Una ambulancia suena a lo lejos al caminar por el barrio de El Carmen, en los primeros minutos de la noche, donde cada paso es experimentar una amplia gama de aromas, que van desde la exquisitez de un pozole recién hecho en la fonda Chapala, hasta el chileatole, chalupas y molotes que las mujeres venden en la puerta de una vecindad, siempre repleta de comensales.

Pero, apenas a media calle, estos aromas cambian abruptamente por una montonera de basura, justo en el jardín del barrio. Pestilencia que rompe la exquisitez de aromas de apenas unos metros atrás, por la misma se puede saber que llevan varias horas pudriéndose los desechos de los antojitos que ahí son depositados.

Los sonidos de estas calles, a unos cuantos pasos del Centro Histórico de Puebla, son los característicos de cualquier ciudad, desde el claxonazo de los automovilistas desesperados por pasar la zona de vehículos estacionados en lugares prohibidos para comprar una paleta de hielo o la ambulancia con su sirena abierta en la zona carente de agentes viales sin que a nadie le preocupe que circule, hasta los gritos de los vendedores de molotes ofreciendo su producto y la rabieta de un niño al exigirle a su papá que le compre un globo o de las mujeres de avanzada edad, platicando muy tranquilas en uno de las bancas del parque, y el silbato del globero desesperado por vender.

Todo está combinado con dos tipos de lámparas colocadas por el ayuntamiento, unas blancas, que alumbran con gran luminiscencia; y las amarillas, que dan sólo la luz suficiente. O el pequeño foco del carrito del vendedor de hot dogs y hamburguesas.

Esta atmósfera y contrastes de luz dan una sensación de tranquilidad y relajación, muy características de cualquier plaza de la provincia mexicana, aprovechada, sobre todo, en las penumbras, por varias parejas que se proporcionan arrumacos alrededor de la fuente del jardín, y sólo atacada por los faros de los vehículos o la torreta de la ambulancia, que sigue sin poder circular.

El frío, aunque no muy fuerte, pasa por el cuerpo como si fueran diminutos alfileres, pero sobre todo para quienes no tienen alguna vestimenta de protección, incrementado por el viento, que no deja de soplar.

Pero este frío se quita casi de inmediato al probar un buen plato de chileatole de 15 pesos, que sube la temperatura por el picante de esta comida típica poblana; o la grasa del molote, que se queda en las manos, como dejando la huella del paso por las calles de El Carmen, de los más populares de Puebla, el que finalmente la ambulancia pudo dejar para seguir su camino.