En el Siglo XIII de nuestra era, en el centro de Europa, en Hungría se desarrolló la vida de una mujer excepcional. Isabel (1207 – 1231), hoy santa Isabel de Hungría. Una mujer muy generosa.  Daba a manos llenas de lo que tenía, ayudando especialmente a los más pobres y necesitados. Ella veía claramente a Cristo presente en el menesteroso. A pesar de ser Reina nunca se sintió más que los demás. De ella se cuenta que en 1225, en una situación crítica en que el hambre se dejó sentir fuertemente en el Reino, la santa acabó con todo su dinero y con el grano que había almacenado en su casa, para socorrer a los más necesitados. El Rey estaba entonces ausente. Cuando volvió, algunos de sus empleados se quejaron de la liberalidad de Santa Isabel. Luis preguntó si su esposa había vendido alguno de sus dominios y ellos le respondieron que no. Entonces el Rey declaró: "Sus liberalidades atraerán sobre nosotros la misericordia divina. Nada nos faltará mientras le permitamos socorrer así a los pobres"

La Palabra de Dios para este decimosexto domingo del tiempo ordinario, nos sugiere tomar en cuenta esta buena actitud de recibir a Cristo en nuestra vida para gozar de la alegría de su bendición. A Cristo lo recibimos a través de muchos medios. La oración, los sacramentos, especialmente la confesión y la Eucaristía, pero también al recibir al prójimo, tratándolo con cariño y bondad.

1. Hospitalidad y bendición.

Es sabido que la hospitalidad era, entre los nómadas, la virtud por excelencia. En cierta manera, gozaba de un cierto carácter sagrado e inviolable, digno del máximo respeto. El relato de la primera lectura narra la hospitalidad de Abraham para con tres personajes algo misteriosos, pero se trata de una hospitalidad que va acompañada de una bendición sorprendente y a contrapelo de las leyes naturales. Llama la atención en este texto el hecho de que Abraham se dirige a los tres personajes en singular: "Señor mío, si te he caído en gracia, no pases de largo cerca de tu servidor". Para Abraham esos personajes son mensajeros (ángeles) de Dios, que vienen a anunciarle algo de parte del Señor Dios. La narración tiene, por tanto, visos de ser una teofanía, en la que Abraham acoge y hospeda generosa y gozosamente a Dios bajo el rostro de tres delegados suyos.

El mensaje de Dios no se hace esperar, y es de bendición: "Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo". ¿Qué otra mejor bendición podría esperar Abraham que la descendencia, que hasta ahora le había sido negada por la esterilidad de su mujer? Ahora se le pide a Abraham acoger sin titubeos, con absoluta confianza, esta bendición de Dios. Y Abraham acogió de nuevo esta palabra de bendición y Dios le dio un hijo en su vejez. Hospedar generosamente el misterio de Dios, hospedar confiadamente su palabra y, consiguientemente, tener la seguridad de que Dios bendecirá nuestra existencia.

2. Dos formas de hospedar al amigo. 

Estas dos formas están representadas por Marta y María. Son dos formas igualmente buenas y necesarias, aunque la segunda sea preferible a la primera. Marta hospeda a Jesús y a sus discípulos en su casa. De esta manera, les muestra primeramente su aprecio y amistad, les protege además del calor ardiente del desierto que acaban de atravesar para llegar hasta Betania, y les da de beber y comer para reparar sus fuerzas, gastadas por la larga y fatigosa caminata. María hospeda a Jesús escuchando su palabra, sentada a sus pies, como una discípula entusiasta que no quiere perderse ni una jota de las enseñanzas del Maestro.

Este hospedaje interior, espiritualmente activo, es estimado por Jesús de más valor que el hospedaje externo, centrado en la preparación de la mesa para una comida de hospitalidad. Por eso Jesús le dice a Marta: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola". Jesús en modo alguno desprecia la hospitalidad de Marta, la considera valiosa. Pero a la vez le recuerda que hay otra hospitalidad más importante e, indirectamente, invita a Marta a dársela. Es como si Jesús dijera a su anfitriona: "Mira, Marta, prepara cualquier cosita, y luego ven a sentarte junto a María y a escuchar como ella mi palabra". Dos formas de hospedar al amigo, de distinto valor, aunque las dos sean necesarias.

3. Pablo, anfitrión del Crucificado

María ha hospedado la palabra de Jesús. Pablo hospeda la cruz de Jesús, o mejor, a un crucificado. "Completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo". Aunque el huésped sea un crucificado, Pablo no se espanta ni se angustia, lo acoge con alegría porque sabe por experiencia que en Cristo crucificado está la esperanza de la gloria para él y para todos los cristianos. Para Pablo no es un huésped obligado, molesto, sino la razón de su existir y de su misión. Dirá: "Estoy crucificado con Cristo. Vivo yo, pero ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí". Marta acoge en su casa al amigo bueno y sumamente apreciado, María acoge al Maestro que tiene palabras de vida, Pablo hospeda al Redentor, a quien con su pasión, muerte y resurrección redime al hombre de sus pecados, lo salva de sí mismo. La hospitalidad de Pablo culmina, como en el caso de Abraham, en bendición, en la bendición suprema.

4. Algunas aplicaciones de esta Palabra

a. Hospitalidad hacia los emigrantes. Hoy la palabra hospitalidad puede traducirse por solidaridad. El cristianismo nos enseña que todos somos hermanos, y por ello todos hemos de ser solidarios unos de otros. Porque no hemos de olvidar que la solidaridad es recíproca. El anfitrión se muestra solidario acogiendo al huésped, y éste hace patente su solidaridad acogiendo con agradecimiento y respeto la hospitalidad que se le brinda. En definitiva, el anfitrión acoge a Cristo en el huésped y éste acoge a Cristo en el anfitrión. Todo esto resulta de gran actualidad ante el problema no pequeño ni fácil de los emigrantes que, como oleadas constantes, van en su angustiante e incierto recorrido, de Centro y Sudamérica hacia Norteamérica. Ellos son nuestros hermanos en Cristo o, al menos, en humanidad, y por eso hemos de respetarles y acogerlos. Ellos, por su parte, no han de olvidar que nosotros somos sus hermanos, a quienes deben respeto y acogida en su corazón. La hospitalidad tiene sus reglas humanas y cristianas, y todos hemos de cumplirlas con fidelidad, para que la convivencia sea provechosa para todos.

b. Hospedar a Quien nos ha hospedado. Pienso que es importante el que tomemos conciencia de que nosotros somos huéspedes. Al venir a la vida hemos sido hospedados por Dios, autor de la misma, en esta gran casa que es la tierra; sí, porque toda la tierra es la casa de Dios para todo hombre que viene a este mundo. Hemos sido hospedados con cariño en una familia: nuestros padres y hermanos, nuestros abuelos, nuestros tíos...Hemos sido hospedados en una sociedad, en una nación, en una cultura, en una institución política, educativa...Y sobre todo hemos sido hospedados por Dios en la Iglesia, la casa que Dios nos ha regalado a los creyentes en Cristo. La reciprocidad nos obliga. Hemos de hospedar a quien nos ha hospedado, sobre todo al Huésped por excelencia que es Dios Nuestro Señor. Hemos de dar el debido respeto al Huésped en nuestras palabras. 

El blasfemar, el jurar en vano, el negar a Dios rompe las reglas del respeto debido. Hemos de dar el debido respeto a Dios en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento. Un respeto que se traduce en conciencia de la presencia de Dios en la Eucaristía, en adoración humilde y agradecida, en el reconocimiento práctico del carácter sagrado de la Iglesia, y en la misión que tenemos de ser colaboradores por nuestro bautismo, en la instauración del Reino de justicia y de paz de Jesucristo nuestro Señor.

Pbro. José Ramón Reina de Martino