Miles de poblanos no olvidaron a Juan Pablo II, nuevo beato de la Iglesia católica y en un lapso de 25 horas rindieron homenaje, tanto en el seminario Palafoxiano como en la catedral, donde con una misa en honor al señor de la Divina Misericordia se dio fin a la fiesta.


Aún y cuando sólo fueron diez las horas en las que el "papa viajero" estuvo en Puebla el 29 de enero de 1979, entre sábado y domingo los fieles siguieron de cerca la festividad y quisieron sentirlo cerca en el seminario Palafoxiano, donde estaba estacionado el ya famoso "papamóvil", pero además visitar el cuarto donde descansó, y que nadie ha vuelto a ocupar ya que pasó a ser parte de un pequeño museo.


En ese recinto donde como él lo dijo "presentaba su examen profesional ante el mundo", estaba la casulla que utilizó en la misa con la que inauguraba los trabajos de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en un altar que tenía al menos 10 metros de alto para que todos lo pudieran ver.


El seminario ‚Äîlugar de meditación‚Äî tenía el ambiente de fiesta como en diciembre, y la canción "Amigo" se escuchó varias veces.


Una imagen tomada en 1995 del beato Juan Pablo, era la que estaba en el altar donde a partir de las doce de la noche se inició la vigilia por parte del arzobispo Víctor Sánchez Espinosa a la esperar la hora clave, que correspondería a las tres de la mañana.


Por la tarde del sábado fueron los niños los más cercanos a la fiesta pues se les festejó en su día y al menos cien recibieron la bendición del obispo auxiliar, Dagoberto Sosa Arriaga.


Algunos aguantaron ‚Äîprincipalmente los seminaristas‚Äî hasta las tres de la mañana, pues en una pantalla gigante fue televisada la ceremonia transmitida en vivo desde El Vaticano.


Cerca de las seis de la mañana, el obispo auxiliar Eugenio Lira Rugarcía ofició la "misa de gallo" para terminar con la primera etapa de la fiesta.


El homenaje


El arzobispo Víctor Sánchez Espinosa dedicó la misa dominical de 10 de la mañana en catedral en la fiesta del Señor de la Misericordia al Papa Juan Pablo II


Durante su homilía expresó: "en medio de la alegría de la Pascua, Dios nos concede, por ministerio de su vicario en la Tierra, la gracia de contar con un poderoso intercesor y un gran ejemplo de discípulo y misionero de Cristo: el beato Papa Juan Pablo II, justamente llamado ‚ÄòEl Grande‚Äô, en quien contemplamos las maravillas que Cristo ha hecho con su resurrección al vencer para siempre al pecado, al mal y a la muerte, renovar todas las cosas y concedernos el poder de llegar a ser hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eterna, que consiste en amar."


El arzobispo llamó a tener fe: "quizá sintamos temor frente a un mundo hostil, como lo tuvieron los discípulos, quienes pensando que amar es peligroso, decidieron encerrarse. Lo mismo puede sucedernos en esta época en la que parece que quien busca construir su familia y la sociedad basándose en la verdad, procurando ser fiel, honrado, comprensivo, justo, servicial y solidario, se arriesga a que la gente le rechace y le utilice hasta destrozarle el corazón. Pero ¿qué sentido tiene una vida encerrada en cárcel del miedo?"


Abundó: "aunque quizá como Tomás pidamos una experiencia privada para decidirnos a creer, Jesús no nos rechaza, sino que nos invita a encontrarlo en su Iglesia, presente en la Eucaristía dominical, como los primeros cristianos. Ahí, descubriéndole misericordioso, podremos estrechar su mano salvadora mediante nuestra confianza, como lo ha pedido a través de Santa Faustina Kowalska: el alma que confía en mi misericordia es la más feliz porque yo mismo tengo cuidado de ella."


Precisó: "Juan Pablo II lo creyó. Por eso, cuando quedó solo al perder a su familia y padeció el horror de una guerra, optó por no desesperar sino confiar en Dios. Dijo sí cuando recibió la llamada al sacerdocio y del episcopado. Y cuando el 16 octubre de 1978 los cardenales, reunidos en cónclave, pidieron su consentimiento para ser sumo pontífice, recurrió a la misericordia divina, para que a la pregunta: ¿aceptas?, pudiera responder con confianza, acepto".


Víctor Sánchez resaltó la obra del papa, "así, confiando en Dios, se hizo heraldo de la misericordia divina los casi 27 años de su pontificado, mediante sus catorce encíclicas, muchos documentos y cinco libros; a través de las celebraciones litúrgicas, de su intensa vida de oración, de sus 104 viajes pastorales, de sus esfuerzos por lograr la unidad de los cristianos y promover la cooperación entre las diferentes religiones; de su defensa y caridad hacia los más necesitados y de su amplia labor en favor de la vida, la verdad, la justicia, la libertad, los derechos humanos y la paz.


"Su confianza en Dios no disminuyó a pesar de haber sufrido un largo e ininterrumpido martirio, como comenta su secretario, Cardenal Dziwisz, conoció el dolor cuando era niño. Perdió muy pronto a sus padres y a su hermano. Perdió a muchos amigos durante la guerra. Sufrió bajo el nazismo y con toda la responsabilidad como obispo bajo el régimen comunista. Después, como Papa, sufrió el atentado, pero soportaba con gran serenidad, paciencia y virilidad cristiana el dolor, mientras intentaba tenazmente seguir cumpliendo su misión. No hacía pesar sus males físicos a ningún otro. Así ha sido, incluso cuando la enfermedad (el mal de Parkinson) comenzó a devastarlo. Aun cuando él, que había recorrido los caminos del mundo, fue constreñido a una silla de ruedas. Aun cuando después de haber proclamado el Evangelio a todos, su voz se hizo débil hasta no poder hablar. Aun cuando él, que con una mirada te hacía sentir, te dedicaba toda su atención, comenzó a ver su rostro cada día más inexpresivo."


Ante cientos de católicos reunidos en la catedral que aún llevaban banderas amarillas con blanco, colores del estado Vaticano, el arzobispo expresó: "como aconteció a Jesús, también a Juan Pablo II ‚Äîcomenta Benedicto XVI‚Äî al final, las palabras dejaron su lugar al sacrificio extremo, al don de sí mismo. Y la muerte fue el sello de una existencia totalmente entregada a Cristo. Como atestiguan los que estuvieron cerca de él, sus últimas palabras fueron: ‚Äòdéjenme que vaya al Padre; así culminaba una vida totalmente orientada a conocer y contemplar el rostro del Señor".


"Como sor Faustina, Juan Pablo II se hizo apóstol de la misericordia divina. El sábado 2 de abril de 2005, cuando cerró los ojos a este mundo, era precisamente la víspera del segundo Domingo de Pascua, coincidencia que unía en sí la dimensión mariana ‚Äîera el primer sábado del mes‚Äî y la de la Misericordia divina."


Para concluir su homilia expresó efusivo: "¬°damos gracias a Dios por Juan Pablo II, quien ahora, desde la Casa del Padre nos ve y nos bendice! Y al Señor resucitado le pedimos que nos dé la fuerza para no tener miedo, como tantas veces nos pidió el nuevo beato, para que, como él, unidos a Cristo, transformemos el mundo venciendo al mal con el poder fascinante del amor, y podamos alcanzar la dicha eterna del Cielo. Que María Santísima, a quien Juan Pablo ‚ÄòEl Grande‚Äô dedicó su lema: ‚ÄòTodo tuyo‚Äô, interceda por nosotros para que podamos hacerlo así, exclamando con todo nuestro ser: ‚ÄòSeñor mío, y Dios mío; ¬°Jesús, en Ti confío!‚Äô."