Queridos hermanos este Domingo el Señor a través de su Palabra nos lleva a replantear el sentido de la vida del hombre, del sentido de nuestra vida, nuestro ser y quehacer; y al hacerlo nos hacemos mil conjeturas, ¿esta vida como hay que vivirla? ¿para qué tanto esfuerzo en esta vida? ¿las riquezas y los bienes son indispensable o necesarios? ¿Dónde está la felicidad? 

En ese afán de contestar estas interrogantes surgen varias respuestas, y una de ellas, que está muy extendida en nuestra sociedad materialista, es la convicción de que lo importante para vivir bien y ser feliz en esta vida es ganar mucho, gastar mucho, disfrutar mucho y satisfacer todos nuestros deseos, que en algunas o sino en muchos casos los disfrazamos de necesidades primordiales. “Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida” … (Lc 12, 13-21).

Venimos a este mundo, pasamos días, meses y años en este mundo, y esto nos acostumbra a este mundo, llevándonos a perder el rumbo.

Pero ... ¡qué difícil es no estar apegado a los bienes de aquí abajo, a los bienes de la tierra:  dinero, propiedades, comodidades, lujos, gustos, placeres, seres queridos, etc.!

Sin embargo, hoy la parábola del evangelio nos ilumina sobre esta forma de pensar y de vivir: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. 

Se nos hace ver que esta mentalidad del hombre de trabajar acumulando bienes y pensando que luego tiene la vida por delante para disfrutar de sus riquezas es totalmente absurda, se censura la feroz acumulación, para luego despreocuparte de los demás, el deseo de acaparar, fruto del más salvaje egoísmo. Es el “Vivir para sí mismo” cuyo punto de referencia de todo es el yo. “¡Necio! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.

Esta forma de vida es calificada en el hombre como de “necedad” (El término necio es sinónimo de torpe, porfiado, terco, obtuso, es decir, es una persona que con el fin de llevar acabo sus ideas o planes, no escucha los consejos de las demás personas, ni las consecuencias negativas que puede acarrear su comportamiento, es decir, de ninguna manera se logra convencer).

Y esto nos lo hace saber el Salmo 89, ya que nos enfrenta a la realidad sobre lo efímero de esta vida; es decir sobre lo breve que es esta vida comparada con la eternidad: “Nuestra vida es tan breve como un sueño ... Mil años son para Ti como un día ... Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos”. 

¿Y cómo salir de esta insensatez y necedad?, ¿cómo replantear lo que hay en nuestra mente y corazón? 

El camino nos lo da las palabras de San Pablo: “buscar los bienes de allá arriba, buscad un nuevo orden, desterrad la vieja condición…despójense del modo de actuar del viejo yo y revístanse del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que los creó a su propia imagen” ... (Col. 3, 1-5. 9-11)

Porque los bienes de allá arriba se pueden empezar a alcanzar en esta vida, los “bienes de arriba” son los valores de la vida nueva en Cristo, que nos hace ser ricos ante Dios por entregar nuestra vida, nuestras capacidades, nuestros dones para el bienestar y la felicidad de los demás. 

Es invertir nuestra vida en los valores del Reino de Dios que son integridad, caridad, compasión y humildad, venciendo toda arrogancia, condescendencia y desprecio. Practicando la justicia, y amando con ternura, sirviendo a los demás y, actuando así en esta vida nueva es tener en nosotros a Cristo mismo; “vida en ustedes”.

Y es por qué Jesús suavemente nos libera de este hombre necio que albergamos en nuestro ser, nos libera de este pequeño y falso sueño de querer ser eternos en esta vida material.

Él es nuestra liberación de los pequeños mundos que nos hemos construido. Es liberarnos de nuestro egoísmo y de la visión materialista de la vida. Es una invitación a guardarnos de toda clase de codicia, porque nuestra vida no depende de nuestros bienes.

Esta liberación posibilita la realización del hombre nuevo; el hombre en su plenitud; el que desarrolla una nueva vida en Cristo. Es situarnos en otro horizonte para construir un nuevo ser humano.

Es construir en Cristo el valor de la fraternidad y la justicia, de la solidaridad con los más pobres, es también abrir los ojos ante la ambigüedad que se esconde en un desarrollo económico mundial y en una técnica que desconoce la dignidad del hombre y la miseria en la que vive la gran mayoría de la humanidad.

Entonces replanteemos el sentido de nuestra vida y de nuestro trabajo: Es una insensatez darle tanta importancia a esta vida y a las cosas de esta vida.  ¡Esta vida es nada comparada con la otra Vida que nos aguarda!  ¡Es brevísima si la comparamos con la vida eterna!  ¡Es poco importante si la comparamos con lo que nos espera después de esta vida a quienes aguardamos a Cristo! ¡Nos aguarda el Cielo!

¿Y entonces ya sabes por qué y para quien trabajas?

LA RESPUESTA ES SOLIDA Y CONTUNDENTE: PARA EL SEÑOR VIVIMOS, y recuerda siempre, “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” …