Por Darío Pérez Mastranzo.

Este domingo celebramos la Jornada Mundial de las Misiones, siguiendo el mandato de Cristo: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). De manera particular, celebramos esta jornada en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia, que nos ayuda a comprender nuestra vocación bautismal y misionera con el rasgo característico de la misericordia.

Para esta jornada, el Papa Francisco nos recuerda el llamado de Cristo, a “salir”, como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana.  

En esta expresión, sencilla y profunda, entendemos cómo vivir en plenitud nuestra vocación misionera. En efecto, “salir”, es el acto generoso de ir al encuentro del hermano, es evitar encerrarse en sí mismo, en una visión egoísta de la vida: “yo primero”. Caminamos en la calle y exigimos nos sedan el paso, “soy yo el primero”, “soy yo el que tiene razón”, “soy yo el que tiene derecho”. Quizás hemos puesto nuestra mirada de modo exclusivo en los propios intereses, metas proyectos, de manera que nos esforzamos en alcanzarlos a costa de lo que sea.

¿Por qué, sin renunciar a nuestros legítimos derechos, miramos hacia los demás? Es necesario que renovemos nuestra sensibilidad frente a las necesidades de los que nos rodean, en casa, en el trabajo, en la sociedad, con ese gesto de ternura, de amabilidad, tal como nos pide el evangelio, “trata a los demás como quieres tratado tú mismo” .

Frente a un mundo cada más violento, que grita, que exige, que se enfrenta, es necesario salir como misioneros de la misericordia, con la paz y la alegría del corazón como fruto del Espíritu Santo, con la mansedumbre de Jesús, que es compromiso firme y perseverante de transformar nuestro entorno con los valores del evangelio, con el silencio de nuestra oración contemplativa que es capaz de transformarnos en hombres y mujeres de acciones misericordiosas, con la esperanza de saber que nuestros actos, por muy sencillos que parezcan, si tienen el sello de la caridad, tienen la fuerza para hacer que nuestra vida y la de los demás se fortalezca y se desarrolle en plenitud.

Abramos nuestro corazón y que María Santísima, la mujer misionera por excelencia, nos anime a llevar la alegría de la fe a todos aquellos que encontremos en el caminar de nuestra vida, para que seamos dichosos como ella que ha creído.