El evangelio del domingo anterior nos dejó en el templo de Jerusalén. Ante Jesús han ido desfilando autoridades religiosas, fariseos, saduceos y un escriba quien le preguntó por el mandamiento principal y terminó recibiendo un elogio de Jesús. Ahora toca lugar a un personaje desconcertante: una viuda que no se interesa por Jesús. 

El relato de este domingo corresponde a San marcos 12,38-44 y tiene dos partes: la primera denuncia a los escribas; la segunda alaba a una viuda. Lo que las relaciona es el la actitud tan contraria de los protagonistas: mientras los escribas “devoran los bienes de las viudas”, la viuda echa en el arca “todo lo que tenía para vivir”.

Veamos la primera parte: ¡Cuidado con los escribas!

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»

¿Quiénes eran los escribas? Los escribas eran especialistas en cuestiones religiosas, dedicados desde niños al estudio de la Torá. Tenían gran autoridad y gozaban de enorme respeto entre los judíos. Pero Jesús no se fija en su ciencia, sino en su apariencia externa y sus pretensiones. La descripción que ofrece de ellos no puede ser más irónica, incluso cruel. Forma de vestir (amplios ropajes), presunción (les gustan las reverencias en la calle), vanidad (buscan los primeros puestos en la sinagoga y en los banquetes), codicia (devoran los bienes de las viudas), hipocresía (con pretexto de largos rezos). Todo esto es completamente contrario al estilo de vida de Jesús y a lo que él desea de sus discípulos. Por eso los amonesta severamente: «¡Cuidado con los escribas!».

Segunda parte: el elogio de la viuda

Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echo dos leptas, que equivale a un cuadrante (dos monedas de poco valor). Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

En la 1ª lectura (1 Re 17, 10-16 el dia de hoy se proclama el famoso pasaje de Elías y la vida de Sarepta) y en esta segunda parte del evangelio tenemos personajes parecidos: una viuda y un profeta (Elías-Jesús). Pero la relación entre ellos se presenta de manera muy distinta. Basta fijarse en los siguientes detalles:

¿De qué hablan la viuda y el profeta? Elías y la viuda mantienen un diálogo, mientras que Jesús no dirige ni una palabra a la viuda. Cuando ve lo que ha hecho, no la llama para dialogar con ella, sino que llama a sus discípulos para darles una enseñanza.

¿Qué hace la viuda por el profeta? La viuda entrega todo lo que tiene a Elías y trabaja para él; la viuda del evangelio no hace nada por Jesús.

¿Qué hace el profeta por la viuda? Elías hace un gran milagro para resolver el problema económico de la viuda; Jesús no le da ni un centavo.

La enseñanza silenciosa de la viuda

Los relatos anteriores a lo que hoy proclamamos en Marcos hablan de una serie de personas y grupos que se presentan ante Jesús para discutir con él las cuestiones más diversas: de dónde procede su autoridad, si hay que pagar tributo al César, si hay resurrección de los muertos, cuál es el mandamiento principal, etc. Al final aparece esta viuda, que no se preocupa de cuestiones teóricas ni teológicas, ni siquiera se interesa por Jesús; solo le preocupa saber que hay gente pobre a la que ella puede ayudar con lo poco que tiene.

Dios no se fija en los ritos externos suntuosos, quizá ni siquiera en cuánto damos, más bien observa cuanto nos reservamos para nosotros.

El evangelio de hoy pone ante nuestros ojos un ejemplo de piedad ejemplar, una muestra de apertura total a Dios, un culto de corazón que se hace vida. Aquella viuda depósito las dos únicas monedas que tenía en el cesto de las ofrendas. Y Yo ¿Qué estoy dispuesto a ofrecer para construir el reino de Dios?, ¿Qué o cuáles serán mis dos monedas para ayudar a los demás?

P. Apolinar Hernández Altamirano