Millones de jóvenes no la están pasando bien en nuestro país. Se calcula que siete de cada 10 empleos que se han perdido por la pandemia del Covid-19 son de jóvenes, quienes en el mejor de los casos han pospuesto su independencia y solicitado a sus padres, ante la incapacidad para cubrir sus gastos, que los reciban de nueva cuenta en casa, pero muchos otros, jefes y jefas de familia, no pueden hacerlo y necesitan llevar el sustento a casa.

Si 2019 fue un año de malas noticias para la juventud mexicana, pues se trató del periodo en el que menor número de empleos se crearon (330 mil frente a los 660 mil de 2018), 2020 ha resultado ser de tempestades, agravado por la ausencia de políticas públicas enfocadas en la juventud que trabaja y estudia y por un discurso oficial negacionista que no disminuye ni desaparece los problemas de la sociedad.

Hasta antes de 2019, cada año en México se creaban entre 500 y 600 mil empleos formales para una Población Económicamente Activa que se incrementaba en promedio 850 mil personas por año. Es decir, presentábamos un déficit que era absorbido por el sector informal de la economía. Pero en 2019 y 2020 ya no ha sido así y el déficit aumentó exponencialmente ante la pérdida de 12 millones de empleos.

Al paso que vamos, para 2027 recuperaríamos la actividad económica que teníamos en 2018 con todo el costo social y déficit acumulado de empleo y desarrollo. Una catástrofe en toda la extensión de la palabra.

La negativa del gobierno para apoyar a empresas y al sector informal de la economía ha significado el último golpe para miles de fuentes de empleo.

A lo anterior debemos añadir que la prospectiva en el sector educativo no es mejor, pues con la excepción del nivel básico, en los niveles medio, superior y posgrado se prevé la deserción obligada de jóvenes que no pueden seguir estudiando y requieren buscar una fuente de ingresos por raquítica e insegura que ésta sea.

Lamentablemente se espera que el número de embarazos juveniles también aumente.

Si el gobierno federal no actúa con la contundencia y velocidad requeridos, estaremos frente a toda una generación de estudiantes que no concluirán el bachillerato ni la universidad y sufrirán la frustración de no alcanzar sus sueños por un gobierno ajeno y negligente a sus necesidades.

Nuestra economía ya no puede ni debe tener como base solo la manufactura, pues esa dependencia nos condena a la debilidad laboral que nos coloca hoy en el lugar 105 de 137 naciones, de acuerdo con el Foro Económico Mundial. No, lo que debemos hacer es reanudar nuestra transición a un modelo económico con base científico-tecnológica, que amplíe las opciones de desarrollo para millones de mexicanos y que nos permita, en lugar de estar esperando que llegue la vacuna contra el Covid-19 de Europa, desarrollar nuestro potencial en los tanques de pensamiento y de investigación mexicanos.

Ése es el reto que deberían enfrentar los responsables de diseñar las políticas públicas que impactan en el desarrollo económico y social de México, y no en tratar de dar coherencia a una ideología sin base ni fundamento, ni tampoco futuro.

El eje central integrado por gobierno-academia-empresa es indispensable para que México recobre el camino de crecimiento y desarrollo, en el que no tengan cabida enfrentamientos estériles ni divisiones irracionales.

Hoy México cuenta con una población de más de 30 millones de jóvenes, es decir, 25.7% de la población total, a quienes les estamos entregando un país en ruinas, dividido, sin empleo, sin salud y sin educación.

Ése no es el México que merecen ni que merecemos. Corrijamos el rumbo cuanto antes, porque cada minuto perdido representa una tragedia personal que se pudo haber evitado.