La fe guadalupana en la Villita y en el Seminario Palafoxiano mostró su devoción. Pero también la tradición popular se vivió en iglesias, pueblos, barrios, en las carreteras y calles de la ciudad.

Ciclistas emprendieron recorridos, se tronaron cuetes en las plazas de los pueblos y hasta lo que quedaba del estado laico se volvió un eufemismo, porque en oficinas públicas de pueblos y comunidades de la ciudad se trabajó medio día.

En las comunidades las fiestas de la Virgen fueron celebradas por las mayordomías, familias que destinan cantidades elevadas de sus recursos para las fiestas, pero que consideran un alto honor organizarlas.

Lo religioso que transita a lo popular permitió que a la Virgen de Guadalupe se le celebrara con misas y “Mañanitas” madrugadoras entonadas con lirismo religioso, y en los pueblos se realizaron comilonas que terminaban en fiestas populares y colectivas.

Quienes partieron en peregrinaje a la capital del país lo hicieron desde hace varios días para llegar este día a la basílica de Guadalupe.

Desde días previos, en caminos vecinales por las rutas de Cuautlancingo, Coronago y Cholula, con rumbo a san Martín Texmelucan, los peregrinos marcharon hacia el centro del país para llegar a la zona del Tepeyac.

Jóvenes y viejos, niños y mujeres marcharon hacia la capital del país en grupos de peregrinos portando la reverenciada imagen de la Virgen Morena.

En zonas urbanas como la ciudad de Puebla, quienes no estuvieron dispuestos al peregrinaje optaron simplemente por la devoción y el aprendizaje religioso de los “juandieguitos”.

La indumentaria popular para los niños y niñas transformó su cotidianeidad en el peregrinaje de hacer cola para llevar su devoción a la Villita y luego de la fotografía de marras —modernizada con los celulares que hacen prescindibles al añejo fotógrafo de la vetusta y extinguible Polaroid—, comer la comida de los puestecitos de chalupas, quesadillas y cemitas, en una suerte de aprendizaje completo de lo que los antropólogos llamaron pomposamente la “identidad nacional”.

Madres de familia llevaron a los “juandieguitos” a la Villita o al Seminario Palafoxiano. Desde temprana hora, la feligresía católica se dio cita en el Seminario Palafoxiano para visitar a la Virgen de Guadalupe.

En las instalaciones diocesanas, cientos de poblanos acudieron ahí para demostrarle a la Virgen su entrega y devoción. Si las “Mañanitas” son la música por excelencia de las masas, viejo eufemismo para referirse a la experiencia indescifrable y múltiple de lo popular, las “Mañanitas” en el 12 de diciembre, aunadas al chillido atronador de los cuetes, dibujan un paisaje sonoro al que el clasemediero más endeudado reconoce de inmediato como fiesta religiosa.

Las familias, es decir, las madres y las abuelas, cargando a sus nietos, se tomaban la fotografía del recuerdo. Pero la brecha generacional era visible cuando las hijas adolescentes o treintañeras conspicuas apelaban al celular como forma de reivindicación de la familia.

En la exclusividad del micro-festejo de la feligresía vuelta culto mariano-mexicano, la gastronomía local recuperaba a los tacos, tostadas, chalupas, pelonas y tamales como la oferta cultural para saberse mexicano en 12 de diciembre.

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Los cuadros, las pinturas, las esculturas que cargaban los creyentes con la imagen de la Virgen de Guadalupe; el acudir a misa sin boda ni excusa social de por medio, el ponerse en manos de la Virgencita del Tepeyac; el someter la cerviz y las oraciones, plegarias y cánticos a la Virgen Morena, las peticiones y las mandas, y hasta la fe silenciosa que contrasta con la bullanguería de las masas en su papel de feligresía docedecembrina.

Los miles de fieles que le dan sentido a la fe guadalupana, el agradecimiento de las peticiones cumplidas urdieron en contra de la monotonía urbana y el escepticismo demodée en 12 de diciembre.