Una vez pasada la euforia democrática, una vez que los discursos sobre “la transición” y el cambio de gobierno se agotaron, cuando las promesas se marcharon por la puerta trasera de las campañas: la desilusión ciudadana, cínica y presurosamente, se asoma al día siguiente por los balcones de palacio mostrando fallas graves e inocultables ante la opinión pública y la voz generalizada de los ciudadanos.
A cinco meses en el ejercicio del cargo, desde Casa Puebla Rafael Moreno Valle comienza a generar una serie de críticas razonables y ampliamente justificadas. En honor a la verdad, y como cualquier otro mandatario que enfrente la problemática de principio de gobierno, hay necesidades múltiples y pocos recursos para satisfacerlas; situación que sólo puede equilibrarse a través de políticas selectivas que satisfacen, en primer instancia, a ciertos sectores vinculantes en detrimento de la sociedad civil no organizada. Nadie dijo que gobernar era una tarea fácil, pues además de riesgosa esa labor exige un grado de sensibilidad que pocos, muy pocos gobernadores en Puebla, han sabido implementar.
Conforme pasa el tiempo las críticas se intensifican contagiando “silenciosa” y abiertamente tanto a los medios como a la clase política por entero. Al respecto José Juan Espinoza Torres, dirigente estatal del Partido Convergencia, tal vez por primera vez en su muy espuria carrera política demandó algo congruente: austeridad y transparencia en el manejo de los fondos públicos del estado.
A pocos meses de haber iniciado el sexenio las compensaciones para los funcionarios de primer nivel han aumentado obscenamente. La oportunidad fue aprovechada por el diputado Espinoza Torres quien promovió, en los pasillos del Congreso del estado y a ante los micrófonos de la prensa —esperemos que también lo haga de manera formal en el trabajo de comisiones una “Ley de austeridad” para evitar aquello que hoy solapa Moreno Valle: compensaciones que sobrepasan el sueldo base de funcionarios de muy alta jerarquía. En definitiva, los tiempos de campaña junto con sus discursos esperanzadores han pasado a segundo término, “la luna de miel” abandonó para siempre los pasillos de la oficina central del Ejecutivo local.
La propuesta del Partido Convergencia me parece rescatable, aunque he de confesarle que tengo mis dudas. En primera, es vergonzoso que sólo mediante normatividad el gobierno del estado sea capaz de actuar con congruencia y honestidad; en segunda, recordemos una máxima de todo derecho positivo: “las leyes son ordenamientos del deber ser”, nunca reflejo estricto de la realidad; en tercera, y considerando “el estado del arte” del estado en el que vivimos; ésa, como muchas otras normas, vivirá bajo el desamparo de la fuerza que le proporciona el derecho. Si viviéramos en una entidad democrática, si el compromiso de nuestros gobernantes fuera “de hecho y de derecho”, si la honestidad y la congruencia se hubieran apoderado de Casa Puebla no habría necesidad de leyes que vigilaran algo tan elemental, como que lo público sea cada vez más público, digno y transparente.
Me pregunto si algún día “lo mejor”, aquella frase que nos vendieron hace cinco meses, “la tierra prometida a los poblanos”, arribará a nuestra vida y nuestro entorno. Esperemos, para bien de todos, que ese día llegue en algún sexenio presente o venidero.
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