Un equipo internacional de científicos dirigido por Kathrin Altwegg, investigadora principal del instrumento "ROSINA", un espetrómetro de masas a bordo de la sonda Rosetta, acaba de publicar en Science las primeras conclusiones del análisis del agua del cometa Churyumov Gerasimenko. Un agua que, al parecer, es diferente de la que tenemos en la Tierra.
Uno de los objetivos principales de la misión Rosetta es, en efecto, averiguar si el agua de la Tierra, la que llena nuestros océanos, fue o no traida a nuestro mundo por cometas. Y las medidas directas de la proporción entre hidrógeno y deuterio en el agua del cometa 67/P Churyumov Gerasimenko tomadas por Rosetta parecen indicar que no. O por lo menos, no por cometas de la misma clase que el primero en el que el hombre consigue hacer aterrizar un módulo. [Así te lo contamos en directo].
Se sabe que, hace más de 3.000 millones de años, cuando el Sistema Solar era aún muy jóven, Júpiter se desplazó desde su lugar de origen hasta su órbita actual. Al hacerlo, el planeta gigante arrastró en su avance a millones de cometas y asteroides, lanzándo a muchos de ellos directamente contra los planetas interiores. La Tierra sufrió en aquella época lo que se conoce como "El gran Bombardeo", y recibió el impacto de un gran número de meteoritos y cometas de todos los tamaños. Muchos científicos mantienen la hipótesis de que fue así, precisamente, cómo pudieron llenarse las cuencas oceánicas.
Pero el instrumento ROSINA de la nave Rosetta, un espectrómetro de masas que ha analizado la huella química de los gases que envuelven el núcleo del Churyumov Gerasimenko, ha demostrado que el agua del cometa no es como la de la Tierra. Desde hace años, investigadores de todo el mundo han estado estudiando la composición del agua que contienen asteroides y cometas para determinar si fueron los unos o los otros los que aportaron las reservas originales del agua terrestre.
"La procedencia del agua y de los compuestos orgánicos de la Tierra y de otros planetas terrestres –dicen los investigadores en su artículo de Science– lleva discutiéndose desde hace largo tiempo sin que se haya llegado a un consenso. Y una de las mejores maneras de distinguir entre los diferentes escenarios posibles es determinar las proporciones de hidrógeno y deuterio en las reservas de agua de los cometas y en los océanos terrestres".
La proporción hallada por los investigadores en el agua del cometa es tres veces superior a la que existe en la Tierra. "Mediciones cometarias anteriores –prosigue el artículo– junto a nuestros nuevos datos sugieren un amplio abanico de proporciones entre hidrógeno y deuterio en el agua contenida en el interior de los objetos jupiterinos y excluye la idea de que este agua sea la única que compone los océanos terrestres".
En muchos casos, el agua suele contener átomos regulares de hidrógeno (con un solo protón y un único electrón), pero en otros casos el hidrógeno es sustituido por uno de sus isótopos más pesados, el deuterio (que incluye también un neutrón). En el agua que contiene 67/P Cguryumov Gerasimenko, la proporción entre hidrógeno y deuterio es tres veces superior a la que se da en el agua de los océanos terrestres, y también mucho más alta que la encontrada en otros cometas similares.
En el cometa 103/Hartley 2, por ejemplo, se descubrió hace unos años que la proporción entre hidrógeno y deuterio era tan baja que llevó a muchos científicos a considerar seriamente la idea de que las reservas de agua de la Tierra procedían exclusivamente de los cometas.
Pero los nuevos datos recién obtenidos del 67/P Churyumov Gerasimenko podrían inclinar la balanza, de nuevo, a favor de los asteroides como depositarios de esa reserva original. Los datos también sugieren que las proporciones de hidrógeno y deuterio en la familia de los cometas jupiterinos es mucho más diversa de lo que se pensaba hasta ahora. Una variedad que, posiblemente, refleja lugares de nacimiento diferentes de los cometas y a distancias muy variables del Sol, como son por ejemplo el cinturón de Kuiper, cerca de Plutón, o la nube de Oort, en los confines extremos del Sistema Solar.