Cantaba Óscar Chávez que “los cien años de Macondo sueñan en el aire”, predicción cercana al halo de intriga y seducción que causa la obra-emblema del colombiano Gabriel García Márquez, ícono de la literatura hispanoamericana que se forjó en el denominado “Boom”.

Justamente, “Cien años de soledad”, por uso de lenguaje, descripciones, trazo atemporal de la historia, refleja aspectos claros del costumbrismo latino, rituales, dualidades de todo sentimiento, es decir, encierra elementos en los cuales el lector de habla castellana logra identificarse.

Publicada en 1967, no deja de ser insignia de análisis por nuevas generaciones que observan en la novela un corpus narrativo de múltiples acercamientos. No es casual, pues a decir del escritor, ensayista y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, Gonzalo Celorio, trata “de construir una historia totalizadora que mostrara los cimientos mismos de los rasgos latinoamericanos”.

En poco más de 400 páginas –dependiendo la edición–, García Márquez se aventura a estructurar a manera de Dios cada acto en “Cien años de soledad”; los personajes adquieren identidades propias que terminarán siendo una maldición para su estirpe, su apellido.

No sólo se trata de “lanzarlo a la suerte” y ver cumplir su función de vida y atar cabos, al contrario, reaccionan con libre albedrío sin escatimar en el fin trágico, la muerte que no respeta nombres o edades: es Macondo, pueblo fundado –como los aztecas– luego de peregrinar, símbolo de una libertad exigida.

Así, próximos al río se funda el sitio con virginal sentido común que sociedades civilizadas no entenderían o, en su caso, lo evitarían por moralismos aplastantes, golpes de pecho o remordimientos, aunque Macondo sea presa fácil para pendencieros.

El uso del tiempo, a su vez, resulta interesante por su habilidad para quebrantar la línea narrativa hasta absorber al lector en acciones siguientes, incluso, para regresar al punto de origen emplea la misma técnica que no requiere de mayores signos ortográficos para cambiar de escenario.

No obstante, este recurso fue usado por Juan Rulfo en “El llano en llamas” y “Pedro Páramo”, donde permea al lector con descripciones completas: transgrede el discurso y lo lleva a una atmósfera de recuerdos basados en la premisa universal, la muerte.

Más allá de la genealogía de Úrsula Iguarán y José Arcado Buendía, Macondo es fundamental para la trama; sin el pueblo no se entendería la tragedia familiar, aquel olor a guerra, muertos revelándose más allá de la vida, disposición geográfica o detalles que lo ofrecen, tal cual, necesario: es todos lados, es cualquier lado.

Tal como los demás, con el transcurso de las décadas el pueblo envejece, pero no con tal velocidad que los “humanos”; al contrario, se adecua a las necesidades, las adopta hasta convertirse en pieza viva respirando por enormes ventanales y puertas cerradas por la noche.

Contrario a Macondo, Comala –hogar de “Pedro Páramo”– es una piedra sin espíritu que se aprovecha de los otros, aquellos que se pierden por colinas únicamente para dejar de existir cubiertos de tierra salitrosa. Macondo, no: se aprovecha de celebraciones, velorios, nutriéndose de leyendas.

Sin embargo, “Cien años de soledad” también es reflejo de una lucha –utópica– por ser libres y despojarse de convencionalismos limitantes –por fuerza– del pasado. Por consecuencia, se padecen los actos a espaldas de espectros olvidados, enseñanzas que no revelaron en carne y hueso por miedo, por vanidad del que todo lo sabe.

Es, asimismo, una crítica a sistemas de comportamiento social, pues en las calles de Macondo se habita sin leyes originales, algunas prohibiciones reclamadas bajo supersticiones, idealismos que tarde o temprano quedan absorbidos por el trajín político, memorial de las dictaduras sudamericanas.

Elaborada –por no decir escrita– como un entramado de historias, “Cien años de soledad” ha trascendido ideales literarios para convertirse en pieza del imaginario colectivo. Es una novela que subraya condiciones elementales del ser humano para dorarlos de fuerza y convicción; sus personajes vagan por párrafos, se adueñan del escaparate hasta reclamar hilo a hilo aquella sangre arrebatada por los días, derecho de fundación, temor a las colas de cochino.