A 33 años de que fueron desalojados los comerciantes del mercado La Victoria para dar paso a un proyecto de rescate del inmueble inaugurado en 1914, en plena época revolucionaria, además de inhibir la instalación de comerciantes ambulantes, el proyecto fracasó, al estar rodeado del comercio informal. En su interior el área donde habría una zona de cocinas para mantener parte de su esencia, tuvo que cerrar ante la falta de clientela.

Fue durante la sesión de cabildo del 14 de octubre realizada cerca de las 11 de la noche, cuando se ordenó suspender las actividades comerciales en el mercado que había estado vivo durante 72 años, y era el principal centro comercial en el primer cuadro.

El argumento del Ayuntamiento que presidía el interino Amado Camarillo Sánchez, para que a partir del 15 de octubre se impidiera el paso al público, era que no reunía con las condiciones de higiene, además que con el reordenamiento comercial si permanecía con el mismo giro volverían los ambulantes que habían sido desalojados 75 días antes de las calles del Centro Histórico.

A pesar de la resistencia de varios comerciantes que aguantaron cerca de una semana en el interior, vendiendo su mercancía entre ellos mismos para sobrevivir, tuvieron que salir del lugar y trasladarse algunos al mercado Morelos, otros a diferentes mercados que fueron construidos en la década de los ochenta.

El compromiso de Amado Camarillo Sánchez, y el gobernador Guillermo Jiménez Morales fue que se llevaría un importante rescate del inmueble que tiene una arquitectura porfiriana, y fue el último en ser construidos con la técnica de hierro forjado, como se aprecia en algunas jaulas que sobrevivieron a la remodelación que se llevó a cabo en 1994.

El abandono y un comodato

Después de permanecer cerrado el inmueble durante todo el sexenio de Mariano Piña Olaya, quien no quiso continuar con los proyectos de Guillermo Jiménez Morales, 8 años después del desalojo el entonces gobernador Manuel Bartlett Díaz se lo entregó en comodato a la Fundación Amparo que presidía Ángeles Espinosa Rugarcía, hija de Manuel Espinosa Yglesias, presidente de la Fundación Jenkins.

El comodato fue firmado en 1994 por 99 años, con el compromiso de que se establecería un centro cultural, un área gastronómica tradicional en la parte alta, se controlaría el tipo de giros comerciales al interior para evitar la anarquía.

Ese mismo año en 1994 fue reinaugurado el edificio, con una tienda ancla Suburbia, y el restaurante Vips, además del área de cocinas.

En la planta baja incluso se estableció la cabina de Tribuna Radiofónica, donde conducía los domingos Don Enrique Montero Ponce.

El derrumbe del proyecto

Durante 13 años el proyecto parecía mantenerse, pero el llamado Centro Cultural no se concretaba, y fue a la muerte de Ángeles Espinosa Rugarcía, presidenta de la Fundación Amparo, cuando llegó la anarquía.

De acuerdo a un recorrido se aprecia un desorden en los giros comerciales, donde no hay un proyecto definido de lo que se vende, aunque predomina el negocio de mochilas, juguetes, o celulares, pero nada que tenga que ver con la tradición de Puebla.

El área de cocinas cerró desde hace 10 años por la falta de promoción y clientela, ya que quienes contrataron los espacios no les costeó el pagar la renta.

Asimismo, se desconoce cuánto recibe por concepto de renta de los espacios la fundación, principalmente por el espacio que ocupan Suburbia, Vips, o la renta de las jaulas, además de que el edificio sigue siendo propiedad del estado, y no se está cumpliendo el contenido del contrato de comodato.

De igual manera, se encuentra rodeado de ambulantes en la avenida 8 Poniente, así como las calles 3 norte y 5 de mayo.

La cuna de la cemita

El mercado La Victoria es considerado la cuna de la cemita compuesta, ya que en ese lugar se vendía el pan de “suela” con la parte de abajo con salvado, y decorada con ajonjolí en la parte de arriba.

Los viajeros pasaban compraban su pan y posteriormente el aguacate, queso blanco, la pata de res, chiles en vinagre y pápalo para rellenarlas.

En el lugar comenzaron a vender las cemitas ya preparadas con pata, siendo las originales, y posteriormente llegaron las de milanesa, carne enchilada y otras que conocemos actualmente.

Los recuerdos

Descendientes de los comerciantes del mercado original, lo recuerdan como el centro de mayor convivencia, donde compraban las aguas frescas de limón con nieve en el lado de la 8 Poniente, también donde iban a comer desde arroz, mole y pipián.

Relatan que una de las cocineras más buscadas hace un siglo era Josefina Díaz Fernández, acompañada por sus hijos mayores Luis, Rafaela, y Concepción, para preparar las cazuelas.

Aseguran que la comida se acababa, y los últimos pagaban dos centavos por limpiar las cazuelas.

El lugar emblemático es el kiosco de flores que aún sigue de pie, llama la atención, pero pocos saben su historia.

En ese lugar se vendía el tequesquite, la alfarería, las máscaras de madera para el carnaval, los encajes, había cajones de telas, ropa de manta, huaraches, y todo lo que identificaba a la Puebla de hace un siglo.