Queridos hermanos: el evangelio dominical ( Lc 12, 32-48) nos habla de tres señores muy distintos:

“Estad listos con la túnica puesta y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.

Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.

Aunque comienza dirigiéndose a los criados (que somos nosotros), luego habla de tres clases de señores.

1. Un señor que vuelve de una boda; los criados tienen que esperarlo y abrirle la puerta.
           
2. Un señor que llega no se sabe de dónde; encuentra a los criados esperándole y, lleno de alegría, se pone a servirles.
            
3. Un señor que no tiene criados, se entera de que esa noche va a venir un ladrón, y lo espera en vela.
            
Lo que une estas tres imágenes tan distintas es la idea de la espera: los criados esperan a su señor (casos 1 y 2), el señor espera al ladrón (caso 3).
            
Y todo esto sirve para transmitir la enseñanza más importante: también nosotros debemos estar vigilantes, esperando la llegada del Hijo del Hombre.

¿Se puede pedir una actitud continua de vigilancia, con la cintura ceñida y la lámpara encendida, como dice el evangelio?
            
Sería muy bueno hacer que la gente se plantease esta pregunta. Una respuesta en la sociedad de hoy quizá podría ser: “No me interesa nada, no pienso mucho en la vuelta de Jesús, y si me dicen que no se trata de que vaya a volver pronto, sino de que puedo morirme en cualquier momento y encontrarme con Él, prefiero no amargarme con la idea de la muerte”.
            
Esta respuesta sincera tendría una ventaja: obliga a pensar en lo que representa realmente Jesús en nuestra vida. ¿Alguien a quien queremos mucho, pero que no tenemos prisa ninguna por ver, y cuanto más se retrase el encuentro (mi muerte), mejor? Amistad curiosa, pero muy frecuente entre los cristianos.

A pesar de lo anterior, la mayoría de la gente vive a diario el mensaje del evangelio de hoy. Está con el cinturón ceñido y la lámpara encendida. Porque la vigilancia se traduce en el cumplimiento adecuado de sus obligaciones.
            
Así queda claro en la segunda parte del evangelio de hoy. En ella, Pedro le pregunta a Jesús si esa parábola del señor y los criados la ha contado por ellos o por todos. Y Jesús le responde con una nueva parábola. Pero ahora no habla solo de un señor y sus criados sino que introduce en medio la figura de un administrador que está al frente de la servidumbre (es clara la referencia a Pedro y a los responsables de la comunidad cristiana).
            
Este administrador puede adoptar dos posturas: cumplir bien su obligación con los subordinados, o aprovechar la ausencia del señor para maltratar a los criados y criadas y darse la buena vida. Queda claro que vigilar no consiste en vivir angustiados pensando en la hora de la muerte sino en cumplir bien la tarea que Dios ha encomendado a cada uno. El texto dice así.
           

El Señor le respondió:

“Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre, con el encargo de repartirles a tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia.  Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: “Mi amo tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.

La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría 18, 6-9, ofrece dos posibles puntos de contacto con el evangelio. El texto dice así.

La noche de la liberación [de Egipto] se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.

Primer punto de contacto: vigilancia esperando la salvación.

El libro de la Sabiduría piensa en la noche de la liberación de Egipto

El evangelio, en la salvación que traerá la segunda venida de Jesús.

En ambos casos se subraya la actitud vigilante de israelitas y cristianos.

Segundo punto de contacto: solidaridad

Al momento de salir de Egipto, los israelitas se comprometen a compartir los bienes: serían solidarios en los peligros y en los bienes.

En el evangelio, Jesús anima a los cristianos a ir más lejos: Vendan sus bienes y den limosnas; consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen un tesoro en el cielo que no se acaba.