Curiosidad, rechazo del imaginario colectivo, hazaña que se completa con cada trazo de escritura, novedad, única certeza que obliga a ser honesto, al menos en la convicción personal, características que hicieron de la revista “Ulises” hito predilecto en la literatura mexicana reciente, impulso de aquellos jóvenes que repudiaron conformismos y optaron por fundar su propia tradición.

Sin estas particularidades sería complicado entender los motivos que dieron pie al surgimiento de “Ulises”, plataforma efímera que cimentó una visión alterna de distinguir la cultura –letras– durante la primera mitad del siglo pasado, negación por lo dicho hasta fundarse un nombre.

Con apenas seis entregas la revista instauró el concepto de “saber-hacer” entre los jóvenes que repudiaban conformismos y estaban contra llamados nacionalistas, cuya óptica se centró en resaltar las cualidades mexicanas por encima de expresiones extranjeras, cosmovisión patrocinada por José Vasconcelos desde el poder federal.

Creada por Salvador Novo y Xavier Villaurrutia –“generación bicápite”, como los denominó Guillermo Sheridan–, apareció en mayo de 1927, ofreciendo al público artículos, ensayos y poesía, visiones mexicanas, europeas y latinas, peculiaridades que rápidamente la hicieron figurar en el ambiente cultural de la época, no sin antes “levanta ámpula” entre quienes seguían la bandera nacionalista.

No era habitual que revistas de este corte fueran impulsadas por jóvenes, mucho menos tuvieran una propuesta literaria clara frente a competencias con mayor peso económico desprendidas de Educación Pública, aparato totalizador que señalaba qué leer y cómo se debía consumir la cultura posrevolucionaria.

En este sentido, “Ulises” mantuvo su línea de trabajo sin alteraciones; era exigencia para sus colaboradores no abandonar la curiosidad, agotarla en la medida de sus posibilidades sin importar edades, al contrario, en términos concretos fue la revista que dé inicio al final se nutrió de tendencias artísticas que no escatimaron en condiciones territoriales.

Precedida por “La Falange”, publicación en la cual se vieron incluidos Jaime Torres Bodet –antes de iniciar su exitosa carrera diplomática–, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique Gonzáles Rojo –hijo del poeta Enrique González Martínez– y José Gorostiza Alcalá, ésta fue lo más cercano a un proyecto literario atemporal, pues abrió las puertas a escritores que no superaban los 20 años de edad y apenas terminaban estadía en la Escuela Nacional Preparatoria.

Para los días cuando “Ulises” salía a la venta, los incipientes Contemporáneos ya eran funcionarios públicos, transitaban por puestos burocráticos; otros, a su vez, exitosos redactores con actividades en la prensa, complemento vocacional para cubrir todas las bases posibles. Algunos más estaban a punto de conocerse en el ambiente, Jorge Cuesta y Gilberto Owen, los indicados.

Sin embargo, en 1927 a este constructo se le nombraba el “grupo sin grupo”, sobrenombre empleado por Xavier Villaurrutia en la conferencia “La poesía de los jóvenes de México” cuatro años antes, y su precedente nominal era el “Teatro de Ulises”, patrocinado por Antonieta Rivas Mercado en una vecindad de la calles de Mesones, marcada con el número 42.

Precisamente el simbolismo de Ulises –como personaje– se afianza en su búsqueda personal, entrega latente por aquello novedoso e inagotable, aunque la crítica ha observado en ello la necesidad de expresar –vivir– sin recelos la libertad sexual en medio de homofobias y actos reaccionarios que a la postre los relegarían hasta ser acusados públicamente.

No obstante, en apenas seis números revolucionó el concepto de “revista literaria” –desapareciendo sin motivos concretos en febrero de 1928–, por su temática abierta a todas las expresiones artísticas, y funcionar a manera de contrapeso con otras publicaciones de tipos social y político que a la larga fueron olvidadas por la nómina cultural.

Fueron varios intentos por resurgir a “Ulises” a través de los fondos generados por el teatro y personalmente con Villaurrutia o Novo, aunque todos carecieron de sustento. No hubo patrocinios institucionales y mecenas que le apostaran, al grado que Rivas Mercado se desentendió de las promesas al caer el telón, suerte que compartieron los planes del grupo literario más influyente en la historia reciente del país.