Del último subgrupo que delineó a Contemporáneos, Gilberto Owen por definición es el menos abordado. Irremediablemente, acapara la atención Jorge Cuesta, ya sea por su característica inteligencia a la cual nadie escapaba o la “historia negra” que le persigue al grado de convertir especulaciones en materia narrativa y ciertas anécdotas como hechos consumados.

No obstante, escuálido –quizás a niveles crónicos–, dueño de una educación rigorista y llegado de provincia –Sinaloa, después Toluca– junto con José Gorostiza, entre quienes se incluyeron en la nómina de jóvenes, supo representar los canales vanguardistas sin apropiarse del término tan en boga durante la década de 1920 del siglo anterior.

Tras el declive del Modernismo y las influencias que provenían de Europa, las rutas de expresión fueron recibidas con interés en México, estridentistas aclimataron sus particularidades para fines propios. Manuel Maples Arce, Árqueles Vela, Germán List Arzubide, entre otros, fueron parte del movimiento que vio en Contemporáneos su rival, más por cuestiones políticas y morales que –en sí– el arte.

Si bien, Gilberto Owen no participó de estos debates, su contacto con las “nuevas formas” fue abundante, siendo guiado por Xavier Villaurrutia luego de abandonar la Escuela Nacional Preparatoria al lado del mismo Jorge Cuesta. Su aproximación a las letras francesa e inglesa terminó por delinear su lírica, hermanada con Villaurrutia.  

Para 1925, cuando da a conocer “Desvelo”, ya es notoria su sensibilidad poética, la cual –en cierto modo– recuerda a los versos contenidos en “Reflejos”, primer compendio del también dramaturgo, el cual no aparecerá publicado un año después, en 1926. Esta tesitura marcará su acercamiento con Contemporáneos, si bien no todos, sí con Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo.

El producto central quedará situado en colaboraciones para el Teatro de Ulises y la revista del mismo nombre, proyectados entre 1927 y 1928, dando pie al enamoramiento que “sufre” de Clementina Otero, actriz del telón con quien nunca se materializó mayor contacto. Un amor idílico que ofrecerá cartas de lenguaje sutil e inquietante. Mientras él continúa con su labor literaria y ahora diplomática, Clementina Otero será reconocida durante la etapa del llamado “Cine de Oro” mexicano.

Sin embargo, en el plano narrativo despunta hasta ofrecer una de las mejores muestras de vanguardia: “Novela como nube”, experimento sagaz y de velocidad para lectura pocas veces logrado en aquellos años. Para 1928 es publicada bajo la premisa negativa que acompaña a un poeta que “transgrede” su universo creativo, entregando párrafos sucesivos.

Aunque su recibimiento no causó mayores expectativas, sí fue contemplada por la crítica como intento de romper esquemas, resultado de apreciaciones vanguardistas que sus coetáneos no alcanzaron a lograr. En primer lugar, utilización de “nuevos” canales narrativos, saliendo del habitual ramaje de diálogos seguidos entre respuestas y descripciones.

En este sentido, Gilberto Owen se aventura –en segundo plano– a cambiar de narrador, de omnisciente a focalizado, para entregar la “batuta” hacia sus personajes. Asimismo, quiebra la sucesión del relato para incluirse en apartados, refiriéndose al lector igual que uno más observando sus reacciones y acciones que parecerían contrarias a simple vista.

“Novela como nube” tampoco queda exenta del estilo poético del autor, hecho que recuerda a “Dama de corazones” de Xavier Villaurrutia y “Margarita de niebla”, de Jaime Torres Bodet, de 1927. Sin embargo, la obra de Gilberto Owen resulta literariamente más apegada al subgénero que las siguientes: personajes complejos, evita saturar de monólogos y establece léxico coloquial, dejando a un lado exageraciones que en verso se permiten.

Contrario a Jorge Cuesta, el autor logró terminar con la franja imaginaria que circunda su vida personal, al grado reconocerlo como poeta en plenitud y ensayista consumado. Su edad nunca fue causa de extrañezas, al contrario, se equiparó con actividad profesional, misma que lo sitúa como el más vanguardista entre los Contemporáneos, afirmación de por sí radical al considerar quiénes fueron sus compañeros generacionales y el rumbo que darían a la literatura mexicana hasta la fecha.