El torero mexicano Joselito Adame se alzó hoy como el máximo triunfador de la corrida 11 de la Feria de Sevilla 2014 en la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería, al cortar una oreja, ratificó el gran momento que atraviesa.

Adame alternó en este festejo de abono de la tradicional Feria sevillana, en España, con el estelar diestro español Enrique Ponce y con el francés Sebastián Castella, en un cartelazo de los llamados de "no hay billetes".

Se lidiaron en esta corrida astados de la dehesa de Victoriano del Río, todos bien presentados en lo físico, pero con un juego bastante desigual, lo que complicó la tarde a los tres espadas internacionales.

Joselito Adame logró un par de faenas llenas de energía y mucho valor, en las cuales recibió a sus rivales a portagayola y dejó ver su facilidad, temple y técnica como lidiador, hasta lograr emotivas y bien rematadas tandas que gustaron al exigente público sevillano.

En su primer turno, el de Aguascalientes logró largas y templadas tandas por la derecha y escasas al natural, las cuales remató siempre con el cuerpo pegado a su rival. Malogró su aseada labor con la espada, dejó media estocada y dos descabellos para irse con una merecida vuelta al redondel.

Con su segundo toro, el mexicano se entregó por completo en busca del triunfo, con lucidas y variadas tandas al natural y por el lado derecho todas bien rematadas, ante un burel de gran embiste que le propinó una voltereta sin consecuencias.

Con el público en su bolsa, el aguascalentense despachó a su rival con una estocada trasera y un descabello, para recibir de forma merecida la única oreja de la tarde, que lo convirtió en el máximo triunfador sobre dos "astros" mundiales de la tauromaquia.

Enrique Ponce batalló en su primer turno, ante un toro poco propicio para el lucimiento y al que despachó rápido para irse en silencio. Con su segundo rival mejoró en los tres tercios, hasta lograr una faena variada y lucida, misma que malogró con el acero, para dar una vuelta al ruedo con un aviso.

El galo Sebastián Castella lidió a lo menos potable del encierro, de ahí que sus dos labores pasaron desapercibidas por el público, pese al esfuerzo y ganas del francés, para irse al final de cada una con silencio.