José Tomás se reencontró con su plaza de La Malagueta, tras cuatro años de ausencia y brindó una actuación que, como en los buenos guiones cinematográficos, fue creciendo en intensidad hasta alcanzar el culmen en el último del festejo, donde hubo cante grande del diestro de Galapagar, que llevó el delirio a los atestados tendidos, con aficionados procedentes de los rincones más variados de la geografía nacional e internacional, del coso del Paseo de Reding y que culminó con su salida —la primera de la feria—, por la puerta grande Manolo Segura, entre un mar de enfervorizados partidarios.

En su tercera y, por el momento, última actuación prevista en España en la presente temporada taurina, Tomás continuó agrandando la leyenda que le rodea y lo hizo con argumentos sobre el albero. 

La actuación del madrileño en los dos toros que le sirvieron –cuarto y sexto del festejo– y que habían sido escogidos por su hombre de confianza y veedor en el campo, Joaquín Ramos, fue un tributo al toreo lento, a la quietud, al temple y la ligazón tanto con el capote como con la muleta.

El inicio no fue muy halagüeño. A su segundo toro lo recibió con un ramillete de verónicas y una media buenas y muy templadas. Tras entrar al caballo, donde apenas se le picó dejando el varilarguero dos picotazos, Tomás hizo un quite vistoso por delantales. En la muleta, Figurón no tuvo clase ni fuerza y entró siempre con la cabeza alta, lo que impidió el lucimiento a pesar de los intentos del matador. Mató de estocada trasera y tendida. En esos instantes se creó un ambiente enrarecido en la plaza.

En el cuarto, la actuación del diestro de Galapagar empezó a coger vuelo. Con el capote comenzó a caldear el ambiente con unas verónicas a las que siguieron unas chicuelinas muy ajustadas rematadas con una media verónica que provocó los olés en los tendidos. En el tercio de quites por caleserinas y faroles, perdió el pie y estuvo a punto de ser cogido por Barbazul, aunque habilidosamente se hizo él mismo el quite con el capote. 

Brindó al público una faena iniciada con la plaza sumida en el silencio de la expectación. Cuatro estatuarios a la altura de la puerta grande, con los pies asentados y la barbilla clavada en el pecho, y un pase por bajo de enorme plasticidad hicieron rugir a los espectadores. Después, vino la apoteosis con tandas fundamentalmente por el pitón derecho –el mejor del ‘victoriano’– lentísimas, profundas, ligadas y de mano baja que hicieron crujir los tendidos. 

La banda sonora la puso la banda de música de Miraflores y Gibraljaire interpretando la ranchera Despacito del mexicano José Alfredo. Cuando los compases callaron, un espectador del tendido 8 se arrancó con un fandango mientras Tomás cerraba al toro con ayudados. Dejó un pinchazo sin soltar antes de cobrar una estocada casi entera y cortó una oreja.

Las dos que abrieron el cerrojo de la puerta grande las consiguió en el sexto. Ocho verónicas y una media de gran calidad fue el recibimiento del diestro a Gamberro, un toro encastado que acudió con movilidad y acometividad a los engaños. La faena de muleta la inició con unos pases por alto para llevarse al parladé al centro del ruedo; allí instrumentó una buena tanda por la derecha ligada, templada y de mano bajo. Fue el resorte para que sonara Manolete y a los sones del pasodoble José Tomás hizo un monumento al toreo al natural con series ceñidas, lentas, templadas, de mano baja y llevando al toro muy sometido; los pases de pecho de pitón a rabo fueron simplemente excepcionales.

Plasticidad y valentía que calaron en los tendidos. Se fue a por la espada para dejar una estocada casi entera que hizo rodar al burel y poblar de blanco los tendidos tras una faena cumbre. José Tomás se fue a hombros, mientras los aficionados en el autobús hacia sus barrios o en el Parque iban hablando de la intensa experiencia vivida.