Se acerca ya la Navidad, y esto genera en muchos de nosotros sentimientos diversos, entre los que destaca la expectación. Sí; esperamos que algo suceda y las cosas mejoren. Y esto se hace más fuerte en una época en la que quizá, tanto en lo personal como en lo familiar, en el trabajo y en la sociedad, vivamos momentos difíciles que nos hagan sentir tristeza y desánimo. Tristeza y desánimo que, a pesar de todo, no pueden eclipsar completamente la esperanza. Hoy, para quienes estamos esperando, Dios nos dice: “Alégrense; se los repito: ¡Alégrense; el Señor está cerca!”. ¡Sí!; regocijémonos, porque con Él, que es nuestra protección y nuestra fuerza, ya no tenemos ningún mal ¡Cristo viene a vencer para siempre el poder del pecado y a hacer triunfar el amor y la vida!
¿Cómo prepararnos a recibir a Aquel que nos puede ayudar a contemplar el rostro de Dios, a comprendernos a nosotros mismos, aceptarnos y superarnos cada día, haciendo de nuestra familia y de nuestro noviazgo escuelas de amor; de nuestros ambientes de amistades, de estudios, de trabajo y de convivencia social espacios donde sepamos aceptar lo bueno para potencializarlo, lo que falta de hacerlo, y lo malo para corregirlo? ¿Cómo disponernos a recibir al único que puede hacer nuestra vida plena y eterna?; no dejándonos inquietar por nada, y presentando, con gratitud, nuestras peticiones a Dios en la oración.
Esa oración debe estar guiada por su Palabra; “sanada” en el Sacramento de la confesión; y ha de alcanzar su plenitud –de la mano de María, en la Eucaristía, en la que nos unimos al Salvador. Así, la oración nos impulsará a ser coherentes, de modo que, dejándonos amar por Dios, amemos de verdad a los demás, compartiendo, siendo justos, no manipulando, ni calumniando, como nos aconseja, iluminado por el Espíritu Santo, el gran “Preparador del Camino del Señor”, Juan el Bautista. “Llégate a la raíz –enseñaba san Francisco de Sales- haya en ti caridad”.
Lo que debemos hacer: oración y amor
San Gregorio Magno escribió: “No puede decirse que ama a su prójimo el que no comparte con él, en caso de necesidad, aun aquello que le es necesario. Por esto se nos dice que demos al prójimo una túnica cuando tengamos dos; porque si solo tenemos una y la dividimos, ni se viste uno, ni se viste el otro,”. Por su parte, san Ambrosio afirma: “La misericordia es la perfección de las virtudes; sin embargo, la misericordia se mide según la posibilidad de cada uno, para que nadie se prive de todo lo que tiene sino que dé parte de ello al pobre”. Es claro; Dios no nos pide lo que nos es imposible; pero sí que hagamos lo que podemos, sin quedarnos “cortos”.
Se trata de entender que el programa del cristiano es tener un corazón que vea donde se necesita amor y que actúe en consecuencia, como afirma el Papa Benedicto XVI. Así, viendo lo mucho que la familia necesita de nosotros, actuemos en consecuencia, dedicándole nuestro tiempo y afecto. Viendo los anhelos auténticos de la pareja, brindémosle un noviazgo limpio y sincero. Viendo las necesidades de nuestros amigos, ofrezcámosles una amistad profunda. Viendo las necesidades materiales y espirituales del prójimo, compartamos nuestros bienes y nuestra fe de manera creativa, concreta y activa.
Aprendamos de las palabras y del ejemplo del Bautista, un hombre ubicado que supo reconocer en Dios el fundamento y el término de cuanto existe, y se dejó guiar por Élpara alcanzar una vida plena y eternamente feliz. “La fe siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto –escribió Joseph Ratzinger-, porque en todo tiempo implica la osadía de ver en lo que no se ve lo auténticamente real”. Juan se atrevió a hacerlo. Si como él vivimos según Dios lo pide, sabremos cómo ser y que hacer, para ayudarnos unos a otros a hacer realidad nuestra esperanza.