Una película minoritaria de bajo presupuesto, director desconocido y actores prácticamente amateurs vino a revolucionar el cine de terror allá por los años 70.
El filme sentó varios códigos del nuevo subgénero que posteriormente se conocería como slasher (ése en el que un psicópata va matando sin prisa pero sin pausa a los personajes, uno detrás de otro) y abrió el camino a una nueva forma de hacer terror.
Este miércoles se cumplen exactamente 40 años del estreno en Estados Unidos de aquella película hoy mítica, La matanza de Texas (The Texas chainsaw massacre), de Tobe Hopper. Claro que a nuestro país no llegaría hasta tres años más tarde, en 1977.
"Un filme formalmente desaconsejado a las personas demasiado impresionables", advertían los anuncios del estreno en la prensa española de la época.
"No es ni de lejos tan sangrienta como se la recuerda, pero su estética feísta y de docudrama es muy impactante; es una película muy enferma y muy salvaje", afirma el cineasta Víctor Matellano, en cuyo último trabajo, Vampyres (actualmente en fase de postproducción), hay un homenaje a La matanza con una escena que evoca uno de los momentos más recordados del filme de Hopper: el del abuelo decrépito y tembloroso intentando (con la ayuda de sus solícitos parientes) sostener el martillo para matar a la chica.
En La matanza de Texas, cinco jóvenes se topan con una familia que intenta matarlos para hacer con ellos todo tipo de embutidos. El argumento es, pues, intrascendente, y además está filmado con pocos medios por un equipo sin apenas experiencia.
¿Qué tiene esta película que marcó un antes y un después en el cine de terror y cuya influencia sigue vigente hoy en día? Matellano lo atribuye a sus innovaciones: por un lado, "es la primera vez que aparece el mal porque sí, sin ningún tipo de justificación: los matarifes ni siquiera parecen hacerlo para divertirse".
Por otro, "se trata de un terror cuyo origen es real. Esta vez no estamos hablando de vampiros, monstruos ni ninguna otra amenaza exterior: el mal es real, está entre nosotros".
Además, la violencia se trata con una frialdad indiferente que revolucionó completamente el cine de terror y que queda especialmente de manifiesto en una de las escenas clave de la película: la muerte de la primera víctima.
"El chico entra en un pasillo y, cuando Leatherface le sale al paso y le asesta un martillazo en la cabeza, cae al suelo como un animal", recuerda Matellano. "Todo esto sucede sin que se escuche ningún sonido. La música empieza después, pero hasta ese momento no hay ninguna señal de aviso, no se oye tachaaaaán cuando aparece el asesino".
El escritor y experto en cine de terror Hilario J. Rodríguez destaca también la importancia de esta anomalía: "No se utilizan recursos de terror hasta la primera muerte; nadie te prepara para ello. Cuando le pega el martillazo al chico no hay música, simplemente lo mata de un golpe, y el impacto en el espectador es tremendo".
El hecho de que toda la historia transcurra en un entorno campestre, aparentemente plácido, y que buena parte de la trama suceda a plena luz del día también rompía con la tradición anterior. "La película se inscribe en un paisaje, rural e inmediato, al que el espectador no estaba acostumbrado", afirma Rodríguez.
"No nos remite al terror clásico de orígenes literarios, como Drácula o Frankenstein, que hacían las películas de la Universal, sino a las crónicas de sucesos. Históricamente el cine de terror, desde su surgimiento con el expresionismo, es sofisticado y necesita un gran presupuesto porque hay que crear un escenario concreto, unos monstruos... La matanza es una liberación de esa necesidad: Nosotros ya somos lo bastante monstruosos".
Un rodaje extremo Las condiciones de rodaje fueron extremadamente duras y, según Matellano, el aspecto demacrado de la protagonista al final de la película "también tiene mucho que ver con el desgaste del rodaje".
Los 140.000 dólares del presupuesto (luego recaudaría más de 30 millones) no daban para mucho, así que la furgoneta en la que viajan los chavales era realmente del técnico de sonido y los actores vestían con su propia ropa, salvo los pantalones blancos de Marilyn y la ropa de Leatherface.
De hecho Gunnar Hansen, el actor que interpretó al villano de la sierra mecánica, no pudo cambiarse de ropa durante todo el mes que duró la grabación porque no tenía ninguna muda, así que apestaba y los demás no se acercaban a él.
"De todas formas, durante el rodaje los buenos no tenían permitido hablar con los malos para no empatizar", cuenta el cineasta. La famosa escena de la cena se rodó durante 27 horas seguidas en una casa con el interior de las ventanas tapadas para que no se viera el sol.
"Dentro tenían casi 40 grados de temperatura y, con el olor de la comida y los animales muertos, tenían que salir con frecuencia a vomitar", explica Matellano.
Pero posiblemente quien peor lo pasó fue la protagonista (encarnada por la actriz Marilyn Burns, fallecida a los 65 años el pasado mes de agosto), que resultó herida en numerosas ocasiones: "El moratón que se aprecia en la secuencia de la cena es auténtico. Se clavó múltiples espinas cuando corría por el bosque huyendo de Leatherface.
En la escena en la que el abuelo le chupa el dedo le habían hecho un corte de verdad con la navaja. La cojera del final es auténtica y cuando la golpean en la cabeza con el mazo (realmente un martillo envuelto en gomaespuma) a ella le dolía, a pesar de la protección". "La película se hizo con más ingenio que dinero", resume Hilario J. Rodríguez, "y el hecho de que los actores fueran inexpertos le da una impronta extraña. Recorren la pantalla como cuerpos listos para ser utilizados como carne.
El remake de 2003 (The Texas chainsaw massacre, Marcus Nispel) ya es diferente: está protagonizado por actores famosos cuyos cuerpos, que se exhiben con una reiteración demasiado machacona, están muy musculados: son cuerpos irreales, de Hollywood, ya no tiene inmediatez ni sinceridad". Los hijos de la matanza.
Además del remake de 2003, La matanza de Texas ha dado numerosos frutos: cuatro secuelas y una precuela (todas ellas más sangrientas y menos interesantes que la original); un buen puñado de imágenes icónicas (entre las que destaca el impactante final, con Leatherface girando enloquecido enarbolando su sierra); y una nueva seña de identidad reconocible en todas partes: la sierra mecánica con la máscara de cuero, que hoy no faltan en ningún pasaje del terror ni fiesta de Halloween que se precie.
Pero su influencia va más allá y es evidente en numerosos slashers como La noche de Halloween, de John Carpenter (aunque visualmente sea muy distinta, comparte con La matanza el tratamiento frío de la violencia, la gratuidad del mal y los escenarios familiares, en este caso una zona residencial), Las colinas tienen ojos, (Wes Craven, 1977) o Viernes 13 (Sean S. Cunnigan, 1980). Algunos expertos, como Hilario J.
Rodriguez, ven también su impronta en otras películas más recientes de "jóvenes que se meten en entornos rurales sin saber que donde realmente se están metiendo es en las fauces de la bestia", como El proyecto de la bruja de Blair (Myrick y Sánchez, 1999), e incluso en cintas más mainstream como Borgman (Van Warmerdam, 2013), el filme con el que los holandeses aspiraban a hacerse con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa el año pasado, que Rodríguez considera "una Matanza de Texas invertida, porque es la barbarie la que entra en la casa, y trasladada a un escenario europeo". Cuarenta años después, la sierra mecánica de Leatherface sigue rugiendo.