“Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia —dijo el Señor a santa Faustina Kowalska—. Mi amor no desilusiona a nadie… Si tu confianza es grande Mi generosidad no conocerá límites”. Esto, que ya había sido revelado por Dios en la Sagrada Escritura, fue creído totalmente por la viuda pobre del Evangelio. Por eso, mientras que los demás han echado en la alcancía de la limosna lo que les sobraba, ella, tomándose en serio a Dios, ha entregado todo lo que tenía para vivir.

Así, a pesar de su indigencia, esta mujer manifiesta que posee una riqueza que nunca acabará: la vida plena y eterna que se encuentra sólo en Dios, de quien proviene todo bien. Por eso es bienaventurada ya desde ahora, según la afirmación de Jesús: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”.

“El orgulloso busca el poder terreno —comenta san Agustín—, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los cielos”. Aunque sea muy atractivo por ser inmediato, el poder terreno, por mucho que dure, tarde o temprano se ha de acabar; en cambio, el Reino de los cielos permanecerá para siempre. Por eso, el Concilio Vaticano II exhorta a los cristianos a “orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan… buscar el amor perfecto”.

“La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza”, señala el Catecismo de la Iglesia Católica. “…la viuda pobre –escribe san Beda– representa la sencillez de la Iglesia… pone dos moneditas en el arca… el amor a Dios y al prójimo… le da todo lo que tiene, porque entiende que todo lo que es vida en ella no es mérito suyo, sino don de Dios”.

En cambio, algunos tienden a ofrecerle a Dios y a los demás sólo lo que les sobra. En su agenda, saturada de actividades, no hay lugar para conocer la Palabra de Dios; van a Misa sólo cuando les nace o cuando no hay otra cosa más importante; y si rezan, es sólo para pedir ser librados de males temporales y para suplicar cosas materiales. Cuando se van a casar, dedican todo su esfuerzo y su tiempo a planear la fiesta, la luna de miel, y su mesa de regalos; pero no se interesan en prepararse para recibir adecuadamente este sacramento.

En el bautizo de sus hijos eligen a los padrinos que les conviene para estrechar lazos de amistad o para lograr una mejor posición, y buscan un sacerdote amigo que no les pida las pláticas prebautismales. Por su familia lo hacen todo, menos estar con ella. Y cuando se trata de donar algo, sólo dan lo que les estorba en casa.

Hagamos de nuestra  vida una ofrenda  agradable a Dios

Dios nos enseña en Jesús a darnos a nosotros mismos. “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos”, señala la carta a los Hebreos. Él ha dado su vida por nosotros, confiando en su Padre. Así nos enseña que la confianza en Dios no es dar lo que nos sobra, por si las dudas, como para tenerlo tranquilo, sentirnos buenos, e intentar que nos ayude a que las cosas resulten como queremos. Confiar en Dios es creer que Él lo es todo, que todo lo hemos recibido de su infinita misericordia, y que solo en Él la vida se hace plena y eterna, cuando libremente nos comprometemos por entero a entrar en la dinámica de su amor.

Esto implica creer en su Palabra y vivir como nos enseña: amando a Dios, amándonos ordenadamente a nosotros mismos, y amando al prójimo, creyendo que el Padre nos da la gracia de su Espíritu para que amemos como Jesús, quien nos ha mandado: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso”.

Ese es el significado de la limosna, palabra que proviene del griego “eleemosyne”, cuya raíz, “éleos”, quiere decir “compasión” y “misericordia”. La “limosna es “hacer participar a los otros de los propios bienes”, decía el Papa Juan Pablo II. Por lo tanto, “cuenta sobre todo…la disponibilidad a compartir”. De ahí que san Agustín afirme: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada, en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.

“…contemplando el ejemplo de la viuda pobre del Evangelio –señala el Papa Benedicto XVI–, hagamos de nuestra vida una ofrenda agradable a Dios, para que, entregándonos a Él sin reservas como la Virgen María, nos colme de la riqueza de su amor y su gracia”.

Así supo hacerlo la viuda que vivía en Sarepta, quien confiando en la promesa que Dios le hacía a través de Elías, en medio de una miseria al límite, fue capaz de compartir con el profeta lo único que tenían ella y su hijo, consciente de que el “Señor es fiel a su palabra”.

Esto no significa que no nos vaya a faltar nada en esta vida, sino que Dios nos dará su amor indestructible, capaz de alcanzarnos esa vida plena y eterna que ninguna cosa en esta tierra nos puede dar, y que nadie jamás nos podrá arrebatar.