A doña María, a sus 87 años no le importó caminar más de dos kilómetros, para ir a rezar a la puerta de la Iglesia de El Carmen, cerrada por la pandemia del Covid-19.

El templo  está cerrado por primera vez en un festejo de la Virgen de El Carmen, el que se realiza desde el siglo XV, sin embargo, llegan fieles a cuenta gotas, para rezar en su puerta.

A diferencia de otros años, ahora las calles del barrio ubicado a unas cuantas calles del zócalo de la ciudad de Puebla, están libres, no hay festejos, no hay mañanitas y no hay grandes filas pata pasar abajo del manto de la Virgen.

En esta ocasión, solo se colocó una imagen atrás de la reja de la puerta principal, con un ramo de flores, donde los creyentes llegan y algunos depositan algunas monedas.

La tradición anual cada 16 de julio, era pasar por debajo del manto de la Virgen, para después escuchar homilía y salir a degustar los antojitos en los puestos de la feria.

Sin embargo, ahora, todo fue diferente, no hubo mañanitas desde la medianoche y el jardín lució vacío, ante un templo cerrado desde que llegó la pandemia a Puebla, la misma que ha azotado al mundo entero.

La devoción

Doña María, tuvo que caminar casi una hora, para poder rezar un rato y estar satisfecha porque nuevamente le cumplió a la Virgen de El Carmen, de la que es devota desde pequeña.

“Vengo a agradecer por todo lo que ella me da, me da fuerza, fortaleza para seguir viviendo y le pido con todo mi corazón que ayude a todo el mundo, que le dé fuerza y fortaleza para que termine todo esto, que nos ayude”, dijo con su voz tenue y tranquila en referencia a la pandemia

“Siento tristeza ver todo esto, ver que está encerrada la gente, pero hay que tener fe y seguir adelante”, comentó-

A su lado, estaba don Miguel Martín, de 76 años de edad, quien forma parte de la cofradía, que es el grupo encargado de las celebraciones.

Al estilo del presidente Andrés Manuel López Obrador, señaló que está protegido por la imagen de la Virgen de El Carmen y por su cruz que cuelga de su cuello.

"Ella nos protege, yo llevo aquí su protección, con estas dos fuerzas nunca voy a sentir nada”, expresó.

“Yo como soy carmelita, vine a verla, aunque sea por afuera, con nuestro corazón y la mente venimos a verla”, do al referir que desde 1977 pertenece al grupo de la Cofradía.

“Sabemos que nos protege, llevo aquí su protección”, dijo al mostrar un botón con la imagen de la Virgen del lado de su corazón, “además llevo mi Santo Cristo también y con estas dos fuerzas nunca voy a sentir nada, es muy grande la fe”, refirió

-¿Es más grande su fe que el miedo al coronavirus?

-No es miedo, es precaución, pero tampoco lo reto, porque sé que existe y por eso hay que protegerse.

Asimismo Ximena, madre de familia de más de 40 años, la fe hizo que llegara tocando la bocina de su automóvil en señal de celebración.

Refirió que fue sola porque su madre al ser de edad avanzada, ya no puede acudir a verla.

“Somos de las personas que cada año pasan debajo del mando y este año desafortunadamente no podemos pasar. También estamos conscientes que debemos de guardar la distancia y las indicaciones, pero en el corazón estamos con ella”.

“No le puedo cantar las mañanitas con el clatsun porque no se puede, pero mi toquido es para mostrarle que estamos presentes.”, dijo gustosa.

Adiós a la feria

Cada año, líderes de comerciantes ambulantes hacían “su agosto” al cobrar hasta 200 pesos el metro cuadrado por día para instalar en la feria de El Carmen gran variedad de puestos, en su mayoría de antojitos.

Para la feria se colocaban más de 300 puestos ambulantes desde la 21 Poniente hasta la 13 Poniente sobre la 16 de Septiembre, y en las 17 y 15 Poniente de la 3 Sur hasta la 2 Sur.

La feria del Carmen era una de las más lucrativas de todo el año, junto con el 15 de Septiembre.

Igual de tradicional que acudir a rezar o a bendecir el escapulario, era degustar unas ricas chalupas, pozole, chanclas, cemitas, tostadas, elotes, chileatole, refrescos, nieves, aguas de sabores, tepache, dulces y ahora hasta pizzas.

Ahora se extrañan los antojitos y juguetes típicos o de plástico —incluso chinos—, además de discos, películas y juegos mecánicos, hasta venta de ropa —cual tianguis dominguero—  que eran parte de la fisonomía que rodea uno de los principales templos religiosos en uno de los barrios más significativos de la ciudad.

La historia

El arqueólogo Eduardo Merlo la llamó como “la última feria de los barrios de Puebla”, al irse acortando los días de celebración en aras de la modernidad.

“Hace muchos años se celebró hasta con corridas de toros en la plazuela, que para eso era. Con jaripeos, juegos de saltimbanqui la comida y artesanías, era una auténtica feria".

Recordó que hace apenas unos años, en la década de los 90 y 80 las celebraciones duraban como mínimo una semana con todo éxito comercial y religioso, ya que se llenaban las calles desde temprano a toda hora todos los días.

“Estaba atiborrada de gente todo el día y noche durante 15 días, la gente estaba esperando a que llegara a la feria. A la iglesia no se podía ni entrar, llena de flores y luces, misa tras misa, aunque por lo menos en la parte litúrgica no ha cambiado".

”Desde mediados del siglo, entre 1620 y 1650, la feria ya era muy importante, una feria que duró tantos años no se me hace justo que la imposición de modernidad de unos pocos le de en la torre a lo que es de todos”.