El caminar por el barrio del Carmen, en los primeros minutos de la noche, donde cada paso es experimentar una amplia gama de aromas que van desde la exquisitez de un pozole recién preparado en la fonda Chapala hasta el chileatole, chalupas y molotes que las mujeres venden en la puerta de una vecindad, siempre repleta de comensales.

Los sonidos de estas calles, a unos cuantos pasos del centro histórico de Puebla, son los característicos de cualquier ciudad: desde el claxonazo de los automovilistas desesperados por pasar la zona de vehículos estacionados en lugares prohibidos para comprar una paleta de hielo o la ambulancia con su sirena abierta en la zona carente de agentes viales, sin que a nadie le preocupe que circule, hasta los gritos de los vendedores de molotes ofreciendo su producto y la rabieta de un niño al exigirle a su papá que le compre un globo, o de las mujeres de avanzada edad platicando muy tranquilas en uno de las bancas del parque, y el silbato del “globero” desesperado por vender.

Todo está combinado con dos tipos de lámparas colocadas por el ayuntamiento: unas blancas, que alumbran con gran luminiscencia, y las amarillas, que dan sólo la luz suficiente. O el pequeño foco del carrito del vendedor de hot dogs y hamburguesas.

Esta atmósfera y contrastes de luz dan una sensación de tranquilidad y relajación, muy características de cualquier plaza de la provincia mexicana aprovechada, sobre todo, en la penumbra, por varias parejas que se proporcionan arrumacos alrededor de la fuente del jardín, y sólo atacada por los faros de los vehículos o la torreta de la ambulancia que sigue sin poder circular.

El frío —aunque no muy fuerte— y la lluvia pasan por el cuerpo como si fueran diminutos alfileres, pero sobre todo para quienes no tienen alguna vestimenta de protección, incrementado por el viento que no deja de soplar.

Pero este frío se quita casi de inmediato al probar un buen plato de chileatole de 15 pesos, que sube la temperatura por el picante de esta comida típica poblana; o la grasa del molote, que se queda en las manos, como dejando la huella del paso por las calles de El Carmen, de los más populares de Puebla, donde finalmente la ambulancia pudo dejar para seguir su camino.

Los carmelitas

“Los carmelitas descalzos recibieron de la Iglesia de Puebla la ermita de Los Remedios, no era la iglesia de El Carmen, a finales del siglo 16; era lejos.
”Los religioso se encargaron de construir la iglesia y hacerla esplendorosa, por lo que lograron que en lugar de la virgen de los Remedios quedara la virgen del Carmen como patrona”.

En México, la devoción a la Virgen del Carmen llegó junto con los frailes carmelitas que arribaron a tierras aztecas en 1585, mismos que el 13 de julio de 1586 fundaron el convento del Carmen de la ciudad de Puebla (ubicado en la 16 de Septiembre y 17 Poniente) que fue además el segundo en América.

Desde su llegada a Puebla, la orden carmelita tuvo gran aceptación por parte de los pobladores, situación que con el paso del tiempo se ha ido acrecentando permitiendo que la ahora parroquia del Carmen sea el centro de reunión no solo dominical, sino de celebraciones importantes, como bodas, preferido de los poblanos tradicionalistas.

El vocero de la arquidiócesis de Puebla, Eugenio Lira Rugarcía, señaló que el arraigo religioso no ha descendido, aunque es importante ver la unión de las celebraciones eucarísticas con la convivencia que anteriormente se daba.
“La devoción ha tenido un gran arraigo, misas desde las seis de la mañana a la una de la tarde hubo misa del arzobispo, cinco de la tarde, siete y ocho de la noche, los fieles podrán experimentar el amor de Dios en su madre santísima”.

Afirmó que el arraigo religioso no ha descendido, sino, al contrario, continúa en aumento, a pesar de que cada vez son menos los días de celebraciones.

“Es interesante que tras la celebración religiosa haya un espacio de convivencia, una de las fiestas religiosas más importantes y con más arraigo en Puebla”.