"El escándalo de la verdad" podría servir de título a nuestra reflexión sobre la liturgia de este domingo 18 de agosto. La verdad que proclama el profeta Jeremías escandaliza a sus contemporáneos (primera lectura). Las palabras de Jesús sobre el fuego del juicio, sobre el bautismo en la sangre de la cruz y sobre la espada que divide, también escandalizaron a sus oyentes, porque no respondían a sus expectativas. Y ¿no es verdad que no pocas veces escandaliza a los hombres la pedagogía divina que recurre, aunque no únicamente, a la corrección y al castigo?

1. El escándalo de Jeremías.

Jeremías era un hombre de natural sensible y tranquilo. Amaba la belleza y tuvo que predicar, por vocación divina, destrucción y horrendas matanzas. Amaba la tranquilidad y quietud, y estuvo metido hasta los tuétanos en los acontecimientos tan azarosos y desgraciados de Jerusalén y del reino de Judá. El Dios que lo había seducido le impulsaba a hablar cosas desagradables e inesperadas, a realizar acciones simbólicas que suscitaban indignación y adversidad. Sus palabras y sus acciones escandalizaron a los habitantes de Jerusalén y de Judá. Y escandalizar quiere decir para los que le oyen que no busca el bien sino el mal de su pueblo, que es un pesimista y un aguafiestas que descorazona a los soldados y al pueblo. Jeremías con todo sabe que dice la verdad, una verdad que no se la ha inventado él, sino que la ha escuchado en la intimidad de su conciencia como Palabra venida de Dios.

El escándalo de la verdad hará sufrir a Jeremías (será bajado a un pozo lleno de lodo para que allí muera olvidado y abandonado), p
ero no importa, él sabe que Dios no lo abandonará (le salvará por medio de un etíope, de un pagano), y que la verdad de Dios por él transmitida prevalecerá y vencerá. Y así fue. Jerusalén fue tomada y destruida por el ejército babilonio, y gran parte de la población deportada, como esclava, a la tierra de los vencedores.

2.El escándalo de Jesucristo.

Jesús se dirige a sus contemporáneos con palabras hirientes, escandalosas. Habla del fuego del juicio, capaz de quemar y destruir la situación presente para generar una nueva, pero los oyentes no están dispuestos a la radicalidad del cambio ni a la irrupción de la novedad. Jesús habla de bautismo en referencia a la sangre de la cruz, en la cual Él deberá ser bautizado para lavar los pecados del mundo cargados sobre sí. Pero, ¿qué necesidad hay de ese bautismo? ¿No es suficiente el bautismo de Juan, el bautismo de los esenios? ¡La cruz, escándalo para los judíos!, nos recordará Pablo en la primera carta a los corintios. Jesús dice claramente que no ha venido a traer la paz sobre la tierra, sino la espada que divide a los hombres: con Cristo o contra Cristo, sin posibilidad de estado neutral.

Esta espada divisoria escandalizó enormemente a los judíos. Ante estos tres signos que Jesucristo ofrece a sus contemporáneos, no saben leerlos correctamente, juzgarlos como es debido y se escandalizan! La verdad que Jesucristo les predica es un escándalo insoportable. Un escándalo que costó a Jesucristo la condenación y la muerte ignominiosa en una cruz.

3.El escándalo de Dios.

No sólo Jeremías, no sólo Jesús, el mismo Dios puede provocar escándalo. A la comunidad a la que va dirigida la carta a los Hebreos podía resultar "escandaloso" que Dios les permitiese pasar por un sin fin de sufrimientos; más aún, se les podía presentar con fuerza el "escándalo" del martirio, mediante el derramamiento de la propia sangre. ¿Cómo era posible que Dios dejase intervenir las fuerzas del mal en modo tan manifiesto? Por eso, el autor de la carta les invita a poner la mirada en Jesús, el autor y perfeccionador de la fe, que se sometió a la cruz soportando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. En lenguaje más coloquial se podría formular así: ¿Os escandalizáis? ¡Mirad a Jesucristo en la cruz! ¿Os desanimáis ante esta perspectiva? ¡Mirad a Jesucristo sentado a la derecha del trono de Dios! A la luz de Cristo vuestro escándalo se convertirá en testimonio de fe y en gloria.

El mensaje de la Palabra de Dios para este domingo, nos invita a hacer dos consideraciones:

a. ¡Escandaliza, que algo queda! No estoy recomendando el escándalo inmoral, como por ejemplo el escandalizar a los niños con acciones malas o desproporcionadas a su capacidad de juicio. Propongo el escándalo de la verdad, y la verdad puede no gustar, puede ser más o menos oportuna, pero nunca podrá catalogarse de inmoral. Propongo el repetir muchas veces este escándalo de la verdad, para que a base de repetición genere al menos un interrogante, un estímulo, un paso hacia adelante en su conocimiento. Porque, ¿no hay acaso una serie de verdades que escandalizan a muchos hombres de hoy?

Por ejemplo, la verdad de un único Salvador de la Humanidad, nuestro Señor Jesucristo, centro y eje de la historia y del cosmos; la verdad de una única Iglesia, fundada por Cristo, que subsiste en la Iglesia católica; la verdad de un único Creador del universo y del hombre; la verdad de Dios trinitario, activamente comprometido con la historia del hombre y con su destino; la verdad de un pueblo sacerdotal, sin distinción de sexos, pero de un ministerio sacerdotal, al que Dios llama sólo a los varones; la verdad del matrimonio, constituido únicamente por la unión estable de un hombre y una mujer; la verdad del destino universal de todos los bienes de la tierra, etc., etc. Estas verdades escandalizan a muchos oídos en nuestra sociedad. En vez de callarlas, hablemos de ellas, digámoslas una y otra vez, de formas diversas, con la sencillez y la convicción que la misma verdad entraña. Digámoslas en público y en privado. Digámoslas todos: los sacerdotes, los educadores, los profesores de religión, los catequistas,
los teólogos, los obispos. ¡Escandalicemos a nuestra sociedad con verdades fundamentales de la fe y de la moral cristianas!

b. "La verdad los hará libres". En un ambiente social, en el que la verdad parece ser causa de esclavitud y servidumbre, porque se ignora o se menosprecia sea la naturaleza de la verdad sea la capacidad del hombre para la misma, los cristianos estamos convencidos de que la verdad en sí, y particularmente la verdad de nuestra fe nos hace libres. En realidad, toda verdad contribuye a construir al hombre y al cristiano en su identidad y carácter más específicos. Y está claro que entre más nos identifiquemos con nuestro ser hombre y con nuestro ser cristiano, viviremos mejor y más plenamente la verdadera libertad de ser lo que hemos de ser, según está inscrito en nuestra naturaleza o en el gran libro de la revelación de Dios. Porque el hombre no es libre de ser "lo que quiere", es libre de ser la verdad de su ser.

La libertad no es un absoluto, dice referencia a la verdad, que por sí misma nos atrae y subyuga. Allí donde hay verdad, hay libertad, y donde no hay verdad, hay necesariamente alguna forma de esclavitud. ¿Buscamos la verdad? ¿Vivimos en la verdad? ¿Amamos la verdad? ¿Permanecemos en la verdad? ¿Defendemos la verdad? Entonces podemos decir que somos auténticamente libres, incluso si estamos encerrados en las cuatro paredes de una prisión o somos considerados "material inútil" por la sociedad circundante. O ¿acaso tenemos miedo a la verdad, a su fuerza subyugadora? Sí, en un mundo relativo, dan miedo tal vez las verdades absolutas. Pero, si todo es relativo, ¿no estamos haciendo de lo relativo lo único absoluto? Tener miedo a la verdad, en definitiva, es tener miedo a ser uno mismo, es tener miedo a ser coherente, es dejarse dominar por la ley absoluta de la mayoría, es perder dignidad humana. La verdad te hará libre. No lo dudes. Es la experiencia de los hombres grandes.

Pbro. José Ramón Reina de Martino