1. En la primera lectura encontramos con el profeta Daniel un relato eminentemente apocalíptico, que constituye el punto culminante de la revelación contenida en dicha obra. Dios conceda la victoria final a su pueblo, haciendo que, tanto vivos y muertos, participen de ella. Quienes han sido fieles al Señor, aun en los peores momentos de la historia, serán coronados por Dios con la vida eterna. Pero hay otra intuición: el castigo eterno que sobrevendrá a los impíos. A su manera, Daniel resuelve el interrogante sobre la suerte del justo que sufre y el malvado que prospera.

2. “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”, reza el salmista, con la convicción de que nadie está por encima del Señor, el único Bien; así confiesa quien en otro tiempo aceptaba a los dioses de la tierra, cuyos ritos practicaba. Aunque los dioses se afanen por tener ganados nuevos adeptos, el salmista, lleno de fervor, ha tomado ya una resolución: ni una libación más. Del único Bien procede todo bien: la tierra como herencia, que resulta una delicia por ser la tierra del Altísimo; el Señor como consejero permanente y como guía perpetuo, de cuya diestra jamás se apartará en los tiempos venideros quien se ha convertido a Él. Para el salmista, la presencia del Señor es tan plena que aun lo más frágil, es decir, la carne, habita al cubierto. El Señor no dejará a su fiel ni siquiera al borde de la tumba, sino que la alegría que le infunde ya aquí, continuará como gozo eterno. Este salmo es releído en la Iglesia naciente, cuando Pedro proclama la resurrección de Jesús, y lo caracteriza como profeta. Con este salmo
confesamos la fe y damos gracias a Dios por los bienes recibidos de su bondad.

3. En la segunda lectura seguimos escuchando la Carta a los Hebreos, que nos explica la radicalidad y eficacia del sacrificio que Cristo ha realizado por nosotros, su pueblo, liberándonos del pecado al santificarnos, conquistando la vida eterna al sentarse a la derecha del Padre.

4. En el evangelio, san Marcos, nuestro guía durante este ciclo litúrgico que empieza a fenecer, nos presenta dos relatos: el tema de la parusía, y como ejemplificación, la comparación de la vida con la higuera, para entender la necesidad de saber leer los signos de los tiempos.

El relato de la venida del Hijo del Hombre, ubicado en el centro del discurso escatológico, le imprime un fuerte carácter cristológico. La conmoción cósmica que precede a la parusía es típico de la literatura profética y apocalíptica, y sirve para introducir las grandes intervenciones de Dios, que generan cambios radicales en la historia. La parusía se presenta como el día de la gran reunión de todo el pueblo de Dios; por esto, no puede ser un día de miedo sino de alegría y esperanza. El discurso escatológico comenzó con la pregunta de los discípulos sobre cuándo sucederá la destrucción del Templo. Y la conclusión es una exhortación a tener una mirada profunda sobre la realidad, a ir más allá: a estar atentos, vigilantes, y a la espera de la próxima venida del Hijo del Hombre, su parusía. Para ello utiliza imágenes cercanas y conocidas como el de la higuera. Con esto, Jesús afirma que lo importante no es alimentar la pasividad, el conformismo y el miedo, esperando la destrucción del mundo o el juicio final, s
ino aprender a discernir los signos de los tiempos, a leer la voluntad de Dios en todos los momentos de nuestra vida y a estar vigilantes para asumir con responsabilidad y creatividad la construcción del reino de Dios.

5. Hay que vivir en plenitud el tiempo presente y esperar la Parusía de Jesús con gozo. No debemos preocuparnos por la fecha de su venida, que ya vendrá, sino por encontrarlo ahora, en la vida cotidiana. Jesús resucitó y vive entre nosotros. No estamos esperando a que vuelva, porque en realidad nunca se ha ido. Lo que esperamos es su manifestación gloriosa, cuando el reino que ha anunciado irrumpa definitivamente en la historia y en toda la creación, pero hasta que eso suceda, sus discípulos somos llamados y enviados a anunciar con la propia vida lo mismo que Él proclamó: la Buena Noticia del reino de Dios.

6. ¿Qué necesita el mundo de hoy para vivir gozosamente la espera de la parusía del Señor? En resumen, podemos rescatar algunas prioridades:

a) Vivir en comunión con Dios mediante la oración que nos lleva a la alegría de saber que no estamos solos frente a los desafíos que el mundo nos presenta, pues escuchando su Palabra encontramos esperanza, paz y consuelo;

b) Vivir alegremente en comunión con los demás: reconciliándonos con quienes estamos distanciados, pidiendo perdón y perdonando.

Que Santa María Virgen nos enseña como Madre y Maestra a estar atentos a la voz del Señor, y a vivir con docilidad cobijados por el Espíritu Santo.

P. Fernando Luna Vázquez