En la alegría de la resurrección de Cristo, que con la omnipotencia del amor ha vencido a favor nuestro al pecado, al mal y a la muerte, y ha hecho triunfar la verdad, la libertad, la justicia, el bien y la vida, el próximo 27 de abril, II Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, el papa Francisco proclamará santos a los papas Juan XXIII y Juan Pablo II.
Karol Joseph Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920, en Wadowice, Polonia. Su padre, Karol Wojtyla, era militar del ejército austro-húngaro. “Mi reconocimiento es sobre todo para mi padre —escribe—, que era un hombre profundamente religioso”. Su madre, Emilia Kaczorowsky, murió cuando Karol tenía apenas 9 años de edad y su único hermano, Edmund, cuando tenía 12.
Desde niño acudió a su parroquia al catecismo y al grupo de monaguillos. Poseedor de destacadas cualidades para el estudio, el deporte, la literatura y la actuación, en 1938 se trasladó con su padre a Cracovia para estudiar Literatura y Filología Polaca en la universidad Jaghellonica.
Pero un año después vio interrumpidos sus estudios por la ocupación nazi. Los catedráticos fueron deportados a un campo de concentración y él se empleó como obrero en una cantera de piedra vinculada a la fábrica Solvay. Ahí hizo amistad con muchos obreros, uno de los cuales murió en un accidente de trabajo, experiencia que plasmó en su poesía “La Cantera”.
Camino al trabajo acudía a orar a la capilla de la orden a la que perteneció santa Faustina Kowalska, “portavoz de la Divina Misericordia”. Así lo recordaría en su último viaje a Polonia. Viendo su testimonio, un compañero de trabajo le decía: “Deberías ser sacerdote”.
En 1941, al volver del trabajo, encontró a su padre muerto. Pero su fe y el apoyo de la familia Kydrinski y de otras familias lo sostuvieron. Al tiempo que trabajaba en Solvay, participaba en el “Teatro de la palabra viva”, que en la clandestinidad procuraba mantener el espíritu polaco. Por esa época conoció a Jay Tyranowsky, sastre inspirado en las obras de san Juan de la Cruz y de santa Teresa, fundador de “El Rosario Vivo”, donde Karol aprendió métodos de autoformación. También tuvo mucho contacto con los Carmelitas Descalzos, con quienes hizo los Ejercicios Espirituales.
Así pudo descubrir la llamada de Dios. “Ante la difusión del mal y las atrocidades de la guerra —comenta—, era cada vez más claro para mí el sentido del sacerdocio y de su misión en el mundo”. En octubre de 1942 ingresó al Seminario de Cracovia, que se encontraba en la clandestinidad por la invasión nazi. Estudiaba Teología en la Universidad Jaghellonica, trabajaba en Solvay y vivía con otros seminaristas en la residencia del arzobispo.
En 1946 fue ordenado sacerdote. Ese mismo año partió a Roma, donde se entregó a la oración y al estudio. Viajó a París y Holanda, donde se percató del reto del secularismo. En Ars, donde san Juan María Vianney, confesando más de 10 horas al día, logró una “revolución espiritual”, tomó una decisión: entregarse a servir con generosidad en el confesionario.
Tras obtener el doctorado volvió a Polonia. Fue destinado como vicario a dos parroquias, y más tarde se convirtió en catedrático en el Seminario y en dos universidades, realizando una gran labor pastoral entre los jóvenes, a cuya formación integral colaboraba a través del deporte y las excursiones.
En 1958, estando de excursión, fue llamado por el Primado de Polonia, cardenal Wyszynski, para anunciarle que el papa le había nombrado obispo auxiliar de Cracovia. Recibió la consagración episcopal con esta convicción: “Si quiero satisfacer esa hambre interior de los demás, es preciso que, a ejemplo de María, escuche yo antes la Palabra de Dios y la medite en mi corazón” (cfr. Lc 2, 19).
“El interés por el otro comienza en la oración —decía—. Cuando conozco a una persona, rezo por ella (y)... tengo por principio recibir a cada uno como una persona que el Señor me envía y, al mismo tiempo, me confía”. Así, anunciaba el Evangelio, visitaba las parroquias, celebrara los sacramentos, guiaba a sus sacerdotes y fieles, y atendía a los enfermos, jóvenes, novios y matrimonios. De estas experiencias nacieron El taller del orfebre y Amor y responsabilidad
Cuando las autoridades comunistas, pisoteando el derecho fundamental a la libertad religiosa, prohibieron la construcción de una iglesia en Nowa Huta, el obispo Wojtyla les hizo frente y obtuvo el permiso después de dialogar.
En 1962 participó en el Concilio Vaticano II y colaboró en la elaboración de las Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes. En 1963 Paulo VI lo designó arzobispo de Cracovia, y en 1967, a los 47 años de edad, lo nombró cardenal.
Convencido que la ciencia es un inestimable patrimonio, procuraba informarse, reunirse y dialogar con los protagonistas de la ciencia, que tienen el deber de servir a la verdad y de promover el bien común. Perseveraba en el recogimiento y el estudio. Procuraba formar bien la conciencia de los niños y jóvenes, para lo cual participaba en movimientos juveniles y excursiones donde charlaba, cantaba y celebraba la misa. “Sin la oración no conseguiremos educar bien a los niños. La confesión y la dirección espiritual ayudan a los jóvenes”, afirmaba.
La ayuda a los pobres y la promoción humana de los necesitados era una de sus prioridades. Decía: “Se necesitan personas que amen y que piensen”. Por eso animaba a los laicos y colaboraba con ellos. Fue presidente de la Comisión para el Apostolado de los Laicos en el episcopado polaco. Cuando encontraba problemas, pedía a las órdenes religiosas su oración. Le gustaba esquiar. Conocía uno por uno a los seminaristas e invitaba a los sacerdotes a celebrar con él la misa y a desayunar. “Era una ocasión muy buena para conocerles”, dirá.
Toda esta labor la comenzaba a los pies de Cristo, en su capilla privada, donde rezaba y escribía, procurando tener presente el testimonio de los santos, para así encontrar la fuerza necesaria para dar testimonio de la verdad. De los mártires aprendió que, “cuando todo se derrumba alrededor de nosotros, y tal vez también dentro de nosotros, Cristo sigue siendo nuestro apoyo indefectible”.
La tarde del 16 de octubre de 1978, la vida del cardenal Wojtyla cambió para siempre. “En el Cónclave, a través del Colegio Cardenalicio, Cristo me dijo también a mí, como en otro tiempo a Pedro: Apacienta mis corderos (Jn 21, 16)”. Así se convirtió en el papa Juan Pablo II.
“Desde el comienzo de mi pontificado —dijo en el 25 aniversario de su elección—, mis pensamientos, mis oraciones y mis acciones han estado animados por un único deseo: testimoniar que Cristo, el Buen Pastor, está presente y actúa en su Iglesia. Él va continuamente en busca de la oveja perdida, la lleva al redil y venda sus heridas; cuida de la oveja débil y enferma y protege a la fuerte. Por eso, desde el primer día, no he dejado jamás de exhortar: ¡No tengan miedo de acoger a Cristo y aceptar su poder!. Déjense guiar por él. Fíense de su amor”.
Este fue el mensaje que comunicó al mundo a través de su rico magisterio —el Catecismo de la Iglesia Católica, 14 encíclicas, muchos documentos y cinco libros—; de sus 104 viajes pastorales, iniciados en Puebla, México; de sus esfuerzos por lograr la unidad de los cristianos y promover la cooperación entre las diferentes religiones en favor de la paz; de su defensa y caridad constante hacia los más necesitados —como las fundaciones Para el Sahel, Populorum Progressio y Buen Samaritano—; y de su labor en favor de la vida, la verdad, la justicia, la libertad, los derechos humanos y la paz.
Ni siquiera la adversidad pudo detenerlo. Seguía adelante, inspirado en la exhortación: “No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12, 21). Así lo hizo cuando el 13 de mayo de 1981 el terrorista Agca tiró a matar. El papa cayó herido y comenzó a orar. “Estaba sufriendo y esto me daba motivos para tener miedo, pero mantenía una extraña confianza”, comenta. Y antes de perder el conocimiento dijo que perdonaba a su agresor.
Juan Pablo II había dicho: “De una forma o de otra, el sufrimiento parece ser, y lo es, casi inseparable de la existencia terrena del hombre”. Él mismo lo experimento. Aquel gran pontífice, que con mirada profunda y sonrisa cautivadora había recorrido los caminos del mundo para anunciar, celebrar y vivir el Evangelio, pleno de fuerza y vigor extraordinario, al final de su largo pontificado se encontraba anciano y enfermo, sin poder caminar y con grandes dificultades para moverse, hablar y respirar.
“Juan Pablo II sufrió un largo e ininterrumpido martirio —comenta el Cardenal Dziwisz—, soportaba con gran serenidad y paciencia cristiana el dolor… mientras intentaba tenazmente seguir cumpliendo su misión. No hacía pesar sus males físicos a ningún otro, ni siquiera a los que vivíamos cerca de él… Así ha sido, incluso cuando la enfermedad (el mal de Parkinson) comenzó a devastarlo”.
En medio del sufrimiento, Juan Pablo II siguió testimoniando el amor misericordioso de Dios, promoviendo, sirviendo y defendiendo a todo ser humano. Hasta que el sábado 2 de abril, día dedicado a la Virgen María y vísperas de la Fiesta de la Divina Misericordia, fue llamado al último y más importante viaje: la casa del Padre. En su testamento había escrito: “…como todo, también deposito este momento en las manos de la Madre de mi Maestro... En esas manos dejo sobre todo a la Iglesia y también a mi nación y a toda la humanidad. A todos doy las gracias. A todos pido perdón. Pido también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad y mi indignidad”.
Después de 42 días inició la causa de su beatificación, que se llevó a cabo el 1 de mayo de 2011, Fiesta de la Divina Misericordia. “Juan Pablo II —ha dicho Benedicto XVI—, con su testimonio… ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio… a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad”. Ahora, Juan Pablo II, que será canonizado por el papa Francisco el 27 de abril, “desde la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice”, cumpliendo la promesa que nos hizo: “Me voy, pero no me voy. Me voy, pero no me ausento, pues aunque me voy, de corazón me quedo”.
Foto Agencia Xinhua