditas vacaciones! Es prioridad para el Señor mostrar a sus discípulos un nuevo estilo de vida que implica todos los aspectos del crecimiento y la madurez humana. No se puede ser auténtico discípulo si no se asume la entereza y la generosidad como fundamento de la convivencia y servicio al prójimo.

Y precisamente es esta nueva manera de entender la vinculación y las relaciones humanas, la que propicia el diálogo, el acercamiento caritativo y la puesta en común de los grandes retos que aisladamente pueden representar una amenaza a cada individuo en particular, pero que, persiguiendo ideales comunes, nos hace superar toda diferencia, viviendo “unidos a Cristo Jesús”.

Esta presencia unitiva es la que se anuncia a través del profeta Jeremías: “Haré surgir un renuevo en el tronco de David”. Este rey justo y prudente que es capaz de congregar a todos los que piensan, viven y obran desde distintas convicciones, pero que se dejan guiar por el Espíritu, rechazando toda injusticia y mentira, y se convierten en heraldos y pastores para quienes buscan urgentemente una certeza de vida.

Jesús, el Hijo de Dios, es el Pastor que asume redirigir a la creación entera para que ponga nuevamente su mirada en el Creador; es el juez que no juzga sino con profunda compasión y misericordia, para devolver la confianza a quienes han dejado de creer, pero que no han dejado de anhelar las verdes praderas que ofrecen descanso y frescura que fortalecen las manos cansadas y los hombros vencidos, que otorga el consuelo a los corazones afligidos y apesadumbrados.

¿Cómo podemos contribuir a esta tarea salvadora del Buen Pastor? ¿Cómo devolver las fuerzas a hombres y mujeres que hoy son presa fácil del pesimismo, y que en su derrota parecen no tener más ánimo para continuar?
 
Fernando Luna Vázquez